OPINIóN
23 AÑOS SIN CABEZAS

La fortuna de los culpables

Con las condenas casi cumplidas, los asesinos del reportero gráfico salieron en libertad antes de lo esperado. La única herramienta contra la impunidad es, entonces, no olvidarse de Cabezas pero tampoco de ellos.

19-05-2018 yabran
Yabrán junto al entonces jefe de Gabinete Jorge Rodríguez. | Cedoc.

Tez clara. Cabello abundante, corto, ondulado. Cejas pobladas, ojos claros. Nariz algo caída. Labios finos. Barba incipiente. Poner en palabras el icónico retrato de José Luis Cabezas es describir, en líneas generales, a cualquier hombre de entre treinta y cuarenta años, con posible ascendencia española o italiana (en su caso, la primera). Mostrar, sin mediar palabras, su imagen es sumar a su historia personal el recuerdo de los vertiginosos años ’90, los veranos faranduleros, la impunidad de las mafias y las fuerzas de seguridad corruptas, el encubrimiento político y el punto de inflexión en que se convirtió uno de los crímenes que mayor impacto tuvieron en la opinión pública argentina.

Para los periodistas de cierta edad, hablar de José Luis Cabezas se divide entre las anécdotas de redacción y lo que vino después. Para los que llegaron más tarde a trabajar en el periodismo gráfico, Cabezas es una suerte de mito contemporáneo. Son pocos los que compartieron años de trabajo con él y todavía están en las redacciones.

Explicar la secuencia de fotos que expuso al empresario Alfredo Yabrán, autor intelectual de su muerte, es también hablar de otro mundo. En un verano que no sabía de influencers ni famosos de canje, la dupla José Luis Cabezas-Gabriel Michi hacía guardias durante horas para dar con el misterioso hombre al que muchos tildaban de “mafioso” pero pocos conocían en verdad.  En una de ellas, el fotógrafo fingía retratar a su esposa y amigos: sobre sus hombros, más lejos, caminaban Yabrán y su mujer.

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Cuentan que la definición de Cabezas sobre esas imágenes fue sólo un “espectacular”. Acto seguido, todo el material se envió a Buenos Aires por micro. Lo siguiente: la tapa de Noticias, el lamento de Yabrán y una amenaza velada, “sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro”.

De acuerdo con la versión judicial, Cabezas murió un año más tarde a manos de una banda de delincuentes integrada por civiles y oficiales de la Policía Bonaerense. El instigador fue Gregorio Ríos, custodio de Yabrán. Se presume que fue el autor intelectual: el empresario que se jactaba de tener poder,  impunidad y línea directa con la Casa Rosada se suicidó en Entre Ríos, alertado de que las fuerzas de seguridad lo iban a detener. Pasó su últimos días escondido en su estancia de Aldea San Ignacio.

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Las pruebas judiciales dieron cuenta de la planificación del secuestro y el homicidio. La logística del crimen fue seguir a la familia de Cabezas en Pinamar, secuestrar a José Luis, golpearlo, llevarlo esposado hasta General Madariaga, ejecutarlo de rodillas y prender fuego su cuerpo.

Salvo el comisario Alberto Gómez –responsable de liberar la zona-, el resto de los acusados fue condenado a cadena perpetua. Ríos fue uno de los primeros en recuperar su libertad. "Yo fui a la cárcel porque el que tenía que ir es Don Alfredo", decía años más tarde en los medios. Como Ríos, los expolicías Gustavo Prellezo, Aníbal Luna y Sergio Camaratta también redujeron sus condenas. Prellezo fue beneficiado hace años con prisión domiciliaria por sufrir dolores de espalda y se prepara para ejercer como abogado en Buenos Aires (agotará su pena en 2022). Luna volvió a vivir en General Madariaga. Camaratta murió en 2015: en sus últimos años de vida, trabajaba en una empresa de seguridad que operaba en Pinamar, Cariló y Valeria del Mar. De la banda de Los Hornos, sólo viven Horacio Braga, José Auge y Gustavo González. Braga fue noticia hace algunos años: cercano a la agrupación de exconvictos Kabrones, participó de algunos actos políticos en La Plata. Auge volvió a La Plata. González obtuvo su libertad condicional en 2015. Diez años más tarde, fue detenido por integrar una banda de venta de drogas conocida como “La Breaking Bad”. Héctor Retana murió en 2001. Apenas cinco meses después del homicidio de José Luis, los cuatro delincuentes pidieron “perdón” a la familia del reportero, con una carta dirigida a sus padres. Revelada por PERFIL, en la nota los delincuentes aseguraban, con cierto cinismo, haber sido engañados por la Policía.

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La causa cerró así la investigación sobre el crimen de Cabezas. Poco se dijo sobre el encubrimiento político en la etapa inicial del caso. ¿Por qué el entonces presidente Carlos Menem se negaba a reconocer el carácter “político” del crimen? ¿Cómo llegó Yabrán a reunirse con el jefe de Gabinete Jorge Rodríguez en Casa Rosada? Ante los fotógrafos, hasta posó con un cartel en el que pedía “No se olviden de Cabezas”.

Desde hace años, cada aniversario encuentra a familiares, amigos y excompañeros compartiendo el mismo reclamo: los responsables están libres. Habrán agotado sus tiempos en prisión pero la condena social no siempre entiende de plazos ni de aparentes reinserciones. En ese caso, ¿es posible un ejercicio real del perdón? ¿A quién le corresponde?

Quienes teorizan sobre la formación de la memoria histórica destacan, además de la importancia de construir recuerdos, la permanencia y circulación de los relatos sociales, las historias que dan sentido a esas huellas colectivas. Recordar a Cabezas sin hablar de quiénes fueron responsables de su infortunio está lejos de asegurar la justicia. De buscar la verdad. De sostener la memoria.