Rosh Hashaná es una fecha de reflexión para el pueblo de Israel, una reflexión acompañada de un espíritu de esperanza y renovación. Según la tradición hebrea, en esta fecha, fue creado el ser humano. Por eso, en este día nosotros nos comprometemos a hacer un balance para redefinir nuestras vidas y dotarlas de un sentido trascendental, acorde con su propósito original.
La idea popular, basada en el relato Bíblico, es que, cuando Dios creó al ser humano, lo colocó en el Jardín del Edén, un lugar maravilloso y paradisíaco. Allí la humanidad viviría eternamente, conectada con su Creador y en armonía con el entorno que la rodeaba. El plan inicial era que Adán y Eva tuvieran una vida utópica de placer y bienestar. Sin embargo, Adán y Eva comieron del árbol prohibido, el árbol del conocimiento del bien y del mal y, por ello, fueron expulsados del Jardín del Edén.
¿De qué se trata esta historia?
¿Acaso es una mera fábula o una narrativa mitológica de los antiguos hebreos? ¿Cuál es su trasfondo y el mensaje que podemos llevarnos para nuestras vidas?
Lo primero que es importante tener en cuenta es que la historia de Adán y Eva pretende darnos enseñanzas concretas: quiere llevarnos a reflexionar sobre la naturaleza humana. Quiere que nos planteemos la siguiente pregunta: ¿Qué significa ser humano? Esta pregunta existencial básica nos lleva a cuestionarnos el sentido de nuestra vida: ¿Qué hacemos aquí? ¿Cuál es nuestro objetivo? Más fuerte aún: ¿Cuál es mi objetivo? La respuesta a estas preguntas es fundamental para marcar el camino a trazar en nuestras vidas.
Adán y Eva no son meramente las primeras personas que poblaron la Tierra. Son un símbolo de la humanidad, es decir que representan al ser humano como tal. La historia de Adán y Eva, entonces, es la historia de cada uno de nosotros. Ellos habitaban el Jardín del Edén. Es decir: llevaban una existencia ideal. Sin embargo, esto no quiere decir que no tenían desafíos ni que vivían ociosamente. El mismo Creador les dio una misión: proteger y cuidar el mundo, utilizándolo de manera armoniosa y resguardándolo de toda destrucción.
Los dos vivían de tal manera que comprendían intelectualmente, de manera intuitiva, la verdad más elemental. Tenían una respuesta clara a la pregunta: ¿Cuál es el objetivo de la vida? La persona está en este mundo para evitar el mal y hacer el bien, manteniendo la creación de Dios.Tenían ese conocimiento porque estaban en armonía con sí mismos, su prójimo, el entorno natural y Dios. Sabían cuál era su rol dentro del cosmos. Si es así, ¿por qué se corrompieron y comieron del árbol prohibido?
La respuesta es que Adán y Eva tenían autoconciencia, como lo tiene cualquier ser humano. Esa misma autoconciencia que despierta la curiosidad y genera inquietud - esa misma capacidad que les hacía comprender rápidamente su misión -, encuentra respuestas que estimulan el accionar humano. A veces esas respuestas están viciadas y nos llevan a tomar decisiones que pueden ser erróneas.
El sentido de la prohibición de comer del fruto del bien y del mal era un mensaje de advertencia: no dejarse llevar por el deseo desenfrenado ni guiarse por la voluptuosidad. El comer representa un deseo mundano, necesario para la supervivencia. La comida es un placer válido, pero que no debería ser un objetivo en sí mismo, sino un medio para tener energía y dedicarse a lo realmente relevante.
Si el placer mundano se convierte en un objetivo, entonces se trastocan los valores. Se comienza a redefinir el bien y el mal y establecer que el bien es el placer inmediato y el mal, el sacrificio inmediato. Esto lleva a una grave filosofía: que un acto que proporciona placer es bueno aun en perjuicio del objetivo del hombre, que es preservar la integridad del mundo, y el sacrificio es malo aun cuando ese sacrificio es generado por el cumplimiento del deber de hacer el bien.
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El acto de comer también significa nutrirse de algo externo y hacerlo propio. Es decir: interiorizar algo que estaba afuera. Cuando Adán y Eva se sintieron tentados por la apariencia del árbol y comieron, integraron dentro de sí un nuevo concepto del bien y el mal. La consecuencia fue la expulsión del Jardín del Edén. Cuando la persona comienza a perseguir intereses mezquinos, que surgen de sus tentaciones, se ubica fuera del paraíso: la felicidad se le escurre de entre las manos.
¿Qué podemos hacer nosotros?
Podemos intentar dejar de seguir comiendo del árbol. Es decir, dejar de acomodar el bien y el mal a nuestro gusto. En vez de guiarnos por el placer inmediato, podemos empezar a buscar de verdad el bien. Podemos comenzar a valorar aquello que es importante: el amor, la familia, la bondad. Así llegaremos a encauzar nuestras energías y encaminarnos en la senda de la ética y la moral. Entonces encontraremos la felicidad.