OPINIóN

Una investigación revela qué piensan los adolescentes sobre el adoctrinamiento escolar

El abandono de la escolaridad, la repitencia, los logros en el aprendizaje son más fáciles de medir que el adoctrinamiento escolar. ¿Existen contenidos neutros? ¿Un docente debe despolitizarse? El 95% de los jóvenes prefiere profesores que expresen sus ideas, pero acepten dialogar. ¿Está mal?

Julio Cortazar y La razón de mi vida
Julio Cortazar y La razón de mi vida | Cedoc Perfil

Hay un argumento que circula entre algunos analistas políticos y, sobre todo, en la desorientada militancia opositora, acerca de la necesidad estratégica de “no subirse” a todas las batallas simbólicas que propone el gobierno o su aparato comunicacional. 

Una de estas últimas fue el combate al adoctrinamiento escolar, al que se postula como un problema educativo extendido y preocupante. El propio jefe de estado así lo cree, tal como hemos escuchado en los diagnósticos y enseñanzas proferidos a los adolescentes del Colegio Cardenal Copello durante los primeros días de marzo. La solución fue anunciada semanas más tarde, sin más especificaciones: la creación de una línea telefónica para denunciar adoctrinamiento escolar.

Más allá de la polémica real o bait, el tema es serio. En primer lugar, lo obvio: no existe una medición objetiva que muestre quiénes, donde, cuánto o en qué proporción se producen “actos de adoctrinamiento” definidos a partir de ciertas características, como sí se hace con la repitencia, el abandono o los logros de aprendizaje. En segundo lugar, la definición de adoctrinamiento es muy compleja y está atravesada por discusiones conceptuales y empíricas de las teorías del curriculum, la filosofía de la educación, las didácticas e incluso la historia de la educación. 

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En términos más simples: salvo acciones muy evidentes, no resulta sencillo calificar y clasificar innumerables prácticas educativas como “adoctrinadoras”. 

Adoctrinamiento escolar

Por supuesto que existen y han existido actos de abusos de autoridad en la transmisión del saber, pero esto sólo no alcanza para establecer la certeza de la presencia de un problema educativo a gran escala tal que amerite la intervención directa de la política educativa. 

Aún así, ni siquiera es eso lo que importa: hay testimonios, hay videos de TikTok, y hay un consenso entre una parte de los estudiantes (algunos organizados) y padres que, en alianza con algunos sectores de la política, lo han construido como causa pública en los últimos diez años. No se hablaba de adoctrinamiento desde los años de la transición democrática: por entonces, el movimiento estudiantil denunciaba la presencia de contenidos “procesistas” y los enfoques autoritarios de los docentes que no terminaban de adherir a los nuevos tiempos. 

De otro lado, hay una percepción de que para muchos jóvenes, las ideas que no coinciden con las suyas son adoctrinadoras y que hay una especie de uso “comodín” del término. Es cierto que existe esta tendencia, pero no parece ser generalizada si no focalizada. Yo opté por hacer una aproximación exploratoria con datos cuantitativos y cualitativos a estudiantes secundarios y les pregunté qué experiencias han tenido ellos y cómo definen el adoctrinamiento. 

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Por un lado, los estudiantes que se identifican claramente con grupos liberales o libertarios, lo definen a partir de lo que entienden como una omnipresencia de ciertos contenidos y enfoques. Por ejemplo, un relato sobre los hechos acontecidos en la dictadura al que consideran sesgado, la mirada negativa sobre la década del noventa y el gobierno de Menem (“te lo enseñan como si todo fuera malo”), el ensalzamiento del rol del Estado y, para algunos chicos y chicas, una postura única y mainstream sobre el aborto y la diversidad sexual. 

Junto con ello, el ninguneo o rechazo por el liberalismo. “No conozco a un sólo profesor a quien le guste Milei” me dijo un adolescente. Es muy llamativo, porque esta percepción se da en el marco del triunfo indiscutible de La Libertad Avanza, y no podemos dudar de que, efectivamente, hay docentes a quienes sí les gusta Milei. 

Sí consideramos a un grupo amplio (no necesariamente militantes) de estudiantes a quienes interrogué a partir de una encuesta, ellos tienden a definir el adoctrinamiento en mayor sintonía con el modo en que la teoría de la enseñanza más actualizada lo piensa. Es decir, no tanto desde lo qué se enseña si no desde el cómo se enseña, el vínculo entre el profesor, los estudiantes, los contenidos/paradigmas y la circulación de la palabra en el aula. 

Este grupo de jóvenes, al pronuciarse sobre “¿cómo definirías el adoctrinamiento?” respondieron de la siguiente manera: 

  1. Que el profesor/a enseñe como si su punto de vista fuese el único y no te muestre otras formas posibles de pensar el mismo tema (58%); 
  2. Que un profesor/a exprese su opinión política (sea de izquierda o de derecha) sobre lo que enseña, pero a la vez no permita que los alumnos le respondan o le discutan, o si lo hacen, se burle o menosprecie las opiniones de los alumnos (19%) 
  3. No creo que en la escuela exista adoctrinamiento porque, aunque haya profesores/as que se exceden en imponer su visión, los estudiantes tenemos el derecho y la posibilidad de responder e incluso de denunciar la situación a las autoridades (18%). 
  4. El resto de las opciones tuvieron mínimas preferencias. 

En definitiva: a este universo de estudiantes les importa que el contenido (rojo o verde) pueda ser puesto en discusión respetuosa de y con otros puntos de vista. 

El Gobierno modificará la Ley de Educación para "penar el adoctrinamiento" en las escuelas

Así, ante la afirmación “Los profesores/as deben hacer todo lo posible para ocultar lo que piensan en cuestiones políticas/religiosas dentro del aula”, un 72% se muestra en desacuerdo, y ante la afirmación “Prefiero los profesores/as que dicen lo que piensan sobre cuestiones políticas o religiosas y están dispuestos a dialogar en buenos términos con sus alumnos”, el 95% se manifestó de acuerdo. 

Casi el mismo porcentaje de acuerdo aparece ante la afirmación “Si un profesor/a piensa algo opuesto a mí, pero me trata bien, su opinión no me molesta”.  

En cuanto a los contenidos, creen, en una gran mayoría (81%) que la escuela debe enseñar lo que pasó en la dictadura militar de 1976 y que debe ser obligatorio, aunque un 66% está de acuerdo con la frase “en la escuela no se enseña todo lo que pasó en la dictadura militar, solo se ve una parte de la historia”. 

La Educación sexual integral (ESI) tal como se enseña hoy es aprobada por el 82% de los estudiantes, y sólo un 16% cree que debe quedar en manos de la familia u otros ámbitos privados. 

Sin embargo, en estos dos últimos ítems fueron las mujeres quienes se inclinaron de modo estadísticamente significativo por esta opción más que los varones. Como muestran todas las investigaciones, los varones jóvenes tienden a tener posturas ideológicas mucho más a la derecha o conservadoras que las chicas y/o disidencias.

De la lectura de estos datos se desprenden algunas conclusiones interesantes para quienes se preoocupan por la educación. No se trata de forzar posturas maniqueas del estilo “hay adoctrinamiento” o “no lo hay”, esta discusión es tramposa y, por muchos motivos conceptuales, es errónea y tiende a volverse circular. Quitemos ese binarismo. 

Cuando saber y aprender a hacer entusiasman

Es interesante ver en qué nos están interpelando los jóvenes: quieren aprender a partir de la discusión, la transparencia y el buen trato, nos dicen que muchos contenidos y enfoques que creíamos indiscutibles no lo son y que prefieren a los docentes que están dispuestos a dialogar y mostrar distintos puntos de vista. 

Se podría advertir, también, que algunos estudiantes y adultos deben entender que la neutralidad en el conocimiento que parecen reclamar es más imaginada que una posibilidad real. No existen contenidos “neutros” ni se le puede pedir a una persona que se despoje de sus pensamientos a la hora de enseñar. Lo que sí se puede hacer es exponer argumentos racionales, apegarse al método científico, dialogar y contra argumentar. Se puede enseñar desde la apertura a la pluralidad, no se puede “ser neutro” a la hora de enseñar. 

Quienes hacen política educativa deberían tener en cuenta que el sistema educativo tiene normativas muy específicas y en pleno funcionamiento y diversos mecanismos ya establecidos para actuar sobre posibles actos de abuso o adoctrinamiento. Y además estos involucran no sólo a los padres, si no la participación estudiantil institucional en centros de estudiantes y consejos de convivencia. Establecer un modo de denuncias telefónicas es irregular y atenta contra el empoderamiento genuino de los estudiantes a partir del ejercicio de los derechos que ya tienen pero que a veces desconocen. Y, fundamentalmente, retrasa una vez más el desarrollo de la responsabilidad y la autonomía que tanto necesitan los jóvenes.

* Investigadora Adjunta, CIS-IDES-UNTREF/ CONICET