La democracia representativa se sostiene, principalmente, en instituciones. Las más importantes, las que surgen de la división de poderes que manda el ordenamiento institucional. Y otras muy importantes, también garantizadas constitucionalmente, como los partidos políticos, los sindicatos o la prensa libre. Todas ellas, y otras muy importantes que sería largo de enumerar, determinan un sistema, el democrático, que en palabras de Martin Lousteau no es "eficiente" sino humanista. El líder se Evolución sostiene que los controles, el dialogo político, la búsqueda de consensos, las negociaciones parlamentarias, el sometimiento al escrutinio de la prensa libre, y hasta las elecciones periódicas "frustran" en un sentido positivo del término, la idea de que lo importante es que las cosas se hagan y se realicen rápido. Pues no, en democracia es importante que las cosas se hagan bien y conforme a la ley, por encima de un objetivo temporal.
Para que todas estas instituciones funcionen y determinen una democracia de calidad hacen falta intérpretes calificados, que es lo que esperamos sean nuestros líderes. No abundan, pero desde 1983 hasta hoy hemos tenido algunos. Es más importante en el ámbito de la política, Raúl Alfonsín, pero también Antonio Cafiero y Leandro Despouy, entre otros. En el ámbito de la prensa podemos mencionar a Magdalena Ruiz Güiñazú o Pepe Eliaschev. En el de los Derechos Humanos a Graciela Fernández Meijide o Norma Morandini. Y podríamos seguir con la cultura, el deporte o la ciencia. Instituciones y referentes morales que le dan sentido a esas instituciones. A las instituciones y a sus intérpretes debemos incorporarle los gestos de política democrática capaces de transformarse en símbolos.
Desde 1983 cada 10 de diciembre se producen los cambios de mandatos parlamentarios en la Argentina. También, cada cuatro años cambian los presidentes en esa fecha (hay que recordar algún adelantamiento en 1989, u otras asunciones disparadas en la emergencia de 2001/2, pero luego se retornó a la fecha elegida por la triunfante democracia para la retirada de la dictadura.
Aquella decisión, de la que hoy se cumplen 39 años hablan del carácter fundacional que quienes protagonizaban la transición le daban a cada gesto, a cada decisión. Fundar una democracia para los tiempos, al decir del presidente electo, requería fuertes gestos simbólicos. La dictadura quería irse unos meses después, ya iniciado el año 1984. Pero Alfonsín y su equipo estaba convencido que el día Internacional de los Derechos Humanos era el que le daba el marco adecuado a la naciente democracia que ya había votado y debía hacerse cargo de gobernar. Y como el triunfo había sido del radicalismo, entre otras cosas eso implicaba también memoria, verdad y justicia, que pronto empezarían a llegar en forma de decretos y proyectos de ley. La Conadep y el Juicio a las juntas ya estaban decididas en la cabeza del nuevo presidente.
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Hubo otros gestos. Tremendos. Impactantes. Imprescindibles. Como la decisión de hablar al pueblo desde el Cabildo de Mayo (el de la revolución de la libertad y de la igualdad) y no desde el balcón de la Casa Rosada, tan manoseado por las dictaduras en los anteriores 50 años. O el ofrecimiento al candidato derrotado, Ítalo Luder, para presidir la Suprema Corte de Justicia de la flamante democracia.
Toda la transición democrática de 1983 a 1989 está cargada de gestos de esta naturaleza. La entrega anticipada del poder en 1989 fue una lucha para ver que prevalecía en la memoria histórica, si in presidente derrotado "escupiendo sangre" diría alguien, o la de un presidente que había cumplido su principal promesa: entregar la banda presidencial tras elecciones libres a otro presidente civil elegido por el pueblo. Prevaleció la segunda, pero entonces no estaba tan claro.
Pero aún después, durante el menemismo, las vicisitudes de la Reforma Constitucional de 1994 estuvieron regida en un espíritu similar de búsqueda de consenso. Es cierto que suele ocurrir que ante situaciones difíciles que requieren decisiones complejas una de las partes tiende a ceder más y no estamos exentos de actitudes extorsivas. Pero los líderes se mueven con convicciones que suelen revelarse mucho tiempo después.
Seguramente fue su profunda convicción democrática, su idea de democracia plural, de consenso como método para aceitar los engranajes de una democracia siempre débil, y el horror a los daños que el antagonismo y la discordia habían generado al proyecto argentino a lo largo de toda su historia lo que llevó, y esto es ya una interpretación personal, al gran Presidente Alfonsín a concurrir a la Casa Rosada, moribundo, a recibir un homenaje en vida por parte de un matrimonio presidencial, los Kirchner, que con sumo cálculo pretendieron beneficiarse del renovado prestigio popular del viejo líder. No importaba, la política de los gestos se hace hasta el final y allí fue Raúl Alfonsín en su última contribución a la unidad de los argentinos, a un convite cuyos anfitriones no le llegaban ni a los talones.
Hay que estudiar a Alfonsín, cada día de su vida política, cada acción de su gobierno está asociada a la gestualidad que hacer reales a las instituciones. Y que es lo que hay tanto falta. Por eso, este 10 de diciembre, a 39 años de la asunción de Raúl Alfonsín es bueno recordar que la elección de esa fecha no es casual y que nuestra democracia nació comprometida con los Derechos Humanos para los tiempos.
*Secretario general de la Convención nacional de la UCR.