OPINIóN
Elecciones 2019

Los desafíos económicos del próximo gobierno

Tendrá que resolver el desfasaje entre ingresos y gastos del sector público, la deuda externa y la deuda en pesos del Banco Central con el mercado financiero local.

Candidatos presidente 2019
Candidatos a Presidente. | CEDOC.

La nueva administración que asuma en diciembre tendrá tres difíciles escenarios que afrontar:

  1. Resolver el histórico desfasaje entre ingresos y gastos del sector público y de la sociedad en su conjunto -que es el origen y la causa de los otros dos escenarios-
  2. La deuda externa
  3. La deuda en pesos del Banco Central con el mercado financiero local. De todos ellos, lograr el equilibrio entre gastos e ingresos del Estado y de la sociedad en general, un trauma que la Argentina arrastra desde hace por lo menos 70 años, aparece como el escollo más difícil de sortear. Por esa razón, vamos a explayarnos en su evolución durante los últimos años cuantificándolo en números gruesos.

Bien se puede señalar que el kirchnerismo le entregó a Macri un país con un desfasaje en torno a 30 mil millones de dólares anuales entre déficit público consolidado (en Nación, provincias y municipios) y desajustes sectoriales en tarifas y transporte (y actualmente también en combustibles), que el gobierno del PRO elevó a 40 mil millones con la reparación histórica a los jubilados y con los nuevos planes sociales, subsidios y otros beneficios que adosó al Estado. Ese desfasaje se financió primeramente con el blanqueo de capitales y luego con crédito interno y externo.

A mediados del 2018 y ante un cambio de rumbo de los flujos financieros internacionales en detrimento de los países emergentes, la Argentina se quedó sin crédito externo para atender sus erogaciones corrientes y sus compromisos financieros. Haber dejado bruscamente de cumplir con esas obligaciones hubiera sido una catástrofe. Para evitarlo, se recurrió al prestamista de última instancia, el FMI, que hizo su contribución a condición de que el país comience a encaminarse hacia una situación de equilibrio. Eso implicó llevar a cabo un severísimo plan de ajuste que redujo aquel déficit global de 40 mil millones de dólares anuales a aproximadamente la mitad, a una cifra del orden de los 20 mil millones anuales. Este déficit es estructural y no incluye los compromisos financieros por la deuda del país -tanto en pesos como en dólares-. El ajuste tuvo serias consecuencias políticas, sociales y económicas. Por lo pronto, fue la causa principal de la derrota del gobierno en las PASO. Sin embargo, a pesar de tanto constreñimiento el país aun continúa lejos del equilibrio.

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Luces y sombras en los Debates Presidenciales

Para evitar el impacto de una nueva tanda de ajuste de entrada -ante la bonanza que vienen prometiendo los candidatos en la campaña electoral- es muy probable que la nueva administración intente comprar tiempo (como hizo Macri cuando asumió). Para eso es fundamental que gobierno y FMI se pongan de acuerdo y el organismo complete los aportes comprometidos por aproximadamente 10 mil millones de dólares. El gobierno deberá demostrar que ese dinero no se usará para hacer populismo -léase, estimular el consumo social- sino para financiar el tránsito hacia el equilibrio, o sea, una suerte de continuación, aunque de manera solapada -¿los sapos a los que aludió el gobernador Berna en La Pampa?- con el programa de ajuste que se venía aplicando durante el ministerio de Dujovne y se interrumpió a raíz del resultado de las PASO. ¿Qué lección dejaron esas elecciones? Fundamentalmente que la sociedad repudia el ajuste. Con ese rechazo y las limitaciones de la realidad deberá gestionar la nueva administración. Los desembolsos del FMI darán alivio, pero probablemente sean los últimos ingresos genuinos de capital (dicho vulgarmente, "plata fresca"), y aun con ello se estará lejos de cerrar las cuentas. También se podrá apelar a una suba masiva de impuestos a los patrimonios y a los sectores productivos que aun operan con rentabilidad (suba en Bienes Personales, a los que blanquearon capitales, a los patrimonios atesorados en el exterior, a las retenciones al sector agropecuario, en la reimplantación de retenciones a la minería y al petróleo y al gas que no se produzca en Vaca Muerta).

Pero esa opción implica "pan para hoy y hambre para mañana" ya que muy probablemente hará disminuir el área de siembra y podrá revertir el autoabastecimiento energético recientemente alcanzado con su impacto fiscal negativo. Y aún así, con esos impuestos difícilmente se consiga un equilibrio transitorio y el Estado deba aun recurrir a la emisión monetaria para cubrir sus compromisos distributivos (librar los más de 20 millones de cheque personales que salen mensualmente de las arcas públicas) que de excederse, acabaría en hiperinflación. Como elementos positivos de la realidad debe considerarse que el país logró este año superávit de balanza comercial -fundamentalmente como consecuencia de la recesión- y se espera que sea aún mayor (de U$S 15 mil millones) el año próximo y que el dólar a los valores de hoy -si se sostiene en estos niveles-  estaría otorgando competitividad a buena parte del sector productivo. Esta combinación de factores más la esperable buena predisposición de los organismos internacionales de crédito y del mercado financiero podrán darle un estímulo al consumo y un respiro a la economía en general. Pero lo que no se podrá soslayar es que subiendo impuestos en un país donde la presión fiscal para los sectores que tributan (los que operan en "blanco") es de las más altas del mundo producirá un desaliento a la inversión, a la producción, al trabajo y al empleo.

Un NO debate presidencial

El gran dilema del país es como equilibrar ese desfasaje estructural que viene arrastrando desde hace tanto tiempo, y que a pesar del ajuste hasta aquí realizado no se logró alcanzar. Incluso, la supuesta armonía macroeconómica lograda a partir del 2002 y que es reconocida como el período más prolongado en ese aspecto, se apoyó en unas bases irrepetibles: el país había declarado el default y por tanto no había deuda ni intereses que pagar, no había inflación luego de la convertibilidad, había superávit energético y la Argentina exportaba petroleo, que al igual que la soja alcanzaron unos valores fabulosos e irrepetibles. Con la devaluación, cualquier actividad productiva se volvió internacionalmente competitiva, había un importantísimo stock de inversión en infraestructura y servicios públicos que permitió que el congelamiento de tarifas no afecte las prestaciones y ese ahorro en la gente se vuelque a consumo. Y los impuestos y el gasto público eran sensiblemente más bajos que en el presente. Y a pesar de todo eso, fue apenas un espejismo que duró unos pocos años. Por tanto, lograr un equilibrio sustentable es la madre de todas las batallas. Es algo mucho más profundo y trascendente que "arreglar la economía". Significa que el país viva en armonía con el resto del universo. Si no logra ese cometido, seguirá cayendo en todos los otros campos donde se manifiesta la decadencia: la educación, la cultura, la ciencia,... En la reversión de ese destino, la Argentina no tendrá mas remedio algún día que enfrentar la tarea de reducir las erogaciones públicas. Eso implicaría una nueva vuelta de tuerca al proceso de ajuste que acaba de repudiar la sociedad, y que tendrá a su vez consecuencias políticas, sociales y económicas. En los hechos -y hasta tanto el sector privado no reabsorba en su seno las energías internas que se afectarán- significará una contracción del gasto colectivo. Sin ese proceso (que tímidamente y con tantas resistencias intentó Frondizi hace muchos años) no se saldrá del atolladero.

Hay que tener también presente, que simultáneamente a los grandes inventos tecnológicos que hicieron posible la Revolución Industrial se creó ese cuerpo de normas jurídico-financieras que son la base de lo que se conoce como "capitalismo", sin el cuál es imposible entender el grado de bienestar y modernidad que alcanzó la humanidad. Se trata de un estamento legal del cuál nuestro país no debería apartarse si quiere salir algún día del tobogán de decadencia en el que está inmerso. No existe una sola sociedad en la tierra que haya salido de la pobreza sin haberse apoyado en ese sistema. Y aquellos países que han quebrantado sus mecanismos automáticamente se han quedado sin inversión, que es la savia que alimenta el desarrollo de las naciones. Sin inversión solo puede haber estancamiento y atraso.