En estos días varios medios levantaron una frase del Papa Francisco ante autoridades políticas griegas sobre la crisis de las democracias y las ilusiones de los populismos. No trascribieron este párrafo: «Ésta (la democracia) requiere la participación y la implicación de todos y por tanto exige esfuerzo y paciencia; la democracia es compleja, mientras el autoritarismo es expeditivo y las promesas fáciles propuestas por los populismos se muestran atrayentes». Contrapone el compromiso paciente que requiere la democracia con el atropello autoritario y el simplismo populista. Se nota un eco de su discurso en el Bicentenario Patrio en 2010: “Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo”.
La circunstancia invita a conocer el sentido que tienen las palabras para el Obispo de Roma y las razones por las cuales no es populista. Las noticias no transcriben frases literales de sus documentos. Aquí es necesario citar algunas para dejar que sus textos hablen y no se les haga decir lo que no dicen, como hacen políticos y ensayistas que no se toman el trabajo de leerlos en el sitio vaticano.
El tema aparece desde su exhortación “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium) de 2013 a su encíclica “Todos hermanos” (Fratelli tutti) de 2020. Esta tiene la sección “popular o populista”, que no es citada por quienes comentan su pensamiento para manipularlo o para atacarlo. Sus dichos cuestionan todos los populismos, tanto el nacionalismo xenófobo como el asistencialismo clientelar.
Pueblo. La primera categoría que emplea el Papa es “Pueblo de Dios”. Viene de los textos más antiguos de la Biblia, pertenece a la fe y es explicada por la teología. Presenta a la Iglesia como un pueblo sui generis. El Papa dice “el Pueblo de Dios entre los pueblos de la tierra” o “el santo Pueblo fiel de Dios”, con frases que toma del Concilio Vaticano II. En ese marco se sitúan realidades como la Iglesia en camino, la fe de los fieles, la piedad católica popular, la pastoral popular como misión entre los pueblos. Esa es la noción fundamental que emplea Jorge Mario Bergoglio desde hace cinco décadas. Por eso no se debe reducir su discurso a una teología del pueblo en sentido cultural o político.
Francisco se refiere a los pueblos, una expresión muy usada en la cultura latina y la lengua castellana. Son comunidades humanas determinadas por distintas características históricas, geo-culturales, políticas; sociedades que se comprenden de forma diversa según las disciplinas que las analicen: la filosofía social, política y jurídica, la ciencia política, la antropología cultural, la sociología. Para Francisco la voz “pueblo” tiene un sentido simbólico: requiere penetrar el imaginario mítico de cada comunidad y los vínculos fundantes que debe ser asumidos libremente para compartir un destino común. Por otro lado, tiene un sentido histórico porque las naciones son formaciones contingentes que no pueden ser deducidas de una necesidad lógica abstracta. Esto no impide que la filosofía y la teología piensen el misterio de la dimensión social de los seres humanos que forman familias y pueblos.
Cada pueblo está llamado a desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía. Su última encíclica social explica las relaciones que forjan la amistad social en un pueblo y la fraternidad universal entre los pueblos. Amistad y fraternidad son categorías de la tradición bíblica y del pensar filosófico que despliegan diversos sentidos del encuentro hecho cultura. Invitan a pensar una unidad plural que no se resigna a la enemistad o el conflicto, ni fomenta la dialéctica pueblo – antipueblo.
Populismo. La Carta Fratelli tutti (156-162) distingue popular de populista. Cuestiona las ideologías populistas, tanto aquellas que dividen la sociedad en forma antinómica como las que atacan la legitimidad del concepto pueblo. Dice que el intento por hacer desaparecer esa categoría del lenguaje podría llevar a eliminar la palabra democracia, que significa el gobierno del pueblo. Agrega que hay que mantener el componente cultural de la realidad social y hacer una sólida crítica a la demagogia política.
En universidades y revistas de Estados Unidos e Italia me preguntaron si Francisco es populista. Basta leer sus afirmaciones para responder la cuestión. No obstante, expreso los argumentos que me llevan a decir que es popular, pero no es populista en el pensamiento ni en la acción pastoral o política.
El populismo ideológico divide la sociedad en dos mitades, alienta la lógica de la enemistad, plantea el dilema “ellos o nosotros”, quiere aniquilar al adversario porque busca la homogeneidad totalizante. En cambio, el Papa promueve la amistad social y concibe al pueblo como una unidad pluriforme.
El populismo retórico genera un discurso monológico con consignas militantes y guerras dialécticas. El Papa presenta un pensamiento profundo según la gramática de la simplicidad, sin superficialidades. Invita a escuchar al que piensa distinto y cultiva el diálogo para construir el bien común y la paz.
El populismo nacionalista desprecia al otro, al extraño y al extranjero, y le niega el don de la hospitalidad. El Papa clama por la acogida a los migrantes contemplando en ellos a Jesús, quien dice: “estaba de paso y me recibieron”, como narra el Evangelio según san Mateo (Mt 25,35). Todavía resuena la convocatoria que hizo en Lesbos y en Chipre para tener una actitud inclusiva.
El populismo político es mesiánico, desprecia las instituciones del Estado de Derecho y la intermediación entre el pueblo y los dirigentes, manipula la información, acalla la prensa, somete la justicia. El Papa llama a respetar las leyes, instituciones y mediaciones. Pide el compromiso responsable para cultivar pacientemente la democracia y la ciudadanía. Esas condiciones facilitan que cada persona sea agente de su desarrollo en una trama solidaria y que el pueblo sea sujeto activo de su destino.
El populismo económico-político considera al pueblo como cliente o vasallo, y convierte los planes pasajeros en políticas permanentes. Como hizo tanto en la Argentina, el Papa cuestiona un “populismo irresponsable” (La Alegría del Evangelio 204). En Frattelli tutti 162 dice: “el gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular -porque promueve el bien del pueblo- es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna”.
Antes de que políticos argentinos pidieran transformar subsidios en empleos Francisco, desde la doctrina social de la Iglesia, puso el trabajo en el centro de la cuestión social. En 2015, en Laudato sí expresó: “ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo” (128).
Pobrismo. Algunos acusan al Papa de pobrista y a la Iglesia de corresponsable de la miseria. Ese calificativo le cabe a los políticos y las políticas de diverso signo que en tres décadas aumentaron la pobreza y los pobres hasta que hoy 4 de cada 10 trabajadores son pobres. El informe trimestral del Observatorio social de la UCA registra 43,8% de pobreza, 8,8% de indigencia, 65% de niños bajo la pobreza.
Si se desea impugnar la dignidad de los vulnerables y vulnerados, el amor preferencial al pobre y la crítica a la pobreza injusta, se debería discutir las enseñanzas de Jesús: “felices ustedes los pobres” en san Lucas (6,11), “felices los que tienen alma de pobres” en san Mateo (5,3). Jesucristo tuvo compasión del pueblo herido; formó una comunidad de fe y la envió a las naciones. Francisco es popular: ama al Pueblo de Dios con ternura y sirve a las personas y los pueblos para que tengan una vida plena.
*Decano de la Facultad de Teología – UCA.