OPINIóN
NFT

Marineros, gatos y arco iris, boom millonario de memes y bitcoins

El para muchos enigmático mundo del blockchain y las criptomonedas ha producido obras de arte digital únicas que se subastan por cientos de miles de dólares.

20210523_nft_memes_bitcoins_cedoc_g
Obras populares. Muchas de las imágenes que se convierten en NFT se hacen famosas entre el público no especializado, en particular aquellas que ya tenían una vida pública propia como meme o se habían viralizado. | cedoc

Hay que ser valiente para intentar explicar de qué se trata Bitcoin. Algunos economistas consultados para este artículo se excusaron y reconocieron que es difícil poner en palabras sencillas cómo funcionan las criptomonedas. Y algo parecido sucede con los Non Fungible Tokens (NFT o token no fungible), las unidades de data que están detrás del furor millonario por las obras digitales en el mundo del arte.

Títeres. Por suerte, este reportero conversó con Alfredo Roisenzvit, profesor de Crypto y Blockchain en la maestría de Finanzas de la Universidad de San Andrés, quien aceptó describirlo prácticamente con títeres.

Es posible que las criptomonedas estén pasando por un momento de desvalorización en estos días, pero también es cierto que ya están instaladas en la economía global y no parece que vayan a desaparecer, más bien lo contrario.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Bitcoin, o cualquier otra similar, “es oro digital que podés tener guardado en tu celular y que nadie te puede tocar”, sintetiza Roisenzvit. Se trata de un invento electrónico a base de unos y ceros que, en efecto, se está convirtiendo en una aceptada “moneda” de pago, más allá de las travesuras de Elon Musk en los últimos días.

Roisenzvit sugiere que, “para entender el bitcoin hay que entender cómo funciona el dinero”. En ese sentido, añade, “el dinero no es un invento del estado, sino de la humanidad”, desde los tiempos en que nuestros antepasados necesitaban intercambiar sus sobrantes de zanahorias por los conejos o cerdos que ya no quería su vecino.

Obviamente que una zanahoria no valía lo mismo que una vaca, por lo que algunos astutos se dieron cuenta de que el trueque debía sofisticarse y aplicar un elemento en el medio, divisible, que sirviera para tratos más justos y posibles.

Así se pasó por los granos, la plata o el oro. Hasta que otros astutos antepasados decidieron que era momento de crear un símbolo universal que pudiera ir más allá, ser más cómodo y flexible.    

Entretanto la humanidad, explicó a PERFIL el profesor de la Universidad San Andrés, “empezó a evolucionar hacia actividades económicas más complejas, como préstamos, garantías o alquileres, lo que generó la necesidad de establecer confianza entre las partes”.

La forma para generar esa confianza, de hacer más difícil estafarse los unos a los otros en operaciones económicas, “fue producir un árbitro, que en un primer momento fueron los príncipes y terminaron siendo los estados”, señaló.

Como parte de ese proceso, sigue, “los gobiernos tomaron la potestad de emitir el símbolo, en su capacidad de árbitros, y en vez de usar el oro propiamente dicho, empezaron a imprimir papeles que ‘valían’ el oro”.

“Y luego se dieron cuenta de que era más fácil hacerlo sin el respaldo del oro”, se queja Roisenzvit antes de pasar revista a tantos problemas modernos como la inflación y la corrupción que terminaron derivando de esa decisión.

Papel y símbolo. La cuestión es que, desde la aparición del dinero como un papel-símbolo se hizo necesario crear registros de las operaciones, para evitar estafas y otras situaciones desagradables, dando nacimiento al arte de la contabilidad, los famosos “debe” y “haber”.

“Hoy tenés un libro donde anotas quién tiene cuanto, un símbolo que sirve para los intercambios que se anotan en ese libro, y un árbitro, que es el gobierno”, resume el profesor.

Y, finalmente, llegando al punto de las criptomonedas, Roisnezvit afirma que Bitcoin representa “la primera vez en la historia de la humanidad en que la informática permite prescindir del ‘árbitro’”, es decir, del estado.

“Yo puedo confiar perfectamente en que si le mando diez símbolos a Pedro el sistema se lo ‘anotará’ a Pedro y que eso es inviolable, inmodificable, que no habrá forma de ‘coimear’ al ‘árbitro’” para poder perjudicar a una de las partes, o de que “el ‘árbitro’ te robe la pelota”, concluye.

El hecho de que las criptomonedas se basen en un sistema del que participan cientos de miles de personas en todo el mundo almacenando, ordenando, chequeando y comprobando electrónicamente las operaciones de compra y venta permitió también una revolución en el mundo del arte. Un fenómeno que, al igual que Bitcoin, es democratizador, refrescante... y asusta un poco.

Arte. Tras la estela de esta explosión llegaron al estrellato las NFT, o unidades de data (una especie de eslabones de esta cadena infinita, o blockchain) que se “anotan” en los “libros de contabilidad” electrónicos. Gracias a las cualidades del sistema, cuentan con la capacidad de certificar que un elemento digital es único.

Se trata del novio perfecto para las obras de arte, elementos desde siempre amenazados por las falsificaciones. Así fue como, en el altar de la informática, las NFT son las que bendicen la autenticidad de elementos como fotos, videos, videojuegos, memes, tweets, registros de audio o cualquier otro tipo de archivo digital.

Antes de que el mundo pudiera digerir la novedad, una nueva ola de creadores electrónicos salió al ataque ofreciendo y “vendiendo” sus obras -también difíciles de digerir para las generaciones que ven al arte como algo que se puede colgar o exhibir en un aparador- en un mercado virtual ansioso de invertir sus millones de dólares.

El “vendiendo” de más arriba fue entre comillas porque, en realidad, lo que el artista vende es el NFT y no la “obra” en sí. Una obra que, de todos modos, puede -y suele- permanecer online, donde todos pueden verla y, si quieren, bajarse una copia a la computadora o imprimirla (y colgarla en la pared, claro).

Lo que el comprador está adquiriendo es un montón de código informático que define, de manera prácticamente inviolable, que es el “dueño” de la obra producida por el artista electrónico, y esa propiedad queda registrada en los “libros” de blockchain de forma similar a las operaciones con criptomonedas.  

Es como si el lector pudiera comprar, invirtiendo uno o varios camiones blindados llenos de euros, un papel que le asegure de manera incontrastable que es el feliz poseedor de La Gioconda, incluso cuando la Mona Lisa siga sonriendo en el Louvre.

Novedad. A mediados de mayo, el New York Times publicó un larguísimo reportaje sobre el nuevo arte digital, un testamento a la resonancia de esta revolución. Allí se puede conocer la historia de Victor Langlois, un “criptoartista” de apenas 18 años que, frente a la mirada del reportero del diario estadounidense, Clive Thompson, vendió su cuadro digital “The Sailor” en una subasta en el sitio especializado SuperRare, en nada menos que 80.000 dólares en Ethereum, una de las más populares criptomonedas.

La familia de Victor había llegado a Estados Unidos desde El Salvador y hasta hace poco el artista dormía en el “basement” de la casa de su abuela, que cada tanto bajaba las escaleras para reprocharle que sus obras de arte eran “horribles”.

Con lo que empezó a recaudar online con esas “obras horribles”, Langlois dejó de ser pobre, se mudó desde Las Vegas a Seattle y salió del closet como trans. En su “billetera” de SuperRare tenía -mientras era entrevistado- algo más de 109.000 dólares, producto de “The Sailor” y la venta de otra de sus producciones digitales.

Fama. Entre las incontables obras cuyos NFT pasan de mano cada día, algunas se hacen famosas entre el público lego, en particular aquellas que ya tenían una vida propia como meme o se habían viralizado.

¿Se acuerdan de la Disaster Girl (la Niña Desastre)? Es una fotografía que Dave Roth tomó de su hija Zoe en el 2005, y en la que se veía a la niña, de entonces cuatro años, delante de un edificio en llamas en la ciudad de Mebane, en el estado norteamericano de Carolina del Norte.

La foto durmió en la computadora de Dave hasta el 2008, cuando postuló la imagen a un concurso online sobre “capturas de emociones”. La sonrisa entre pícara y perversa de Zoe se ganó una mención en el certamen y la publicación en el website de una revista especializada en fotografía digital. Desde allí saltó a la fama infinita de internet a través de los memes que aprovechaban el gesto ambiguo de la pequeña para hacer comentarios sobre cualquier tema, desde Justin Bieber al coronavirus.

A fines de abril se informó que Zoe -que no tuvo nada que ver con el incendio- decidió poner la foto a la venta en forma de NFT y logró venderla en la friolera de 180 Ethereum, unos 455.000 dólares al momento de la preparación de este artículo.

La joven Roth, que tiene ahora 21 años, dijo que utilizará ese dinero para pagar su crédito de estudiante y donará el resto a organizaciones de caridad. En declaraciones al New York Times, que evidentemente está a full con el tema, Zoe afirmó que “la forma en que internet se enganchó con mi foto, la mantuvo viral y relevante, es una locura para mí”.

Otros grandes éxitos del nuevo arte digital son Nyan Cat del creador Chris Torres, un gatito de cuerpo cuadriculado y combinado con un arco iris, en estética de videojuego vintage y música de anime japonés. La animación se vendió en unos 600.000 dólares.

Sonriente, Torres le decía en marzo a una reportera de la cadena estadounidense CNBC que, a su juicio, “los memes son la próxima gran cosa” en el mundo del arte y las inversiones. “Creo que el espacio de los NFT ya estaba listo desde hace tiempo” para explotar, afirmó el animador, que incluso acuñó un neologismo para este fenómeno: “memeconomy”.

Peligros. Otros personajes involucrados en este ambiente sonríen menos y advierten que el fenómeno puede ser también una trampa. Por ejemplo, un informe de Technology Review, el magazine online del Massachusetts Institute of Technology (MIT), señaló que muchos artistas “se están lanzando a un mercado que pagará miles de dólares por su trabajo”, pero también se topan con “estafas, preocupaciones ambientales y el frenesí de las criptomonedas”.

“Las NFT se convirtieron en un tema ineludible para cualquiera que se gane la vida como creativo online, lo que provocó una urgencia por comprender un concepto que está profundamente inmerso en la jerga de las criptomonedas y la tecnología blockchain”, señala Abby Ohlheiser, la autora del artículo del órgano del MIT.

“Algunos prometen que las NFT son parte de una revolución digital que democratizará la fama y dará a los creadores el control de sus destinos”, pero otros “señalan el impacto ambiental de las criptomonedas y se preocupan por las expectativas poco realistas establecidas por la noticia de que el artista digital Beeple vendió un compilado de sus obras”, en formato JPG “por 69 millones en una subasta de Christie”.

En ese sentido, el artículo de Thompson en el Times destacó también que, “desde que estalló la manía hace seis meses, los beneficiarios de esta proliferación ilimitada de NFT son, cada vez más, personas que ya son ganadoras en la economía” mediática moderna, “desde celebridades y marcas tradicionales hasta personas comunes que venden un meme que generó miles de millones de clics”.

Paris Hilton, recordó el diario neoyorquino, “vendió una serie de NFT de imágenes digitales por más de un millón, los Golden State Warriors subastaron NFT de una colección de memorabilia digital, y el tipo que tomó la famosa foto de un sándwich de queso del Fyre Festival está vendiendo un NFT de su tweet con la imagen para pagarse un trasplante de riñón”.

Futuro. ¿Quiénes serán los que marquen el camino en este mercado del arte digital y NFT? ¿Paris Hilton o los cientos de artistas como Victor Langlois? Coleccionistas, creadores y galeristas en todo el mundo esperan ansiosamente las nuevas tendencias para decidir a dónde derivar los millones de dólares que se invierten en objetos únicos -reales o digitales-, que figuran entre las apuestas favoritas en estos tiempos de zozobra económica.

En todo caso, algunas cosas siguen sin cambiar desde hace siglos, por ejemplo, que “el valor del arte es algo muy subjetivo”, recuerda Maximiliano Hinz, director de operaciones para América Latina de Binance,  importante plataforma de comercialización de criptomonedas.

Consultado sobre las chances de que el mercado digital permita a los artistas esquivar la necesidad de ser “canonizados” por la prensa especializada y los galeristas para consagrarse, Hinz admite que, “en el caso de los NFT, eso no va a cambiar”. Sin embargo, matiza, les va a resultar “más fácil exponerse al mundo sin miedo a que alguien le robe la autoría de una imagen”.

En cuanto a los precios exorbitantes, Hinz le dijo a PERFIL que “son valores que acepta el mercado”. Pero al mismo tiempo, agrega, en ese proceso “los compradores están haciendo algo mucho más grande, que es validar el modelo de NFT”.

Con una lógica que no es ajena al mundo del arte “tradicional”, el ejecutivo subrayó que “si nadie pagase por un tweet o un meme cientos de miles de dólares, entonces no habría lugar para que se transaccione otras obras, no porque la tecnología no sirva, sino porque no habría tenido ningún tipo de repercusión previa que le cause interés a los artistas o propietarios de las obras”.

Al fin y al cabo, el impulso detrás de la compra de un cuadro de moda en una galería coqueta en el “mundo real”, o de la adquisición online de un meme en forma de NFT, descansa en ambos casos sobre el mismo concepto: ser dueño de algo “único” que, por muchas razones -algunas de ellas insondables- es deseado por mucha gente, personas que quieren contar con los “bragging rights” o los “derechos de fanfarronear” con esa propiedad, describe Roisenzvit.

Y si bien “la materialidad está sobrevalorada”, afirma el profesor de Crypto y Blockchain, también es cierto que si todos fuéramos Andy Warhol nos haríamos ricos colgando una banana en la pared. O en internet.

*Periodista. Ex corresponsal de ANSA  en Washington.