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Guernica, Cristina, Alberto y el busto de barro de Néstor Kirchner

La represión ante una problemática social es uno de los desgarramientos del Presidente que atenta contra la memoria del "Nestornauta".

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Caravana en Congreso homenaje a Néstor Kirchner. | Néstor Grassi

¿De qué está hecho un expresidente? Un expresidente vivo es un jarrón chino en un monoambiente, como bien experimentaron Cristina Kirchner primero y Mauricio Macri ahora. Uno que ya pasó al bronce es otra cosa, mezcla de recuerdo colectivo y construcción social. Ahí están los archivos para revisar los botellazos verbales que recibían Arturo Illia o Raúl Alfonsín cuando salían del gobierno y las elegías que les dedicaron, desde los mismos medios que los lapidaban, después de su muerte. Hasta De la Rúa tuvo su rescate emotivo, impulsado en parte por un macrismo que tampoco pudo lograr encontrarle un logro o una virtud después de dejar el poder, acaso a modo de autocrítica.

Mientras tanto espera su reivindicación Carlos Menem, que más bien necesita una larga biografía. ¿Cómo se cuenta la historia de Menem? De nacer en el medio de la nada a miembro de la resistencia peronista, de abogado sindical subido al avión negro de Perón a gobernador, de preso en la dictadura a personaje de la farándula en los 80, de presidente a traidor del justicialismo. Domó la hiperinflación y durmió el aparato productivo. Instaló la convertibilidad y la corrupción. Enterró al partido militar (y a los muertos de la AMIA, de la Embajada, de Río Tercero, a su propio hijo). Dejó el poder, estuvo preso, no pudo volver. Y ahí anda, todavía senador, instagrameando a la espera del juicio de la historia, rescatado apenas por libertarios irónicos y por memes que se remontan a la estratósfera. Su busto, como pide el poeta Martín Rodríguez, no es de bronce: podría estar hecho de imanes de delivery en heladeras compradas en cuotas, de llaveros de Disney y primeros celulares y primeras computadoras, de rieles de ramales que pararon y cerraron, de vigas de fábricas abandonadas. Merece una serie que lo narre, pero una buena, no de las que sube Netflix. Una de HBO con varias temporadas, pero no va a pasar. Nosotros merecemos que responda ante la justicia y que no se lleve algunas verdades a la tumba, pero tampoco va a pasar.

Otra historia que merece ser contada es la de Eduardo Duhalde. Bañero de pileta de barrio, intendente de Lomas de Zamora, gobernador bonaerense mil veces acusado de narcotráfico (el de la mejor policía del mundo, el de la muerte de Cabezas y de la masacre de Ramallo, esos muertos que dice que le tiraron). Y presidente por una carambola a tres bandas, a cargo de resolver la peor crisis de la historia argentina. ¿Por qué no están contados esos 17 meses de frenesí en casi ningún lado? Existen sus Memorias del incendio, pero están incompletas. Falta contar a Duhalde viendo un río con peces en Olivos, a Remes Lenicov durmiendo en los altillos con humedad del Banco Nación, faltan responsables por Kosteki y Santillán. Falta la historia de cómo cuatro almaceneros gallegos y tanos (Todesca, Remes Lenicov, Pignanelli, Lavagna) la dieron vuelta en año y medio y se fueron a su casa, como unos Simuladores de la devaluación asimétrica. No dejaron un país devastado como dice el kirchnerismo ni todo arreglado como vende la oposición. Licuaron a los jubilados, pesificaron a los ahorristas, reprimieron, pero la dieron vuelta. Duhalde se fue a pescar escualos y nunca pudo volver a ganar una elección, pero ahí tiene su medalla de piloto de tormentas en la repisa.

Así fue el velorio y la despedida de Néstor Kirchner, en 27 imágenes

Y después está Néstor Kirchner, a quien le caben las generales de la ley: lapidado en vida, elogiado después de la muerte. Pero además es objeto mítico. Como Perón antes, todavía vive en los miles que lo siguen, por lo que hizo en vida y por lo que vino después. Apenas días después de morir ya era remera, graffiti, Nestornauta. Una leyenda que se construyó el cabezazo que le pegó a una cámara el día de la asunción por tirarse encima de la gente, en la bajada de los cuadros y la no represión de la protesta social, en la pelea con la Corte menemista y el conflicto con el campo, en agrandarse en las victorias y no achicarse en las derrotas. Un mito que no terminan de derribar ni la corrupción, ni los muertos (Cromañón, Once, La Plata) ni los errores posteriores. Néstor les deja a sus seguidores la recuperación de la política, esa pasión que lo consumió porque no la pudo dejar ni siquiera al borde de la muerte. Se consumió antes de apagarse lentamente, y nos dejó esto.

Pero la historia no es inamovible, cambia con el pasar de los años, es terreno de batalla política y cultural. El paradigma actual modifica la perspectiva del pasado. ¿Cómo será el recuerdo de Néstor Kirchner en 20 o 50 años? ¿Cuántas de las calles, escuelas y hospitales que se llamaron Néstor Kirchner van a seguir con ese nombre? ¿Qué pasará con esas estatuas feas feas que le hicieron? Su legado parece bastante menos brillante hoy que en 2010, en buena parte por la crisis que vino después de fumarnos los stocks de los superavits gemelos (Cristina) y del desendeudamiento (Macri). De la salida de esta crisis depende que se lo recuerde como un procer o un despilfarrador.

El legado de Néstor Kirchner, en juego. Foto: Néstor Grassi.

La carta de Cristina y el busto de Néstor

El peligro de ese legado explica la carta abierta de Cristina Kirchner. Siempre llena de capas de sentido, con 45 millones de análisis, una de las posibles lecturas del texto de la vicepresidenta sería "ojo que se están rifando el legado de Néstor, que es el mío". Por algo lo publicó en la víspera. Más allá de la ficción política y la sobreinterpretación, CFK entiende que un derrumbe por la mala administración de Alberto Fernández no la dejaría indemne. Arrastraría consigo el busto propio, y el de Néstor. La carta habla de la debilidad del gobierno, sí, y acierta en ese punto: Fernández pensó que heredaba un 2003 con la macro más o menos ordenada, pero le tocó un 1989 de conflicto social, crisis política, inflación, devaluación y, de yapa, una pandemia inédita. Néstor tuvo audacia pero también mejores condiciones a su favor. Es difícil reconstruir la autoridad presidencial sin un mango, con ministerios loteados y francotiradores sueltos en tu propio espacio.

De cualquier forma, los lamentables hechos de hoy en Guernica son el reverso nestorista: fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Reprimir el conflicto social en lugar de buscarle soluciones se suma a una larga lista de desgarramientos que Alberto fue dejando en el camino, desde la violencia policial en cuarentena a la demora con el aborto, del cajoneo del impuesto a las grandes fortunas a la inacción ante los incendios, de la mala praxis económica a la mala praxis contra el coronavirus. El Gobierno está concentrado en aguantar, en pasar el verano y esperar a que vuelvan a llover los dólares, pero el tiempo no termina de pasar y le entran todas las piñas. Cristina lo entendió y cedió. Resta ver si Alberto consigue tiempo, o al menos logra volver a esos principios, antes de que el busto de Néstor se haga de barro.

 

FF/FeL