OPINIóN
Pandemia por coronavirus

El "viejismo", un virus ideológico

Análisis sobre los mecanismos de sometimiento que se abaten sobre los adultos mayores por parte de los poderes político, médico, académico y comunicacional.

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Restricción. La medida excede el marco de protección. | cedoc

Tengo 68 años. Así comencé este texto porque su intención es analizar los mecanismos de sometimiento que se abaten sobre los adultos mayores por parte de los poderes político, médico, académico y comunicacional, entre otros, sobre todo cuando quienes los ejercen son nuestros contemporáneos, que no se reconocen en un “nosotros” sino que se constituyen como un “otro”, en condiciones inmejorables entonces para someternos. Desde ese nodo, el discurso y las acciones del poder se organizan sin diferencias etarias y son adoptadas por las generaciones más jóvenes. Final del juego.

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Memorias

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En las antiguas culturas mesoamericanas, Huehuetéotl es el “dios viejo”, un anciano arrugado y sin dientes que domina el fuego. Es quien purifica, transforma y regenera, el responsable de los cambios, de las mutaciones en el mundo de los humanos.

 “Y ves que aún arde un poco de ese fuego en las cenizas del pasado, lumbre que acabará expirando en ese lecho, pues lo que la avivaba la consume. Que entiendas esto es lo que te dará la fuerza para amar lo que se va”. William Shakespeare en su soneto LXXIII.

El maestro eterno, Michel de Montaigne, reflexionó en su ensayo De la edad: “¡Qué ilusión la de esperar morir de la falta de fuerzas, que a la vejez extrema acompaña, y la de creer que nuestros días acabarán sólo entonces! Esa es la muerte más rara de todas, la menos acostumbrada, y la llamamos natural, como si tan natural no fuera morir de una caída, ahogarse en un naufragio, sucumbir en una epidemia (…). Morir de viejo es una muerte singular y extraordinaria (…). Es un privilegio otorgado a pocos el que la vida dure hasta una edad avanzada (…).

 

Presentes

Hace pocos días y con la sorprendente, inexplicable, anuencia del gobierno nacional, el alcalde de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, intentó confinar a los mayores de 70 años en sus casas con la excusa de protegernos del coronavirus a los viejos todos. En un “acto fallido” se le desdibujo el disfraz democrático con el que toda la derecha vernácula pretende encubrir su ADN autoritario, pero hizo el  ridículo aún ante sus propios seguidores.

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En Jujuy, el gobernador Gerardo Morales procuró marcar las viviendas de los contagiados. Las autoridades de Tierra del Fuego y otras provincias hicieron lo suyo, y ciertos intendentes acometieron con “leyes secas”.

Al referirse al caso de la ciudad capital, Ana González, responsable del área Adultos Mayores de la APDH no desconoció que las personas de nuestra edad estamos entre los que más riesgo corremos frente a la vorágine de la pandemia, pero destacó: “En el gobierno de Rodríguez Larreta sostienen que nos cuidan a nosotros, pero se están cuidando ellos, tienen miedo que les estallen las consecuencias de la grave desatención al sistema de salud pública que provocaron y provocan los gobiernos de PRO/Cambiemos”.

Sin embargo, tanto esa dirigente humanitaria como Edgardo Corts, del Centro de Jubilados del sindicato ATE Capital, señalaron que las políticas discriminatorias y contrarias a nuestros derechos, en tanto sujetos políticos activos, vienen de lejos y responden al paradigma neoliberal, a un modelo económico, social y cultural de empobrecimiento colectivo y atentatorio de los derechos humanos en su conjunto.

Corts puntualizó al respecto: “Dicen que nos protegen pero en realidad nos dejan fuera porque el sistema entiende que no producimos, y que, por consiguiente, no formamos parte del mercado, de ese mercado sustitutivo del concepto de ciudadanía”.

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La trama del “viejismo”

Según explicó Ana González, en la APDH tratan al tema desde tres ejes teóricos y políticos, que a continuación paso a comentar en forma crítica.

Invisibilización de la identidad etaria, de las diferencias de todo tipo entre quienes forman parte de esa franja –en la ciudad de Buenos Aires, casi el 25 por ciento de su población– y de sus diversas agendas.

Desconocimiento y negación sistemática del derecho a la representación propia. Tanto es así que en ANSES y PAMI, quizás “las cajas” más grandes del sistema político argentino, las voces y las posibilidades de gestión de sus actores centrales están obturadas en los hechos, más allá de la reglamentaciones y sus formalidades. ANSES atiende a unos siete millones de personas y PAMI, la obra social más grande del país, con más de 600 mil afiliados, no sólo congeló la representación real de los mismos sino que arrastra 40 años de intervención, al margen de lo que la ley prevé como régimen ordinario de funcionamiento. ¿Por qué? Según las más generalizadas sospechas, porque así le conviene a la compleja red de negociados millonarios, integrada por dirigentes políticas, proveedores y prestadores de salud.

Y finalmente, autopercepción. Es decir cómo nos vemos y por qué nos vemos cómo nos vemos, tema  éste que se encuentra en el nudo profundo de los mecanismos de discriminación y sometimiento que nos castigan como adultos mayores. Quienes siendo nuestros contemporáneos ejercen el poder, tanto en “la política”, como en la medicina, en la academia y en el entramado mediático, ocultan su condición, no forman parte del “nosotros” al que me referí en el primer párrafo, sino que se ponen fuera y nos expropian, nos privatizan la palabra, para cedérsela a sus respectivas corporaciones y deciden conforme a sus propios intereses.

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Por último, una confesión y su porqué. Organicé el texto de forma tal que el eje autopercepción quede para el final, pues resulta ser que conforma el objetivo estratégico de todos los dispositivos comunicacionales en tanto instrumentos de sentido ordenador, disciplinador y creador de cultura y subjetividades desde los cuales someternos, por cierto un campo de mi especial ocupación.

“Los discursos y sus sentidos impuestos a partir del aparato cultural, desde los instrumentos mediáticos, tanto tradicionales -la prensa y la TV- como por los pertenecientes al mundo digital y las redes sociales, casi todos se fundan en lo que denomino ‘viejismo’, una construcción económica, política e ideológica que los ubica a ustedes como sujetos pasivos, cuando en realidad son mucho más que activos: depositarios de los conocimientos y las prácticas que la historia se encarga de yuxtaponer, y ciudadanos y ciudadanas titulares de derechos generales y específicos. Esas operaciones son aún más perversas, podría decirse, cuando crean subjetividades individuales y colectivas autopercibidas, las que apuntan a que muchos ustedes, adultos mayores, tiendan a aceptarse tal cual el imaginario del poder los necesita, para ejercer como tal. En ese sentido, la expresión ‘nuestros abuelos’, paternalista y cargada de brutal hipocresía, es la que mejor expresa semejante proceso de vigilancia y sometimiento”.

Esas fueron las palabras de la profesora Adriana Frávega, de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, una de las mayores expertas en Comunicación y Adultos Mayores.

Y las hago mías.