OPINIóN
Nosotros vs. Otros

Un presidente frente a la caja de Pandora

 20230121_larreta_alberto_fernandez_cedoc_g
Juntos. La pandemia generó un entendimiento entre la Casa Rosada y la Ciudad, que no gustó a La Cámpora. | cedoc

El clima volcánico que prevalece en la Argentina desde ya varios meses profundiza cada día más la parálisis que aqueja el país. ¿Serían las próximas elecciones el factor determinante para explicar esta dramaturgia, donde se ve una democracia plagada por sus propios demonios? Los episodios del 22 de agosto de 2022 (pedido de condena de CFK), del 1° de septiembre de 2022 (atentado), y del 6 de diciembre de 2022 (condena) hicieron de la vicepresidenta el punto focal de la vida política. Hay poca probabilidad que un debate contradictorio de naturaleza programática, pueda desarrollarse en un futuro cercano. Lo que se despliega es una escalada pasional que amplía la grieta entre el “Nosotros” y “los otros”. Los dos campos se anatemizan mutuamente bajo los rasgos del eje del mal. La Argentina se ha vuelto ingobernable.

¿En esta escalada, cómo desenredar lo verdadero de lo falso? Se abrió la caja de Pandora. Y causas y consecuencias se confunden. El observador, sobre todo si es extranjero, se pregunta cándidamente: ¿quién fue el primero en abrir la caja de Pandora? Las causas parecen lejanas y endémicas. Pero no nos vamos a remontar a las épocas de Sarmiento y de Alberdi para encontrar un hilo conductor. Si miramos los últimos siete años, quizás podamos esbozar una respuesta. Los hechos muestran que, bajo su presidencia, Mauricio Macri ha sido extremamente activo, incluso de forma subterránea, para designar al kirchnerismo, y su figura de proa, como el enemigo a destruir. Y que, desde 2020, el cristinismo ha designado el macrismo como el instigador de las bajas obras orientadas a eliminar en la Argentina la opción nacional y popular. En esta dialéctica mortífera, el presidente Alberto Fernández, quien había iniciado su mandato con buenos auspicios, se encuentra encerrado en una red de contradicciones.

Alberto Fernández es el blanco de la guerra de desgaste que libran CFK y sus discípulos

¿Por qué un conflicto entre lo legal y lo necesario? Cuando se instaló en el sillón de Rivadavia, Alberto Fernández había establecido el primer fundamento de su política: obrar a la pacificación de las dos sociedades que componen la Argentina. Todo su discurso inaugural gira en torno a la pacificación, a través de la metáfora del Muro (“Tenemos que superar el muro del rencor y del odio entre los argentinos”). El nuevo presidente llamaba a “la convivencia en el respeto a los disensos”, esto en pos de la “verdad superadora”. Y citaba a Esteban Righi, exministro del Interior de la izquierda peronista bajo el gobierno de Héctor J. Cámpora, como su mentor para el cumplimiento de los valores del Estado de derecho. Se sentía, por lo tanto, investido de una misión que sus predecesores no habían podido concretizar. Perón, que se describía en 1973 como un “viejo león herbívoro” que quería “unir”, pero que cedió a su entorno después de su reconciliación con Ricardo Balbín, líder de la UCR. Alfonsín, con su discurso del Parque Norte de 1985, su idea de “tercer movimiento histórico”, sus leyes del Punto final y de la Obediencia Debida, pero que fracasó por la crisis económica. Menem en 1989-90, con su alianza de gobierno con la UCeDé, su indulto presidencial (exjefes del Proceso, carapintadas y montoneros), y su simbólica foto del beso al almirante Isaac F. Rojas.

Hay un segundo fundamento, incorporado en urgencia por Alberto Fernández mediante el fallo (21 de diciembre de 2022) de la Corte Suprema relativo a la restitución de fondos adicionales de coparticipación a la CABA: la necesidad de renovar el pacto del federalismo con fines de establecer la igualdad de derechos de los ciudadanos. Este fallo hizo resurgir el viejo conflicto de las provincias contra el centralismo porteño. Como en la época de Menem, el federalismo se vive todavía hoy como el reclamo del antiguo país criollo frente al yugo económico y cultural de Buenos Aires y, por extensión, como la rebelión de una sociedad postergada frente a la sociedad que vive de su patrimonio. ¿Qué revela este resurgimiento, sino la necesidad de traducir en actos un “nuevo contrato ciudadano social” que, precisamente, propiciaba Alberto Fernández a finales de 2019? Éste ha parecido hasta hoy, en los asuntos interiores, cautivo de su vicepresidenta. Ahora bien, este hecho nuevo le da la oportunidad, en el escaso tiempo que queda, de levantar la cabeza.

Lo trágico es que, el fundamento de lo necesario ha entrado en conflicto con lo legal. No acatar el fallo, encontrar una forma de sortearlo con los bonos, iniciar un juicio político contra los jueces de la Corte (aunque esta disposición es constitucional), todo esto coloca al Presidente al filo de la navaja con respecto al Estado de derecho. Hay, efectivamente, un alto riesgo que lo legal se convierta en   ilegitimidad.

¿Qué futuro, hay en tales condiciones, para el peronismo? Tal vez, lo que recordarán los historiadores de este período, será que fueron los avatares judiciales de CFK los que hicieron desviar la trayectoria iniciada en 2020. El período de gestión de la crisis de la pandemia se había traducido en un relativo entendimiento entre la Casa Rosada y la Ciudad, un acercamiento aborrecido por La Cámpora. Hoy, lo que sale de la caja de Pandora es la teoría del complot. De un lado, CFK ha establecido su defensa en la denuncia de una Justicia totalmente corrompida. El episodio del Lago Escondido, que ilustra relaciones endogámicas entre el Poder Judicial y ciertos dirigentes del PRO, le ha permitido invertir los términos de su causa. Su tesis, que comparte el Frente de Todos, pone en tela de juicio a un sistema global que, dueño del Estado de derecho, sería alineado contra la opción nacional y popular que representa el peronismo. Al hacerlo, CFK instrumentaliza el peronismo, como si hubiera olvidado que su línea política, en los años 1970, era no de la “patria peronista”, sino la de la “patria socialista”, y que, desde 2003 hasta 2015, la era kirchnerista quiso constituirse en “revolución” sui generis. Del otro lado, la oposición del PRO denuncia, en esa coyuntura, una conspiración golpista que tiene resabios de Proceso. Sus halcones recurren a veces, en palabras, a una violencia similar.

La galaxia peronista no tiene doctrina, lo cual es más bien una ventaja

Atrapado en un maëlstorm, Alberto Fernández sigue siendo el blanco de la guerra de desgaste que le libran CFK y sus discípulos. Se lo acusa de pusilanimidad con respecto a un supuesto contrato inicial: garantizar la protección de CFK en las causas de las que se considera víctima. Se le reprocha no haber creado, in fine, una institución judicial adhóc. El acuerdo con el FMI sirvió de pretexto a la ruptura de febrero de 2022, que tenía, en realidad, otro objeto.

El peronismo, que fue calificado en 1947 de “aluvión zoológico”, tuvo en otros tiempos, y a pesar de todos sus defectos, el mérito de incluir en la vida de la Nación, a través del arquetipo de los “descamisados” y de las “cabecitas negras”, las clases populares marginalizadas. Parece legítimo para llevar a cabo, hoy, el combate federalista en la medida en que este combate podría dar una nueva oportunidad a la Nación. Esto no será suficiente. Para convencer, tendrá que reinventarse. El “gigante invertebrado y miope” de que hablaba J.W. Cooke, se ha desmembrado en identidades dispares. Al verticalismo de antaño, se impone, de aquí en adelante, la capacidad a unir en la pluralidad de ideas y en el respeto a las instituciones. Ya es tiempo de que Alberto Fernández asuma un mayor compromiso en su propio combate. Ya es tiempo, también, que Sergio Massa, que será juzgado por la reactivación de la economía y por su objetivo de reducción drástica de la inflación, se libere de su connivencia con los tenedores de ideología, porque ésta se ha vuelto anacrónica. La galaxia peronista no tiene doctrina, lo cual es más bien una ventaja. Comulga todavía en la mística de los orígenes, lo que constituye su originalidad. Su credibilidad es la, no de un Estado que pretendería dirigir la economía, pero de un Estado regulador y eficaz para asumir la justicia social y la igualdad de los derechos ciudadanos. En 2023, los posicionamientos rivales de gobernadores o exgobernadores con miras a la próxima cita electoral son naturales. Pero, cualquiera sea la figura que sobresaldrá de la contienda, tendrá que elegir una opción valerosa para una gobernabilidad en la duración. El peronismo no podrá eludir su propio aggiornamento.

* Doctor en Ciencias (Institut des Hautes Etudes d’Amérique latine ) IHEAL) y profesor.