OPINIóN
Pandemia de Coronavirus

Por qué salir de la cuarentena es una opción falsa

Eso de lo que antes podíamos distraernos, o que quedaba oculto por el "acelere" del día, querramos o no, ahora aparece ante nosotros sin darnos escapatoria.

Aislamiento coronavirus
Aislamiento | Free-Photos / Pixabay

Más allá de cuál sea nuestra opinión sobre las decisiones médicas, políticas y económicas que en este tiempo han conmovido nuestras vidas, no hay dudas que debimos acomodarnos a una nueva realidad. Una realidad que a partir del distanciamiento físico obligatorio producto del coronavirus y los desequilibrios emocionales que trae aparejados, genera cambios cuya magnitud se verá con el tiempo.

Como nunca antes, todos estamos atravesando por la misma situación y nadie resulta inmune a las consecuencias. Será una ilusión, entonces, tratar de ahorrarnos el malestar que todo esto genera, por eso, lo que podría permitirnos recorrer este sinuoso camino de la mejor manera posible, será la actitud que tengamos frente a aquello que se nos impone. Al igual que el árbol en la tormenta, nuestra flexibilidad para adaptarnos a las inclemencias que arrecien nos permite permanecer de pie y “doblarnos” sin llegar a caer.

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Vemos, sin embargo, que se configuran diferentes modalidades: aparecen los hipercríticos a quienes no le viene bien ninguna medida, los que se la rebuscan de algún modo, los negadores que actúan como si nada pasara, los cómodos a los cuales la cuarentena les vino “como anillo al dedo”…Cada cual, en función de su historia, pone en práctica los mecanismos que puede.

Encontramos en el Psicoanálisis (1) un gran aporte para intentar comprender lo sucedido por estos días. Quienes analizaban a sus pacientes durante períodos de crisis social, tuvieron la necesidad de reflexionar y teorizar sobre ello, y llegaron a comprender que las ansiedades y temores vivenciados en momentos de crisis, reeditaban y encubrían conflictos individuales preexistentes.

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Las situaciones de crisis profundas (personales o sociales) en alguna medida nos ponen frente a la necesidad de hacernos cargo de nuestra propia realidad. Si antes culpábamos a “los otros” o a la “mala suerte” por nuestro malestar, o justificábamos algo diciendo que seguramente los demás “la tienen más fácil”, ahora esos argumentos no sirven. La gravedad del período que atravesamos nos pone frente a un desafío: elegimos sentirnos impotentes o intentamos elaborar, alcanzando un mayor nivel de maduración, aquello que se presenta necesario.

Quedarnos “en casa” las veinticuatro horas, sin compromisos ni actividades, metidos en el callejón sin salida de nuestro ser interior, hace  aparecer miedos, angustias, ansiedades, y también tiene la particularidad de lograr tamizar y dejar expuestas nuestras antiguas y ya conocidas dificultades.

 

 

Eso de lo que antes podíamos distraernos, o que quedaba oculto por el “acelere” del día, querramos o no, ahora aparece ante nosotros sin darnos escapatoria. Tanto tiempo libre lleva a que surjan cuestionamientos, preguntas y recuerdos sobre nuestra vida personal y nuestros vínculos que antes, en un instante de autenticidad, nos llegábamos a hacer.

También, vemos que el pánico y la fobia social han llegado a inundar las calles y se agigantan dentro de nosotros. Si bien estaban presentes desde hace tiempo, podemos pensar que tomaron impulso al encontrar –como ahora– las condiciones propicias. Basta estar a menos de un metro de la persona que está delante en una cola, o ver cómo nos mira el vecino al pretender compartir el ascensor, para sentirnos rechazados y perseguidos. Aunque comprensibles dichas actitudes, dado que todos queremos cuidarnos, es casi inevitable no sentirse mal.

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Vemos entonces que el panorama se nos presenta un tanto complejo…Por un lado, la convivencia con nosotros mismos nos expone a dificultades personales que teníamos ya antes de la pandemia, pero seguramente no advertíamos. Por el otro, la sociedad en su conjunto -en la cual estamos incluidos- saca a relucir aquello que estaba oculto tras el materialismo, el individualismo (o mejor dicho personalismo), y una profunda crisis de valores.

Nos guste o no, por el momento nuestra realidad se convulsionó como el mar en una tormenta, provocando malestar en cada uno de nosotros. Frente a ello, tal vez el cariño y la curiosidad podrían ser faros que nos guíen para evitar encallar o naufragar sin rumbo ante la incertidumbre de estos días. El cariño podría ayudarnos a ver más allá de nuestras narices, alejándonos del enojo y la queja que nos ciega. La curiosidad, por su parte, nos permitirá descubrir misterios que mantengan viva la llama y nos distancien de las rocas que apagan nuestra pasión.

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La pregunta que habitualmente surge es ¿cómo se sale de la cuarentena? Pero…pensamos, sin embargo, que aunque resulte entretenido realizar pronósticos y dar recetas, quizá lo más cauto y maduro sea reflexionar sobre cómo ingresamos a ella y sobre cuál resulta ser nuestra actitud ante lo que nos toca vivir.

Tal vez, si nos tomamos enserio la situación que transitamos y nos planteamos cambiar lo que ya no andaba bien, podremos salir de la mejor manera posible. Ello implicará, sin duda, aceptar que es imposible “salir” sin haber perdido algo, sin sufrir una merma, pero con la posibilidad latente de elaborar lo que se hace necesario.

 

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(1) Imaginemos por ejemplo a Sigmund Freud, cuyos hijos pelearon en la guerra, fue perseguido por ser judío, exiliado de su país y sus hermanas murieron en campos de concentración. O también a Melanie Klein, una analista Británica que trabajaba mientras Londres era bombardeada por ataque relámpago de las fuerzas aéreas Nazis.