Con su poco creíble renunciamiento a cualquier candidatura, la vicepresidenta transparentó parte de lo que necesita: que no se machaque sobre su sentencia durante una campaña larga y cargada de problemas para el oficialismo. Pero, al mismo tiempo, encubrió la otra parte, que es lo que realmente desea: la de ser candidata si Macri está enfrente y, si ganara, contar con una situación política sin precedentes desde la que poder implementar lo que haga falta para dar vuelta su destino.
En tal sentido y con el fallo judicial recién salido del horno, aunque abiertamente descontado; Cristina se propuso tácticamente que se hable menos de su condena y más de su supuesta automarginación electoral, que alcanzó hasta ribetes de como quien marcha injusta y extenuadamente al cadalso. Si no lo logró por completo, sí se puede decir que equiparó los impactos mediáticos de una y otra noticia (el promedio de los titulares de la prensa local así lo certifican); guardando, por el momento, la carta de su candidatura a la espera de que las condiciones cambien y sean más propicias para ello.
A tal efecto, resulta menos importante el llamado “operativo clamor” de las tropas propias que el hecho, altamente desafiante para todo el espectro de partidos como el conjunto de la opinión pública, de que Macri confirme la suya y todo se juegue en una gran “pelea de fondo” entre los clásicos rivales de la historia política reciente del país.
Si bien el origen de lo que se entiende por “la grieta” antecede a esa rivalidad, y se constituyó en la crisis del campo y el enfrentamiento del kirchnerismo con Clarín, sobre el sedimiento de la antinomia peronismo-antiperonismo; la hiperpersonificación de todo eso (como fenómeno dominante de la dimensión agonal de la política, acá y en todo el mundo) se tradujo en las figuras excluyentes, y retroalimentadas, de los últimos expresidentes. Ambos se necesitaron y se siguen necesitando mutuamente.
Desde ya que, por el mismo motivo, cargan con la mayor culpabilidad en la perspectiva de la gente por el tremendo fracaso de la Argentina y los acuciantes problemas que se padecen día tras día; pero sus consecuentes y altísimos niveles de rechazo contrastan con sus pisos electorales, mantenidos y consolidados al calor de la dinámica de esa grieta.
Por eso, así como se supuso erróneamente que Macri ya estaba “jubilado” y que no tenía ninguna posibilidad de volver al centro de la escena de Juntos por el Cambio, que alentaron un optimismo excesivo en quienes hoy son sus principales contendientes internos; así también se puede errar en el cálculo de que CFK está totalmente perdida, a partir de la condena y su inmediata declaración de no candidatearse. Muy por el contrario, cuentan con un enorme espíritu de pelea y personalismo, capaz de sobreponerse a la fenomenal imagen negativa que tienen; y que en el contexto de un “Macri vs. Cristina”, además, quedaría neutralizada y donde ambos se ven con serias chances de ganarle al otro por menos malo.
En el expresidente, además, hay una culpa agobiante con respecto a no haber hecho lo que en su fuero íntimo siempre debe haber pretendido. Y mucho más cuando lo ve crecer a Milei con las mismas consignas que él repetiría más en reserva que en público. Ese ultraliberalismo declarado a los cuatro vientos, no procesado ni comprendido por la mayoría de los votantes de Avanza Libertad, lo alientan a ir decididamente por un “segundo tiempo”, la revancha, no solo por lo personal sino también por lo programático.
Y en la vicepresidenta, para qué decirlo, la sola imagen pública de tener que marchar presa, así sea en el domicilio que fije, o tener que exiliarse a un país amigo (¿Cuba, por ejemplo?) no estaría pasando por su cabeza, y mucho menos con el agravante de la suerte judicial que puedan correr sus hijos. Incluso la muy poco probable victoria electoral de un delegado personal no garantiza que todo eso pueda evitarse, como ya sucedió con Alberto Fernández, y sin contar que algún “salvavidas” institucional, por más forzado que sea, es mucho más difícil de lograr para delante de lo que fue hasta ahora.
De si terminaremos o no en esa espectacular y fatídica confrontación lo veremos recién el año que viene, lo que sí sabemos hoy es que de darse ese escenario habremos entrado una vez más al “túnel del tiempo” y la Argentina habrá perdido otra oportunidad para enderezarse.
*Politólogo y docente de la UBA.