OPINIóN
Efemérides 8 de julio

Thomas Paine y un final sin sentido común

George Washington dispuso que sus obras fueran de lectura obligatoria en EE.UU. pero no lo rescató cuando se puso en contra a Napoleón, casi toda Francia y la corona británica. “Vivió mucho, hizo el bien y mucho el mal”, dijo un periódico y esa fue casi su única despedida

El escritor británico Thomas Paine
El escritor británico Thomas Paine. | Cedoc Perfil

Thomas Paine fue un escritor inglés, autor de obras como Sentido Común, Los derechos del hombre y La edad de la razón, entre otros textos incendiarios que le granjearon algunos admiradores, varios detractores y más de un político que, simplemente, lo quería matar.

Al parecer, Paine no aplicaba en sus relaciones interpersonales sus ideas sobre el sentido común y el uso de la razón.

Era Paine un autodidacta sin futuro prometedor hasta que conoció a Benjamin Franklin, quien le propuso viajar a las colonias americanas. Allí, rápidamente, su prédica contra el gobierno británico y sus artículos incendiarios le ganaron cierto prestigio, que se consolidó con la publicación de Sentido Común.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Esta obra, junto a La crisis americana, fue editada y distribuida entre los revolucionarios por orden de George Washington, quien las consideraba de lectura obligatoria para sus tropas. Se imprimieron más de medio millón de ejemplares que se distribuyeron entre los colonos americanos.

El libro también tuvo una amplia difusión y fue leído por independentistas criollos como José Artigas y Godoy Cruz.

Concluida la Revolución Americana, Paine comenzó a tener problemas con las nuevas autoridades, por las regalías de sus libros y otros conflictos personales. El tono de la disputa fue en aumento, al punto de poner en peligro la libertad y la vida de Paine, quien prefirió volver a Inglaterra. Allí se opuso a la guerra entre Francia y Gran Bretaña, expresando sus opiniones en el libro Los derechos del hombre, donde cuestionaba las inclinaciones belicosas del gobierno británico y su propensión a incurrir en gastos descontrolados para mantener su ejército y su armada. Paine sostenía que los impuestos eran un robo, y que la mejor excusa para robar era la guerra.

Como ya se rumoreaba que Paine podría ir preso o ser condenado a muerte por traicionar la corona británica, decidió ir a Francia, donde fue recibido como un héroe. A pesar de no hablar francés, fue elegido diputado para la Convención Nacional de 1792.

Criticó al nuevo hombre fuerte de Francia: Napoleón Bonaparte, a quien consideraba un tirano"

Al principio, mientras no dominaba el idioma, gozó de la estima de sus colegas. Los problemas comenzaron cuando aprendió la lengua y comenzó a oponerse a distintos dictámenes, especialmente a la pena de muerte de Luis XVI.

Por esta y otras declaraciones, Robespierre lo arrestó, y por unos meses la cabeza de Thomas Paine estuvo a punto de desprenderse de su cuello. Mientras tanto, el ministro William Pitt lo condenó por sedición in absentia.

A pesar de los pedidos para que Estados Unidos intercediera por su suerte, el embajador norteamericano en París no atendió sus reclamos, ya que el mismo George Washington nada quería saber del mercurial filósofo del sentido común.

Aceptó una invitación del presidente Jefferson y regresó a Estados Unidos, donde publicó El segundo gran despertar, obra muy criticada por sus conceptos antirreligiosos"

Como dijimos, a poco estuvo Paine de perder la cabeza, pero tuvo la suerte de que el primero en perderla fuera Robespierre. El nuevo embajador norteamericano, James Monroe, intercedió por Paine, quien fue liberado, volvió a la Convención y, como era su costumbre, criticó al nuevo hombre fuerte de Francia: Napoleón Bonaparte, a quien consideraba un tirano.

Para evitar una nueva visita a las cárceles francesas, aceptó una invitación del presidente Jefferson y regresó a Estados Unidos. Allí publicó El segundo gran despertar, obra duramente criticada por sus conceptos antirreligiosos.

A los clérigos se sumaron los seguidores de George Washington, a quien Paine volvió a atacar por no haberlo asistido durante su cautiverio en Francia.

Washington, como presidente, no quería inmiscuirse en los problemas internos de Francia, país que lo había asistido durante las guerras de independencia. Como Washington sabía qué tan molesto podía ser Paine, dejó el tema en las manos de Dios. A esta altura, Washington pensaba que no había sido su mejor idea promover Sentido Común.

Convertido en un paria social, Thomas Paine murió el 8 de julio de 1809.

Solo seis personas asistieron a su entierro, dos de ellas afroamericanos libertos. Todos pensaban que sus huesos quedarían en el olvido, sobre todo después del obituario publicado por el New York Evening Post, que resumía su vida con una frase tan sintética como demoledora: “Vivió mucho, hizo el bien y mucho el mal”.

Francis Bacon: ¿El filósofo corrupto o el súbdito leal?

Durante 10 años, todos se olvidaron de Thomas Paine hasta que un antiguo enemigo convertido en repentino admirador –un periodista llamado William Cobbett (quien firmaba sus escritos como Puercoespín)– decidió homenajear al escritor con un monumento en Inglaterra. A tal fin necesitaba dos cosas: el cuerpo de Paine y dinero.

La primera tarea resultó fácil: lo desenterró sin autorización y mandó su cadáver en una caja de mercaderías a Londres. Estaba convencido de que “estos huesos conmoverán a Inglaterra”. Pero no conmovieron a nadie.

Incluso Lord Byron, un aristócrata de ideas tan avanzadas para su época y su país, que debió vivir los últimos años de su vida en un dorado exilio (plagado de aventuras sexuales, dicho sea de paso), escribió:

Al desenterrar los huesos de Paine
Will Cobbett ha obrado bien;
Tú lo visitarás en la tierra,
Y él te visitará en el infierno.


Cobbett propuso construir un mausoleo para su héroe y a tal fin necesitaba el segundo elemento de su plan: dinero.

Organizó una cena para recaudar fondos, pero nadie asistió.
Trató de vender mechones de cabello de Paine, pero nadie los compró.
Desanimado por el desinterés de sus compatriotas en su admirado Paine, Cobbett se quedó con los huesos de su héroe.

Muerto Cobbet, su hijo trató de vender el cadáver del hombre que tantos sinsabores le había dado a su padre, pero la justicia dictaminó que los huesos no son activos heredables.

Al final, todo cayó en el olvido y el cadáver de Paine se extravió.
Cada tanto, hay quien proclama haber encontrado su cráneo, su fémur o su tibia, mientras otros sostienen que con esos huesos se hicieron botones.

El final de este trágico peregrinar puede resumirse en las palabras de Bertrand Russell, quien se decía seguidor de las ideas de Paine:
“Para nuestros abuelos fue un santo terrenal; para otros, un infiel, un subversivo, un rebelde contra su Dios y su rey. Así se ganó la hostilidad de tres hombres que nada tenían que ver entre sí: William Pitt, Robespierre y Washington. Los dos primeros quisieron matarlo, y el último nada hizo para impedirlo”.

Tal fue el final sin sentido del autor que promovía el sentido común.