Hace unos días Juan Grabois describió la situación de la Argentina como de “mecha corta”, haciendo clara referencia al cuadro económico y social que nos dejan cuatro años de macrismo. La frase rebotó en los medios pero en lugar de interpretarla como una fundada preocupación sobre la urgencia social que vive el país, quisieron verla como parte de los culebrones de internas que fabulan a diario sobre un gobierno que aún no asumió.
Cuando Alberto anunció el Plan Argentina contra el Hambre afirmó que el tema era la obsesión que compartían con Cristina y que no se podía estar en paz con semejante flagelo. Al hacerlo no sólo estaba lanzando un plan, sino que estaba fijando las prioridades del próximo gobierno. La realidad es que todos los indicadores muestran que las urgencias sociales y económicas no dan margen para seguir esperando resultados recién en un mediano o largo plazo. Durante el macrismo cerraron más de 20 mil empresas y otras tantas que están en situación de quiebra necesitan respuestas urgentes. El desempleo se duplicó mientras que el salario real disminuyó alrededor de 20%, lo mismo sucedió con las jubilaciones. Cuatro millones nuevos de argentinos entraron en la pobreza y un millón en la indigencia.
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Al mismo tiempo la desigualdad creció. Es decir que la crisis no fue igual para todos, e incluso un pequeño sector de la sociedad se benefició. Por eso la brecha entre el 10% que más gana y el 10% de menores ingresos pasó de 16 a 20 veces durante el gobierno de Cambiemos. Una verdadera redistribución negativa del ingreso.
Una sociedad empobrecida y más desigual es el caldo de cultivo para la violencia social, que hoy todos vemos en aumento. Pero curiosamente los mismos que diseñan y ejecutan las políticas que aumentan la insatisfacción de necesidades elementales, pretenden convertir a las víctimas en victimarios, demonizar a las organizaciones y los referentes sociales y señalar a los empobrecidos como responsables del estancamiento argentino. Mientras que se quejaban de la vagancia y la falta de una supuesta “cultura del trabajo”, se llenaron los bolsillos con operaciones financieras ejecutadas desde una computadora y sin generar un solo puesto de trabajo concreto.
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Para terminar con la “fiesta populista” que derramaba demasiado consumo hacia abajo, instauraron la “fiesta neoliberal” que consistió en fugarse más de 84 mil millones de dólares, con ganancias financieras siderales en el medio, y dejarle la cuenta a pagar al próximo gobierno. Entre 2020 y 2023, sólo en moneda extranjera, Argentina tiene compromisos de deuda por 113.603 millones de dólares (excluyendo deuda intra sector público). El 85% de esos pagos corresponden a vencimientos de deudas tomadas durante los cuatro años de gestión macrista. Y como lo evidencia el desopilante documento económico que se filtró hace unos días, lo que para la economía argentina fue un crimen para ellos fue un éxito.
¿Quién va a pagar esta fiesta? ¿Las mismas víctimas del macrismo? ¿Los trabajadores con más reducción de salarios? ¿Se va a pagar con más ajuste? ¿Podemos pedirle al pueblo argentino más sacrificio del que hizo en estos cuatro años? Claramente no. La mecha es corta porque el daño que produjo Macri es inmenso. Repararlo es la garantía para que la paz sea el marco en que pueda celebrarse y ejecutarse el nuevo contrato social que necesitamos para salir otra vez del infierno. No hay margen para otro camino.