OPINIóN
Efemérides 21 de abril

Hace 202 años nació Torcuato de Alvear, el hombre que convirtió Buenos Aires en París

Para prevenir la proliferación de epidemias y enfermedades infecciosas, el primer intendente que tuvo Buenos Aires trajo el alumbrado público y trató de contener a los barrios más poblados del sur mientras llenaba la ciudad de espacios verdes y palacios.

Plaza de Mayo, Buenos Aires
Plaza de Mayo | Cedoc Perfil

El 21 de abril de 1822 nació en Montevideo el primer intendente municipal que tuvo la Ciudad de Buenos Aires, don Torcuato de Alvear, responsable de una profunda transformación urbana que incluyó la apertura de la Avenida de Mayo y la demolición de la Recova Vieja, que dividía a la actual Plaza de Mayo.

Don Torcuato de Alvear fue un personaje de enorme relevancia política durante las últimas décadas del siglo XIX. Como miembro de la familia Alvear, formó parte de la aristocracia porteña tradicional y de la denominada Generación del Ochenta. En 1883, designado por el presidente Julio Argentino Roca, asumió como primer intendente municipal de la Ciudad de Buenos Aires.

En este marco, Buenos Aires comenzó a perfilarse como la vidriera rutilante del país, como espejo en el que la sociedad se miraba para comprobar los saltos de su progreso. Y fue Torcuato de Alvear quien mejor personificó la profunda transformación urbana destinada a reacomodar a la ciudad en el nuevo papel adquirido en la esfera nacional e internacional.

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De la mano de su secretario de obras públicas, Juan Antonio Buschiazzo, encaró importantes operaciones de reforma urbanística que apelaban a generar una nueva imagen de la ciudad, distante de su legado colonial y emulando todo el glamour parisino. Su pretensión fue hacer de Buenos Aires “la París de América del Sur”, elegante y suntuosa, refinada y exquisita.

En primer término, planteó la revalorización del área central con obras de ensanche y de embellecimiento. Así pues, ejecutó la demolición de la Recova Vieja, una galería aporticada típicamente colonial, que dividía en dos a la actual Plaza de Mayo y que albergaba a comerciales locales que ofrecían carnes, frutas y verduras, así como artesanías, ropa y comida al paso.

Ya sin recova, fue posible unificar a la Plaza de Mayo e iniciar la apertura de la Avenida de Mayo, un bulevar central de 30 metros de ancho y 13 cuadras de largo que atraviesa las manzanas comprendidas por las calles Rivadavia e Hipólito Yrigoyen, vinculando espacialmente a la sede del Poder Ejecutivo -la Casa Rosada- con la del Legislativo -el Congreso Nacional-.

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Paralelamente a esta euforia, las grandes oleadas inmigratorias multiplicaron la densidad de una ciudad que suscitaba problemas concretos de hábitat a resolver, donde numerosas epidemias de enfermedades infecto-contagiosas acentuaban las deficiencias sanitarias y pusieron en crisis el estado de los servicios, colapsando los sistemas de salubridad e infraestructura urbanos.

Esto provocó que periódicamente fuese sacudida por importantes epidemias de cólera, viruela, difteria, escarlatina, sarampión, tuberculosis, etc., que se sucedieron cada vez con mayor intensidad. Por este motivo los parques públicos comenzaron a considerarse como pulmones de la ciudad contra la congestión creciente y como instrumentos “civilizadores” de la sociedad.

Esta dicotomía puso de manifiesto la crisis establecida y, para ello, Torcuato de Alvear debió actuar para arbitrar entre el bien común y el interés privado de los particulares, que predominantemente eran vecinos propietarios que cumplían con sus importantes compromisos fiscales. De modo que también emprendió una importante gestión administrativa de la ciudad.

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El cambio de la fisonomía en la ciudad fue significativo. Se poblaron terrenos baldíos y se lotearon aquellos que estaban destinados a huertas, se ampliaron y se generaron parques públicos, se abrieron numerosos bulevares para contener suntuosos edificios y se comenzó a electrificar el alumbrado público, que reemplazaría a las viejas farolas a kerosene y a gas.

Mientras los barrios del norte se poblaban de palacetes franceses, la zona sur se esforzaba por acomodarse a exigencias de carácter higiénico y sanitario. El desarrollo de los barrios viejos y el surgimiento de otros nuevos era incentivado por la nueva dinámica del transporte, que ganaba distancias y reducía tiempos, con suburbios que se llenaba de nuevos barrios.

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Finalmente, durante su mandato se planteó por primera vez en la ciudad la necesidad de concebir un plan integral de mejoras y transformaciones a realizar, a imagen y semejanza de los planes de embellecimiento y de extensión europeos. En esas aproximaciones iniciales comenzó a gestarse una nueva red de grandes arterias que cortaran diagonalmente a la ciudad.

Se observa, entonces, la convivencia de dos realidades contrapuestas: por un lado, el deseo de una ciudad moderna, capaz de seducir al mundo con una fisonomía acarameladamente europeizada y, por otro, el compromiso por atender un desborde poblacional al que proveer de residencia, hospitales y escuelas, así como calles, plazas, alumbrado, agua corriente y cloacas.