La educación aún no ocupa un lugar relevante en los temas de campaña. Ni los pobres resultados educativos de las pruebas nacionales, ni los pocos días reales de clases son priorizados por los candidatos, aun cuando hay un sentir social preocupado por la educación. Mucho menos la universidad; aunque cuando aparece no se la toma de la mejor forma.
Para incluir a la universidad en una discusión pública madura hay que correrse tanto de los preconceptos como de los mitos que la idealizan. La universidad argentina, en 40 años de democracia, tiene más estudiantes, instituciones y carreras. En América Latina es reconocida por su calidad y variedad de opciones de formación. Pero también tiene deudas pendientes.
Idealizamos a la universidad argentina por ser gratuita y de ingreso abierto. Esa “universidad para todos” recibe a un grupo reducido de jóvenes que dejó en el camino del secundario a una gran mayoría. Esos “privilegiados” ingresan con la ilusión de cursar una carrera que les dará una salida profesional segura.
Pero ese sistema universitario tampoco les asegura a ellos permanencia ni graduación. Sólo un 19 % de los jóvenes egresa de la universidad pública en el tiempo previsto, en carreras largas, que duran más de lo que prometen, y que no siempre son relevantes para las necesidades de su entorno. Aunque sea duro reconocerlo, quienes llegan hasta el final son jóvenes en mejores condiciones sociales.
La universidad argentina aún tiene una deuda con los más pobres.
Si hay algo que caracteriza a la universidad argentina es la gran diversidad de carreras, en diferentes regiones que le dan su impronta, aun cuando el título sea el mismo. Esa riqueza de ofertas de formación no es aprovechada suficientemente. No existen mecanismos de articulación que permitan a los estudiantes construir sus trayectorias en base a sus intereses, aprovechando esa riqueza de opciones.
La buena noticia de que cada vez haya más universidades se desdibuja al observar que ese crecimiento no tiene criterios claros de planificación. No hay previsiones presupuestarias ni estudios serios de impacto local, regional y social. Tampoco hay una instancia con mirada nacional que proyecte de diversas maneras el crecimiento del sistema.
Los docentes universitarios están desjerarquizados. Con más de un 70% con cargos simples sólo destinados a dar clase, las condiciones de trabajo y perfiles se alejan cada vez más del mundo global académico. Una gran cantidad de docentes universitarios investiga sin ser remunerados por esa función. Y una minoría encuentra un camino de alta intensidad en investigación a través del CONICET.
La figura del profesor universitario con un cargo de dedicación exclusiva para formar e investigar cada vez se desdibuja más cuando, a medida que se jubilan, esos cargos se fragmentan en puestos simples para más personas. Así y todo, cada tanto nos enorgullecemos por importantes descubrimientos de alcance mundial de nuestras investigaciones.
Universidad debería ser tema de campaña
La universidad argentina asumió un rol ejemplar en la lucha contra la pandemia, creando conocimiento sobre el virus, produciendo equipamiento e insumos. Pero esto no fue el resultado de una política pública que se lo haya propuesto. El presupuesto universitario continuó siendo insuficiente, fragmentado y absorbido casi totalmente por los salarios del personal. No hay criterios claros, perdurables y transparentes de financiamiento para el desarrollo universitario, que articulen el quehacer de las casas de estudio con las políticas nacionales y regionales.
Pareciera entonces que un debate serio acerca de la universidad que necesitamos para un país que va hacia el desarrollo debería definir una política pública nacional activa, que hilvane todo lo bueno que hoy hay en la universidad, para potenciarlo. Que cada vez más jóvenes entren, permanezcan y se reciban de carreras de distintos tipos. Que sus docentes tengan reales oportunidades de proyectar una carrera académica, con cargos de mayor dedicación y posibilidades de formación doctoral.
Una política pública universitaria activa debería comenzar por fomentar la articulación de la universidad con la escuela secundaria a través de modelos de vinculación que garanticen el acceso y la permanencia de los estudiantes en los primeros años de la universidad.
Una política pública universitaria debería diseñar un sistema de becas estudiantiles de montos suficientes, con claridad y transparencia de criterios, y con especial énfasis en carreras estratégicas. También debería facilitar el cursado de los estudiantes, en carreras con una duración razonable, planes más flexibles, y posibilidad de articulación de trayectos entre instituciones.
Universidad, sin prejuicios ni ideologías
El perfil del estudiante universitario de hoy y del futuro busca nuevas opciones de formación. Además de los jóvenes, son los trabajadores y los profesionales que habiendo -o no- ido a la universidad, van a entrar y salir del sistema buscando actualizaciones para un mundo del trabajo en el que el conocimiento es central.
La política pública deberá promover carreras cortas y certificaciones orientadas a las necesidades estratégicas vinculadas al desarrollo socio-productivo de cada región; con capacidad de ser acumulables,bajo diversas modalidades, que permitan formación y actualización permanente.
Y finalmente, se necesitará decisión para colocar a la Argentina en un lugar de liderazgo en América Latina y el Caribe hacia la real y efectiva integración de los sistemas de educación superior, consolidando acuerdos internacionales con gobiernos y regiones del mundo para una mayor internacionalización de las universidades argentinas y las del mundo con argentinos.
Con una agenda de gobierno activa, hoy la universidad argentina puede ser parte de la solución a muchos de los problemas a resolver como sociedad. Para ello, será necesario asumir sus desafíos y reconocer el gran recorrido de más de un siglo en el que fue asumiendo un rol social clave en cada momento histórico del país.
*Doctora en Educación Superior, Investigadora CONICET, Fundación Alem