OPINIóN
ballotage

Tiempos difíciles para la racionalidad

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Discordia. El tuit de la autora. | cedoc

Esta semana en la red social Twitter (no me resigno a llamarla X) tuve una intervención que pretendió ser reflexiva pero que resultó en una catarata de opiniones contrarias expresadas de modo descalificador y agresivo (algunas incluso de tono violento). La intervención tenía una obvia aplicabilidad política, y así fue interpretada, pero lo raro es que la catarata vino desde ambas afinidades políticas de lo que llamaré la “no-grieta” porque encuentro muchos acuerdos subyacentes, aunque los fuegos de artificio del espectáculo electoral parezcan presentar opciones irreconciliables.

El tuit decía literalmente esto: “Elegir entre el mal y el bien es fácil: elegís el bien. El verdadero dilema moral es elegir entre dos males. Hay que evaluar qué valores están en riesgo y establecer una escala personal pero también social entre esos valores. Entre probabilidades y valores es la elección racional”. El reproche fue porque no aclaré que una de las opciones era inaceptable y parecía emparejar a ambas como en la “teoría de los dos demonios”.

No argumentaré aquí que no adherí nunca a la teoría de los dos demonios. Tengo 70 años y una vida de largo compromiso con los derechos humanos y en particular con el feminismo. Desde varios años antes del aniversario que estamos celebrando con los 40 años de democracia. Pero ninguna historia es tomada en consideración en el aplanamiento de la interpretación en las redes. Ni lo positivo ni lo negativo de cada biografía, debo decir también. El olvido, el ocultamiento, la pseudoverdad, las noticias falsas arteramente construídas, el recorte de los videos o textos para amañar su significado, todo es el pan cotidiano que nos ha transformado en personas que ya no buscan pruebas objetivas de nada y descreen de todo. La verdad no importa, sólo el convencimiento. El cinismo es la nueva inteligencia.

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Como no me resigno, intenté presentar un modo de deliberar para alguien que no votó previamente a Massa o a Milei (considerando a uno bueno y a otro malo) sino que tuvo una posición contraria a ambos y debe decidir ahora en un ballotage donde son las únicas opciones. Es mi caso. Voté a Myriam Bregman. Siempre voté a la izquierda, así que conozco bien la deliberación a la que me refiero. Y para quienes eligen un reproche hacia el pasado les recuerdo que cuando se fundó el ARI era una alianza entre Elisa Carrió y Alfredo Bravo y mucha gente tuvo ilusión en esa coalición. Todo eso no implica sin embargo que ahora vaya a votar en blanco. Sobre eso quise iniciar un intercambio.

La teoría de la elección racional sugiere que al elegir un curso de acción contemplo por una parte mis preferencias (estableciendo un orden de preferibilidad) y por otra parte mis probabilidades (estableciendo un orden de probabilidad), y actúo maximizando la conciliación entre ambos órdenes. Votar es un ejemplo típico. Tal vez evaluamos que nuestra candidatura preferida no tiene probabilidad, o que las mayores probabilidades las tiene una candidatura que no nos gusta, e intentamos una elección que evita esa probabilidad votando a alguien que sin embargo no tiene nuestra preferencia.

Las personas que votaron a Milei o a Massa en primera vuelta ya tenían razones para hacerlo (eligieron entre el bien y el mal como ellas lo entendían) así que ahora en principio sostendrían su voto. Pero quienes no los votamos tenemos distintos tipos de críticas (dos males de diverso tipo y grado) que no hacen equivalentes sin embargo a los candidatos, los ponen en un orden de preferencias aunque resignado. En mi caso: voy a votar a Massa.

Pero de modo misterioso no alcanza que sostenga ese voto e incluso me haya comprometido públicamente hace semanas en una carta abierta junto a otras personas que consideran que hay que preservar fundamentalmente los valores democráticos. Se espera que transforme esa adhesión resignada por las circunstancias en una épica de la convicción. Que omita que la opacidad de este gobierno, su fracaso en el combate a la pobreza y su encierro en palacio me genera desconfianza en el futuro. Que no perdono que traicionen las luchas populares, las conviertan en trofeos partidarios y dividan movimientos que llevan décadas de activismo exigiéndoles silenciar las críticas.

Por supuesto me doy cuenta de que la alternativa llamada libertaria está explícitamente en contra de derechos humanos básicos que logramos con mucho esfuerzo convertir en leyes y en políticas que los consoliden. Que omiten señalar los crímenes de la dictadura como delitos de lesa humanidad y pretenden igualarlos con otro tipo de delitos. Que defienden abierta y explícitamente cosas aberrantes con un lenguaje soez, y animaron a sus seguidores a que ese sea el tono del intercambio. Advierto claramente que significan un retroceso en las prácticas de convivencia promoviendo formas violentas de expulsión de la palabra y la ciudadanía. Noto con horror cómo se pretende el mercado como única ley y cómo todo lo humano se pretende mercancía. Por eso no sólo nunca consideré votarlos sino que me comprometí a un voto que contrarreste sus probabilidades. Y trataba humildemente de invitar a muchas personas que votarían en blanco según sus preferencias ahora decepcionadas,  a deliberar conmigo en este sentido y emitir un voto positivo. Está en juego la democracia.

La realidad es muy dinámica, quién sabe si cuando estas palabras estén impresas las nuevas alianzas electorales estarán sosteniendo que nunca dijeron o hicieron lo que aquí describo. Tenemos unas formas muy degradadas de la política. Algunas personas respondieron a mi mensaje diciendo “déjenla en paz, ya dijo que va a votar a Massa”, como si ese solo hecho nos eximiera de pensar en común y considerar las razones personales y colectivas de las decisiones políticas. Aceptar críticamente lo que nos imponen todavía reserva posibilidades de cambio, pero aplaudirlo solo porque del otro lado hay algo mucho peor es una ceguera conformista inaceptable. Lo que me preocupa más no son los candidatos, es lo que como sociedad encarnamos, porque eso no se decide por mayoría o por el ballotage.

* Doctora en Filosofía. Profesora de la UBA. Directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires.