OPINIóN

La violencia como política en los Estados Unidos de Trump

El asesinato del activista de ultraderecha Charlie Kirk volvió a poner en evidencia la profunda asimetría de la política estadounidense actual. Donald Trump parece disfrutar del hecho para atacar a organizaciones de la sociedad civil que no le simpatizan.

Donald Trump
Donald Trump | AFP

PRINCETON El horrendo asesinato del activista de ultraderecha Charlie Kirk fue recibido con respuestas serenas y con tono estadista de parte de ambos lados del espectro político. Sin embargo, el hecho volvió a poner en evidencia la profunda asimetría de la política estadounidense actual. Muchas figuras prominentes de la derecha, incluido el propio presidente Donald Trump, pidieron sin más represalias contra la “izquierda radical”, sin que hubiera información concreta sobre el asesino o sus motivaciones.

Hace ya más de una década que Trump viene insinuando que la violencia política perpetrada por sus seguidores no solo es aceptable, sino que incluso podría ser recompensada. Entre los que indultó por su participación en la insurrección del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Estados Unidos, había muchos condenados por delitos violentos. Pero tanto Trump como muchos de sus acólitos no presentan esas acciones como actos violentos, sino como una legítima -e incluso patriótica- forma de defensa propia; como otros populistas de derecha, se retratan a sí mismos como víctimas perpetuas.

En redes sociales circularon algunas publicaciones de supuestos sectores de izquierda celebrando el asesinato de Kirk con una dosis de schadenfreude (disfrute por el sufrimiento ajeno), recordando que él había afirmado que las muertes por armas de fuego eran un precio aceptable por el derecho a portarlas. No obstante, en general, los comentaristas liberales se esforzaron por condenar la violencia y reconocer a Kirk como un interlocutor de buena fe con “gusto por el desacuerdo”. En cambio, del lado derecho, muchas voces prominentes pidieron represión -incluso evocando como modelo las prácticas ilegales del fundador del FBI, J. Edgar Hoover-, si no una guerra directamente.

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Más preocupante aún, el propio Trump parece disfrutar de la oportunidad como pretexto para atacar a organizaciones de la sociedad civil que no le simpatizan. Miembros de su administración ya habían declarado que el Partido Demócrata es una “organización terrorista doméstica”. Dado que Trump no ha mostrado ninguna contención a la hora de utilizar el poder del Estado federal contra individuos u organizaciones, la amenaza implícita de enjuiciar a la oposición debería ser una señal de alarma para cualquier demócrata (con “d” minúscula, no solo los del partido).

Además del uso abusivo de la ley, Trump ha alentado constantemente -o al menos tolerado con claridad- la violencia política: desde imaginarse disparándole a alguien en la Quinta Avenida, hasta alentar a sus seguidores a golpear a manifestantes, pasando por describir como “gente muy buena” a los racistas violentos que marcharon en Charlottesville, Virginia, o mostrarse dispuesto a dejar que su propio vicepresidente, Mike Pence, fuera linchado el 6 de enero de 2021 con tal de permanecer en el poder.

En democracias como Brasil, se ha podido sancionar a un presidente dispuesto a dar un golpe, como demuestra el juicio y la condena al exmandatario Jair Bolsonaro. En EE.UU., en cambio, no solo no se demostró que las acciones del 6 de enero tuvieran consecuencias: se permitió el regreso de Trump al poder, y este ha enviado un mensaje clarísimo de que quienes cometan violencia en su nombre pueden esperar impunidad. Incluso podrían ser glorificados y recibir funerales militares. Mike Johnson, presidente republicano de la Cámara de Representantes, se ha negado de hecho a colocar una placa en honor a los policías que defendieron el Capitolio, tal como lo exige una ley bipartidaria.

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Si el primer mandato de Trump estuvo marcado por una crueldad ostentosa, su actual administración está dedicando recursos significativos a la creación de un culto a la violencia. El asesinato de once personas en el mar, frente a las costas de Venezuela -sin justificación legal aparente-, fue compartido con regocijo en redes sociales. El Departamento de Seguridad Nacional utiliza habitualmente redes sociales para exhibir el sufrimiento de familias a las que se les arrebata brutalmente a sus seres queridos. Una de las publicaciones incluso muestra a agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) enmascarados, con cascos tipo Wehrmacht nazi.

Por supuesto, a Trump siempre le gustaron el espectáculo y los montajes para convencer al público de que estaba haciendo algo importante (basta recordar las carpetas gigantes que mostraba en televisión para “probar” que tenía un plan de salud inexistente). Pero ahora las imágenes que utiliza para cautivar a sus seguidores -y apuntalar una presidencia cada vez más impopular- son de sufrimiento real.

Algunos dirán que estas muestras de dolor sirven como elementos disuasorios. Pero no mostramos torturas en público porque creamos que eso reduce el crimen -aunque, pensándolo bien, Kirk llegó a pedir ejecuciones públicas transmitidas por televisión y, de ser posible, “sponsoreadas por Coca-Cola”.

Es probable que Trump termine por levantar todas las restricciones a sus seguidores. Después de todo, él mismo no muestra ningún freno en este segundo mandato: ya ni siquiera finge respetar la legalidad, mucho menos las normas sobre cómo tratar a los adversarios en una democracia. Probablemente crea que su conducta antidemocrática está justificada porque “el otro lado” usó el Departamento de Justicia para intentar meterlo preso. Entonces, lo “justo” ahora sería castigarlos con acusaciones como “fraude hipotecario”.

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Una vez más, Trump no aparece como el agresor, sino como la víctima. Y cuenta con todo un aparato industrial de agravios a su favor. Desde Fox News hasta la radio conservadora, sus propagandistas le dicen a la audiencia que tiene razón en sentirse resentida. El victimismo se convierte en justificación de la violencia.

Esto no significa que Estados Unidos se encamine hacia una guerra civil. Algunos pueden desearlo y sentirse preparados. Pero las encuestas muestran que una mayoría abrumadora se opone a la violencia política; y, como recordó el politólogo Brendan Nyhan, el apoyo a la violencia disminuyó luego del intento de asesinato de Trump en julio de 2024.

Aunque siempre renace la esperanza de que Trump se vuelva “presidencial” y busque unidad, todo indica que su comportamiento en la noche del asesinato de Kirk se repetirá: la polarización siempre fue su modelo de negocios político. Lamentablemente, en un momento en que su gobierno no cultiva el “gusto por el desacuerdo”, sino el gusto por la crueldad, es probable que algunos estadounidenses tomen ejemplo de él.

Jan-Werner Mueller, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Princeton, es autor del libro Democracy Rules (Farrar, Straus and Giroux, 2021).

Copyright: Project Syndicate, 2025