Mucho se está discutiendo en estos días sobre cuál debe ser el rumbo de la política exterior argentina. La intensificación del debate se debe al avance en el estrechamiento de vínculos entre nuestro país y la República Popular China, cuestión que se ha profundizado en los últimos años. En ese sentido, el “gigante asiático” se encuentra financiando en nuestro país obras de infraestructura, energia e industria; cómo así también es uno de los principales destinatarios de la producción agropecuaria argentina. Además, se discute en estos momentos la posibilidad de una inversión millonaria del gobierno de Xi Jinping en el desarrollo de la producción porcina. Si bien en términos macro se trata de una relación de carácter fundamentalmente comercial, ello no implica la ausencia de costos eventuales si la misma no se gestiona prudentemente y de manera estratégica.
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El internacionalista Carlos Escudé, autor de la teoría del “realismo periférico”, expreso en su momento que países empobrecidos, vulnerables y con poca autonomía en política internacional, como es el caso de Argentina, debían ser estratégicos a la hora de vincularse con las grandes potencias. Esta idea implicaba la “no confrontación” con las potencias hegemónicas, sino, a contrario sensu, la cooperación para aumentar “la base de poder y el bienestar de la población”. Entendió que Argentina era un país “geográficamente remoto” y que debía tener su propia teoría realista, adecuada a su situación. Le llamó realismo periférico. Esta teoría fué un buen lente para interpretar el mundo “unipolar” de los 90 desde Argentina, donde existia una sola potencia con hegemonía global. Pero parecería, a priori, poco aplicable en un mundo con múltiples complejidades, diversos actores, problemas globales que demandan de la cooperación internacional, y con China y EE.UU disputándose el liderazgo tecno-comercial mundial.
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Una inserción inteligente de Argentina en el mundo implica establecer vínculos con con diferentes actores y mercados. Mantener nuestra relación comercial con China no debe generarnos conflictos en nuestros vínculos con Estados Unidos, el Mercorsur (fundamentalmente con nuestro histórico socio comercial, Brasil) y la Unión Europea. Lógicamente, la relación Argentina-China no debe exceder el plano comercial, ya qué, teniendo en cuenta el marco internacional actual, un avance en otro plano podría acarrearnos ciertos costos eventuales. En palabras del realista John Mearsheimer “lo que Argentina debiera hacer es esforzarse por tener fuertes relaciones económicas tanto con China como con Estados Unidos. Sacar ventajas de esos dos países en el mejor de los sentidos y usar sus relaciones para que crezca la economía”.
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El orden mundial actual dejó de ser piramidal para transformarse cada vez más en un mundo “red”. Un mundo de creciente complejidad donde los Estados-nación siguen siendo los principales protagonistas, pero con actores de reparto cada vez más relevantes y que inciden en la agenda mundial (ongs, empresas multinacionales, el terrorismo, el crimen organizado, etc.). A modo de ejemplo, existen hoy empresas de tecnología, como Amazon, Google o Apple, que valen más que un país. Es en este marco donde debe pensarse el esquema de inserción internacional de nuestro país; un mundo con nuevos actores, relaciones múltiples y complejas, y con problemas globales (cómo el Covid19), que demandan de la cooperación para poder solucionarlos.
La estrategia de política exterior argentina debe ser multilateral y pragmática. Debe estar orientada a abrir nuevos mercados, atraer inversiones (y no perderlas), aumentar el ingreso de divisas, generar desarrollo y mejorar la calidad de vida de la población. Argentina, a decir de Escudé, es un país empobrecido, vulnerable y alejado de los centros de poder mundial. Vincularnos inteligentemente con el mundo actual demanda un multilateralismo periférico.
Julio Picabea *
* Máster en Políticas Públicas y maestrando en RR.II de la U. Austral.
Docente universitario.