Cuba se suma en estos días a la era de tensiones políticas que atraviesa la región con la ola de protestas más importantes desde el “Maleconazo” de 1994. Como ocurre con las movilizaciones sociales, suele haber un chispazo que visibiliza situaciones de malestar más estructurales. En este caso, la pandemia y la situación económica se mezclan con un gobierno cada vez más represivo.
En efecto, y al igual que en 1994 (cuando el colapso de la Unión Soviética puso a la economía cubana en una situación crítica) hoy la economía vuelve a estar en el centro de la escena. La isla arrastra hace años una situación de empobrecimiento y desabastecimiento. El Presidente Miguel Díaz-Canel lanzó a principios de 2021 una serie de reformas económicas para paliar la situación. El ajuste que llevó adelante (que incluyó la unificación cambiaria y una devaluación) implicó una caída en el salario real de los cubanos. A la vez, no amplió significativamente el listado de actividades de “cuenta-propia” que hubiesen permitido mayor dinamismo económico para sectores de la población.
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A esta situación se le suma la pandemia. La economía cubana se desplomó un 11% en 2020. Las restricciones sanitarias afectaron al turismo, por lejos el sector más dinámico de la isla. Asimismo, el gobierno decidió no llevar adelante una política de vacunación de la isla hasta que Cuba generara su propia vacuna, lo cual implicó un costo alto en vidas el año pasado.
Un tercer elemento es el factor político: el aumento de la represión de los últimos años. A pesar de lo que algunos anunciaban, la llegada de Díaz-Canel al poder en 2019 para reemplazar a la familia Castro no implicó una liberalización de la dictadura. Tanto Raúl Castro como el propio Díaz-Canel deliberadamente quieren evitar un “momento Gorbachov”: una pérdida de control del Estado a partir de reformas económicas y políticas. Para vigilar a su sucesor, Raúl Castro se mantuvo como Secretario General del Partido Comunista, una posición más importante que la del Presidente. Desde allí se aseguró que Díaz-Canel no fuese un reformista.
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Desde que Castro abandonó su rol de controlador, este último siguió la línea dura. Su lema de gobierno fue “unidad y continuidad”. Díaz Canel, además, no posee los recursos legitimadores que sí poseía Fidel Castro que, aunque lo fue perdiendo, tenía un fuerte ascendente sobre la sociedad cubana. El control sobre los derechos civiles y políticos se acrecentó. Como lo demostró la represión al movimiento cultural e intelectual San Isidro, el nuevo gobierno incluso recortó los privilegios de los artistas e intelectuales (un sector tradicionalmente “mimado” del gobierno cubano). Su decisión de subir la apuesta y reprimir las protestas sociales refleja esta opción “anti-Gorbachov”: el gobierno no está dispuesto a arriesgarse a ceder y perder el control.
Es un error creer que toda movilización social, aunque sea inédita o épica, desemboca en mayor democracia o libertad. Allí están Hong Kong y Venezuela para recordarlo. El gobierno es el que posee las armas. La probabilidad de un cambio reside en que el gobierno pierda el apoyo de las fuerzas de seguridad, como ocurrió en Europa del Este. En mantener la lealtad de los uniformados reside la esperanza del régimen en evitar el desenlace de un momento Gorbachov.