PERIODISMO PURO
Entrevista - Video

Padre Luis Pascual Dri: "Si me sacas la confesión, me matas"

Es el fraile capuchino de 96 años que confiesa todos los días en el santuario Nuestra Señora de Pompeya. Será uno de los nuevos cardenales creados por el Papa. En esta entrevista abre las puertas de su casa y de su noble corazón, para compartir reflexiones sobre su nuevo rol a esta altura de su vida, su pasión por el perdón y el compromiso de cuidar al Papa y a la Iglesia. Las personas que lo asisten dicen estar frente a un santo y hay filas para confesarse con él.

Padre Luis Pascual Dri 20230805
Padre Luis Pascual Dri en la entrevista con Jorge Fontevecchia | NÉSTOR GRASSI

—¿Cómo recibió la noticia de que el papa Francisco lo había elegido cardenal y cómo cambió su vida a los 96 años, al enterarse de una noticia así? 

—Eso fue lo más tremendo. Creo que fue la noticia o la sorpresa más grande que tuve. Eran las 6; yo a las 5 estoy levantado. Ya me había duchado, y recibo en español la noticia que decía que el Papa me nombró cardenal. Yo me reí, pensé que era una broma de mis compañeros, José Luis, sobre todo, que muchas veces me hace bromas. Estaba mirando Vatican News, entonces seguí mirando, llego al final de la nota, y dice: “Luis Pascual Dri”, entonces me desarmé, me puse a llorar, no sabía qué hacer. En ese momento llega mi superior, porque yo bajo a confesar al santuario a las 8 de la mañana, la primera misa. Entonces me dice: “¿Viste la noticia?”. Yo no podía hablar, me dio un vaso de agua y me dice: “Tranquilizate, ahora vamos a atender a la gente, que hay mucha esperando”. Ahí fue la sorpresa más grande, voy para el templo y ya empezaron a llegar las noticias, viene gente a saludar, y yo me puse a llorar y a querer ser firme. Y bueno, comencé a confesar hasta las 11.30, como hago siempre, pero en medio de una incertidumbre, de un desasosiego, de una vergüenza. Vergüenza, sobre todo, porque digo: “¿Quién soy yo para que el Papa tenga esta atención conmigo?”. No sé si me conoces, pero soy muy de campo, me formé afuera, me fragüé en medio del campo atendiendo animales, a escuelitas rurales y todo eso, así que no podía entender.

—Usted dijo textualmente: “Me sentí un poco humillado al ser elegido cardenal por el Papa, porque soy un fraile común que no tiene grandes estudios ni doctorado, ni nada”; sin embargo, ¿no cree que es importante que dentro de la cúpula de la Iglesia católica estén los que toman decisiones con la sabiduría que les da todo el conocimiento de haber estudiado, y que también haya representación de personas que toman decisiones con la sencillez, con la humildad, que también requieren sabiduría, y quizás usted mismo simboliza todo eso?

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

—Pero nunca lo había pensado, nunca me pasó por la cabeza que el Papa me iba a mirar a mí. Me relaciono mucho con él, tengo una gran amistad con él, pero nunca pensé que iba a llegar a esto. Después, pensando, digo: “Bueno, ahora me obliga a preocuparme más de la Iglesia, a preocuparme incluso del Papa, de defenderlo”, porque es muy criticado, se le da por todos lados, se lo interpreta, se tergiversan sus expresiones, y entonces fui pensando, a través del tiempo, que ahora mi deber, mi obligación es ser fiel al Papa. Se puede equivocar en cosas simples, pero lo que es de fe y lo que es moral, seguramente que no, así que doy gracias a Dios. Doy gracias a Dios y bendigo al Papa. Me dicen que es un reconocimiento, yo creo que no es reconocimiento, es una atención al Papa, como reforzando el sacramento de la Reconciliación, porque yo me dedico especialmente a eso. Ahora mismo, mientras ustedes preparaban esto, yo ya estaba confesando. 

“Nunca me pasó por la cabeza que el Papa me iba a mirar a mí. Fue la noticia o la sorpresa más grande que tuve”

—Usted quedó huérfano siendo chico, y de los nueve hermanos, ocho eligieron la vida religiosa. ¿Cómo fue su crianza para resultar que casi todos los hermanos terminaran siendo servidores de la Iglesia católica?

—Yo me quedé con mi santa madre, que le debo todo. Todos los días doy gracias a Dios por la madre que me dio, porque al no tener papá, ella me cuidaba, me mandaba a la escuela, me atendía, me enseñaba catequesis, me enseñaba la educación, iba a ayudar a misa. Mi vida fue así, de fe, de amor, y tenía otros hermanos, pero yo era el más chico. Entonces a los 7 años ya estaba trabajando, es normal en el campo, pero ya estaba con los bueyes, plantando maíz, alfalfa, etcétera, para poder vivir, porque el maíz es choclo para las gallinas, para los cerdos, para todo eso es importante, no puede faltar.

“El egoísmo nos ha cegado y nos olvidamos del otro. Todos los días doy gracias a Dios por la madre que me dio”

—¿Su madre era muy religiosa?

—Muy religiosa. Si me preguntas: “¿Qué recuerda de su madre?”,  muchas cosas; primero, éramos muy pobres y no teníamos reloj, entonces cuando pasaba el coche motor que iba de Concordia a Federación, sabíamos que eran a las 8; entonces, todos a rezar el rosario. Había que despertarse e ir a dormir rezando el rosario. Pero además, la tengo presente a ella, caminando por el patio, con el rosario en la mano, siempre el rosario en la mano. Y ahí aprendí, fue algo que lo mamé el rosario. Yo iba a la catequesis de los chicos, pero ya sabía todo, porque en casa ya me habían enseñado todo. Mi madre fue catequista, fue pedagoga, fue madre, fue todo, no tengo palabras para bendecir a Dios y agradecerle a mi madre.

“Me obliga a preocuparme más de la Iglesia, incluso del Papa, de defenderlo, porque es muy criticado”

—El papa Francisco lo eligió cardenal por su capacidad de perdonar y lo nombra como “el gran confesor”. ¿Qué es la confesión, qué significa para usted perdonar? 

—Perdonar es hacer presente a Jesús, mi ángel de Dios, siempre pienso cuántos se presentaron a Jesús y siempre tuvo una palabra de perdón, de misericordia. Podemos comenzar desde el buen ladrón, desde Pedro, desde la adúltera. El hijo pródigo, que es mi caballito de lucha. A veces me dicen: “Yo no puedo perdonar”, entonces hay argumentos humanos que no se pueden discutir, pero ¿qué hizo el padre del hijo pródigo? Vio al hijo que venía medio ciego, medio rengo, tropezando, que se iba acercando, lo abrazó y no lo dejó hablar. Ahí ya se perdonó todo. Sí, Jesús es perdonador, Jesús perdonó, hagamos fiesta. “Mi hijo estaba perdido y fue encontrado, estaba muerto y ha resucitado”. Por más que el hijo mayor no quiera entrar y le diga: “Nunca me diste nada, y a este, que anduvo con prostitutas, le hacés una fiesta”. Así es el Padre Dios, y así quiero ser yo. Creo que una sola vez dije: “Perdóname, no te puedo dar la absolución, porque me dices que no vas a cambiar, que vas a seguir en lo mismo”, y de las cinco condiciones para confesarse, borren todas, pero no borren el perdón. El perdón o el propósito de querer cambiar; no importa lo que venga después, pero que estés dispuesto a cambiar, a perdonar. Para mí, el perdón es todo. Además, es el alivio de la persona. Tú fíjate que cuando vienen con la mochila bastante cargada, cuando les digo: “Mira que Jesús vino a perdonar, Jesús vino a amar, Jesús vino a abrazar”, pero cierto, me va a perdonar, pero no pierdas la confianza, Jesús vino para eso, para perdonar, no vino a controlar ni a echar en cara nada, nada de eso. Jesús vino a perdonar, abrazar y a bendecir, porque Dios es amor. Y eso lo dice el Papa muy claro en su libro, Dios es amor. Entonces, donde hay amor hay todo.

Padre Luis Pascual Dri 20230805
LA ARGENTINA. “En este momento, el pueblo argentino no es nación, no es pueblo; cada uno está tirando para su lado y cada uno ve qué tajada puede sacar. Mi deber, mi obligación, es ser fiel al Papa”. (FOTO NÉSTOR GRASSI)

—Dos preguntas en una; por un lado, ¿de dónde saca tanta fuerza para perdonar? Y, por el otro, en 2017, a sus 90 años, publicó un libro que se llama “No tengan miedo a perdonar”. ¿Por qué es tan importante perdonar? 

—Porque es la presencia de Dios. Si tenemos a Jesús, ¿a qué podemos aspirar? Pero si tengo todo, pero no tengo a Dios, ¿qué tengo? No tengo nada. Entonces, acércate a Jesús, no te apartes de Jesús, eso es el perdón. Para mí, el perdón es conseguir abrazarse a Jesús, abrazarse a Él y y dejar que Él obre. Porque, en realidad, no soy yo el que está perdonando, el que está acomodando. Aquel bendito momento en que Jesús les dice a los apóstoles: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes perdonen les serán perdonados, y a quienes no les perdonen les serán retenidos”. Desde ese momento, tenemos aquella fuerza para perdonar y decir: “En el nombre de Jesús yo te perdono, yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén”. ¿Quieres algo más grande que eso? Que estamos separados de Dios y poder establecer la amistad, la comunión con el mismo Dios, el Hijo de Dios que los hizo hermanos, hijos de Dios, hermanos de él, ¿qué más quieres? 

“Procuro ser amable, besar la mano siempre del penitente. Para mí, el perdón es conseguir abrazarse a Jesús”

—¿Por qué cree usted que el papa Francisco aprecia especialmente el modelo suyo como confesor, qué lo hace a usted un confesor especial? 

—Ay, no sé. Yo procuro ser amable, besar la mano siempre del penitente. Ahora que pasó la pandemia, besar la mano es cercanía, es confianza. “No tengas miedo, acá estoy yo, estoy para escucharte, para comprenderte”. Yo procuro ser amable, y lo digo con mucha reserva; hay gente que me dice: “Me gusta venir acá porque usted me escucha y me recibe con cariño, con amor”, y además les doy un caramelo, siempre les doy un caramelo. 

“Perdonar es hacer presente a Jesús. Mientras haya gente, yo atiendo. Donde hay amor, hay todo”

—La confesión es el tema que ha apasionado toda su vida; usted dijo textualmente: “Lo primero es reconocer que soy tan pecador como el que se acerca a mí”. ¿Reconocer lo humano del otro como premisa, y como propio, es el primer paso para la confesión?

—Para aprender a ser confesor, hay que reconocerse tan pecador como el que llega ahí y se pone de rodillas, se sienta o lo que sea, se pone a llorar. Yo soy tan pecador como él, igual, porque yo me confieso, y bastante a menudo. Algunas veces, aburro a mi confesor, pero bueno, no importa.

—¿Cada cuánto se confiesa usted? 

—Casi cada diez, doce días; a veces, más a menudo. 

“Soy consciente de que he recibido tanto, que lo único que digo es “gracias”. Yo agradezco, pero difícilmente pido algo para mí”

—Imagino que a lo largo de su vida debe haber escuchado confesiones duras, faltas graves, momentos difíciles de tolerar, contó que una sola vez no pudo perdonar. ¿Se queda con esos testimonios negativos, lo atraviesan, sueña con eso, le aparece en la mente después? 

—No, porque lo pienso muy bien y procuro hacer todo lo posible para que él reconozca que no es que yo niegue, es que yo no tengo facultad, no tengo poder para estar en contra de lo que Dios me pide, que es el arrepentimiento. El hijo pródigo ¿qué hace? Lo primero: “Padre, pequé contra el cielo y contra la tierra”. Así Pedro llora y así el buen ladrón. “Acuérdate de mí”. Es lo primero, entonces, procuro cuando veo que está empecinado y que no hay vuelta. Bueno, hermano querido, te doy la bendición con mucho gusto: “Que María te ilumine, que María te acaricie y que María te cuide, te acompañe”. Otra cosa no puedo hacer, pero no es que le diga: “Te niego la absolución”, no, tú no la quieres recibir porque no tienes la disposición. Si tú no abres la boca, no te puedo dar de comer. 

—Usted contó en otras entrevistas que nació muy pobre y entonces siempre siente que debe tener una palabra de proximidad para quien se acerca a confesarse. Dijo textualmente: “Que nadie se vaya pensando que no ha sido comprendido, que ha sido despreciado o rechazado”. ¿Cree que la sociedad tiene algún grado de desprecio con los pobres? 

—Hay muchos que los excluyen, los descartan, pero hay muchos también que los acercan. No puedo olvidar mi nacimiento, mi origen, yo dormía muchas veces sobre un cuerito de oveja, hasta que me llevaban a la cama, acurrucado, porque no teníamos luz, no teníamos nada, una lamparita nada más de kerosén, éramos muy pobres. Pero mi papá había salido de garantía de un hermano, un tío mío, por una cantidad de ovejas que no pagó. Papá murió y nos sacaron todo, nos llevaron todo lo que teníamos, nos dejaron una oveja, algunas vacas y una pequeña porción de terreno. Así que mi madre enseguida fue a un escribano en aquel entonces, te hablo del año treinta y pico, e hizo una venta ficticia, puso lo poco que quedaba a nombre de mi tío, entonces cuando vinieron a quitarnos, dijo: “No tenemos nada, absolutamente nada”. Hasta en eso el Señor ayudó a mi madre, porque a mí nunca se me hubiera ocurrido, y sin embargo, mi tío Amadeo, que siempre lo recuerdo, fue el que hizo la compra ficticia de esas poquitas cosas. Teníamos esa ovejita que era parte de la familia.

Padre Luis Pascual Dri 20230805
EL DÍA QUE SE ENTERÓ DE QUE ERA CARDENAL. “Aquel 13 fue una emoción, una cosa increíble, nunca lo hubiera pensado”. (FOTO NÉSTOR GRASSI)

—La confesión no está desde el comienzo de la Iglesia católica; de hecho, se hizo obligatoria en el Concilio de Letrán en 1215, y previamente solamente los clérigos tenían el hábito de confesarse. 

—Y una vez al año; era muy poca la confesión. 

—Exactamente, y se extendió no solamente a los clérigos, sino a todos, porque se comprobó el efecto terapéutico que tenía, la satisfacción que producía en la persona luego de haberse confesado. ¿Usted encuentra algún punto de contacto entre la confesión y la catarsis que tenían los griegos, la palabra en griego quiere decir purificación, limpieza, purga, que consistía, a través de cualquier forma, en poder exteriorizar necesidades internas de la persona?

—Además, físicamente ayuda mucho. A veces llegan diciendo: “Padre, no puedo dormir”. Yo les digo: “¿Cuánto hace que no te confiesas? Vamos a empezar por ahí”, y ahí está la catarsis, ahí está la liberación de todo eso. Y se van agregando otras cosas. Después la oración, la confianza a la Virgen, la entrega a María como Madre, que es madre, no es un invento, algunos lo negarán, pero ahí tienes a tu madre, a Juan, mujer, ahí tienes a tu hijo. Entonces, todo eso va dando paz, tranquilidad, sosiego, y eso quita muchas inquietudes, desasosiego, sobre todo la falta de descanso, la falta de tranquilidad. En especial, perdonar, porque cuando alguien no perdona, está siempre intranquilo, no puede disfrutar de la vida, no te puede mirar a los ojos, no puede estar feliz y encontrarse con uno y con otro, porque tiene este nudo acá dentro que no puede. Así que yo creo que vale mucho eso que estás diciendo. 

“Empiezo primero a rezar por todas las intenciones del Papa, los obispos, por nuestro nuevo arzobispo, por todos”

—Sigmund Freud creó una teoría que es el psicoanálisis. ¿Usted encuentra algún punto de contacto terapéutico entre la confesión y el psicoanálisis? De la misma forma que en la cultura oriental, el médico es médico del alma y del cuerpo.

—Mira, yo si bien he leído libros, nunca me dio por la psicología. Más bien, voy directamente por el cariño, por el amor de Dios, porque incluso fui a la Facultad de Psicología y comencé, pero no terminé. 

—¿Comenzó la Facultad de Psicología?

—Sí, en Montevideo. Pero en un buen momento tenía muchas cosas, estaba frente a un secundario, tenía que levantarme muy temprano, la clase terminaba a las doce y media de la noche, y ya no podía más. 

“Voy a cumplir en abril del año que viene 97, y no tomo ningún remedio. A veces estoy cansado”

—El papa Francisco dice textualmente: “El perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos nosotros mismos; yo no puedo decir: ‘Me perdono los pecados’. El perdón se le pide a otro, y en la confesión pedimos el perdón de Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, un don del Espíritu Santo”. Me gustaría su reflexión sobre estas palabras del Papa. 

—Es así, tal cual. Yo no me puedo perdonar, tengo que ir al médico para que él me dé la medicina, no me puedo automedicar, y por más que una persona me diga: “Yo me confieso con Dios”, ¿pero por qué vienen después a confesarse, por qué vienen a hablar con el cura? Por algo será, porque no alcanza eso. Es que es evidente, no puedo ser juez y parte, no puedo ser las dos cosas. Tengo que ser una sola cosa. Entonces ahí es donde necesito que alguien me dé una mano, que alguien me diga: “Jesús te perdona, vos estás arrepentido y Jesús es perdonador”. Es por ahí.

“Mi madre fue catequista, pedagoga, fue todo. No tengo palabras para bendecir a Dios y agradecerle a mi madre”

—En una entrevista que le hicieron en Radio María Argentina, cuando recibió la noticia de que el Papa lo había elegido cardenal, usted contó que cuando estuvo con él el Año de la Misericordia, el Papa lo autorizó a perdonar como perdona él…

—Sí, así es.

—¿Cómo perdona él y cómo es que usted perdona de esa manera? 

—Nunca me tocó, en privado me lo dijo, no tengo papel escrito, no tengo nada, pero hay pecados que son reservados. Si yo, por ejemplo, ataco al Papa, es un pecado que no lo puede perdonar cualquiera. Estaba presente un compañero sacerdote, y me dijo: “Tenés la posibilidad de perdonar como yo perdono”, pero nunca me tocó nada, ni quiero que me toque. 

—El papa Francisco visitó los restos del padre Pío, que el papa Juan Pablo II canonizó en 2002 bajo el nombre de San Pío de Pietrelcina, por sus estigmas y sus dones para las curaciones y sus milagros. ¿Usted lo conoció, se llegó a confesarse con él? 

—Me habían mandado a Europa, yo era maestro de novicios, acompañaba a los jóvenes que ingresaban buscando ser capuchinos. Y, como era cerca del cambio, todos esos cambios, me mandaron a Europa para ver los otros noviciados. 

—¿Se refiere al cambio del Concilio Vaticano Segundo?

—Exactamente. Entonces se me presentó la oportunidad, nos pusimos de acuerdo con otros peregrinos, tomamos un remís y fuimos. Llegamos cerca del mediodía. Entonces, un capuchino, uno de la comunidad, hablo del convento viejo, le dice: “Hay un sacerdote capuchino argentino que lo quiere ver”, y él dice: “Cosa vuole questo indiano qui?”.

Padre Luis Pascual Dri 20230805
FRANCISCO. “Fue una alegría extraordinaria que sea papa, más porque era una persona casi de la familia”. (FOTO NÉSTOR GRASSI)

—O sea: “¿Qué quiere este indio acá?”.

—Rezamos el Ángelus, fuimos a almorzar, muy amable me recibió, estuvimos con él, a veces era fuerte, hablaba de la situación social ahí, bastante duro. Estuve varios días con él en ese convento. Le pedí al que lo acompañaba: “¿Me consigues un ratito para confesarme?”. Dijo que sí, fui, no me gritó, no me echó. Me escuchó muy bien, muy breve, muy cortito. No me preguntes qué me dijo, porque yo no sé si por nervios o por tonto, no me acuerdo mucho lo que me dijo, algo sí. Después me quedé con él y procuré observarlo. Él, después de que terminaba su trabajo de atender a la gente, confesiones, etc., subía a la tribuna al costado de la capillita y ahí se ponía la capucha, la bufanda y había quejidos de dolor, de sufrimiento. Era como que estaba meditando, como que viviera algo muy, muy duro. Yo lo contemplaba, pero no me acercaba porque tenía miedo, pero escuchaba todo. Hasta que se iba a dormir, seguía siempre, era casi habitual ese lamento, ese quejido que tenía. Era como un lamento de dolor, de sufrimiento. Estuve unos días con él, estuve en la misa, en la tribuna arriba, y cuando abrieron la puerta del templito a las 5 de la mañana, la gente entró como una avalancha, ahí estuvo en la misa. Sinceramente, no vi nada extraordinario, algo de que se transformara, no puedo. Si digo algo, invento y no me gusta, digo la verdad de las cosas. 

—Usted se curó de un cáncer de colon muy severo que le detectaron a los 40 años, y luego de un tratamiento, pasado algún tiempo, al repetir los estudios, el médico que lo atendía quedó sorprendido porque se había curado y no habían quedado rastros del cáncer, algo que hasta el día de hoy es totalmente inhabitual. ¿Siente que algo como un milagro produjo su sanación?

—¡Cuántas cosas sabe usted!

“Para aprender a ser confesor hay que reconocerse tan pecador como el que llega y se pone de rodillas”

—Somos periodistas…

—Me parece ver al doctor Vicente, oncólogo, me presento al consultorio, tenía cuatro o cinco centellogramas, los puso uno al lado del otro, y empezó a mirar, acá todo tomado, la columna, todo, acá un poco menos, acá menos. Me dice: “Padre, esto no es normal, esto para mí es el Espíritu Santo”. Yo dije: “Esto es de la Virgen de Pompeya”, porque después no tomé ningún remedio, después de eso, ningún remedio hasta mucho tiempo después. Después me vino otra vez el cáncer de próstata. Bueno, ahí otra vez comencé con tratamiento y hasta ahora, pero gracias a Dios... Tengo todos los males, fracturas desde el hombro, yo andaba en motocicleta, de joven era párroco y andaba por todos lados en moto. Entonces un día había mucho barro, patiné y me saqué el hombro, me lo acomodé yo mismo, después fui al médico, me pusieron un yeso y todo eso, pero no hice mucho caso. Después tuve fractura de costillas, de muñeca, de la cadera; todas las fracturas habidas y por haber las tengo. Pero, si Dios me concede la gracia, voy a cumplir en abril del año que viene 97 años, y no tomo ningún remedio. Cada seis meses me dan una inyectable, carísima. Pero para mí, si eso no es un milagro de Dios, no sé cómo son los milagros, porque escucho tanta gente, que el pulmón, que esto o lo otro, a mí nada de eso. A mí se me cortó ahí, se terminó. 

“Mi vida fue así, de fe, de amor. A los 7 años ya estaba trabajando; es normal en el campo”

—Generalmente cuando una persona es devota, reza, pide algo, agradece. ¿Usted cuando reza, le pide a Dios algo en particular, le agradece por algo particular?

—Yo agradezco, pero difícilmente pido algo para mí; he recibido tanto. Soy consciente de que he recibido tanto, que lo único que digo es: “Gracias Señor”. Que cada día, que cada suspiro, cada latido de mi corazón sea una alabanza, una acción de gracias, porque no sé dar gracias, no sé bendecir al Señor como Él merece ser. No suelo pedir por mí, porque entiendo que si yo pido por mí, Dios pide por el que viene a quejarse conmigo. Pero si yo rezo por Él, el Señor piensa en mí.

—Usted se jubiló en 2007, pero sigue confesando en el santuario de Nuestra Señora de Pompeya. ¿Los sacerdotes se jubilan, pero siguen sirviendo a la Iglesia? ¿Es una profesión perpetua? 

—Si a mí me sacas la confesión, me matas. Dime, si yo no confieso, celebro y tengo mi tiempo de oración, ¿qué hago? 

—¿Cómo es un día suyo? Cuéntenos a qué hora se levanta, qué hace... 

—Me despierto a las 5, 5.10 de la mañana, una buena ducha de agua caliente en invierno. Me ayudan a vestirme, tomo un poquito de mate cocido, y después me pongo a rezar el oficio de lecturas, los salmos. Empiezo primero a rezar por todas las intenciones del Papa, los obispos, por nuestro nuevo arzobispo, por todos. Por los enfermos, por los que me han dejado intenciones, que están sufriendo, y después comienzo el rezo del oficio. Terminado el oficio de lecturas, viene generalmente mi superior, y me lleva a la capilla, en el sillón, ahí rezamos juntos las Laudes, las oraciones, todas las intenciones especiales que nos han pedido. Terminado el Laudes, me llevan al camarín de la Virgen, ahí concelebro todos los días a las 8 de la mañana, después ya me voy a mi cuarto, me preparo un poquito, veo lo que tengo que hacer, mis necesidades fisiológicas, bajo a tomar el desayuno y ya hay gente para confesar, y comienzo hasta las 12, más o menos. Termino, descanso un poco, me llevan de nuevo a mi habitación, que estoy en la enfermería. A las 12.30 almorzamos, almuerzo muy poquito, no me gusta comer mucho, generalmente arroz, vivo del arroz, es mi comida base. Me acuesto un rato, 14.30 estoy en pie, bajo a confersar otra vez, hasta las 17 o más, según la gente que haya. Mientras haya gente, yo atiendo. 

Padre Luis Pascual Dri 20230805
CATEDRAL DE POMPEYA. En la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires, la parroquia Nuestra Señora de Pompeya es más que la casa del padre Luis Dri, es su mundo. (FOTO NÉSTOR GRASSI)
Padre Luis Pascual Dri 20230805
(FOTO NÉSTOR GRASSI)
Padre Luis Pascual Dri 20230805
(FOTO NÉSTOR GRASSI)

—¿Cuántas personas confiesa por día, aproximadamente? 

—Qué se yo. 

—Más o menos. 

—No sé, no te puedo decir. Habría que contar los caramelos que doy.

—¿A qué hora se acuesta? 

—Termino eso, después me voy a rezar a la capilla, a volcar todo. Tenemos el oratorio privado arriba, abro el sagrario y ahí vuelco todo lo que me dejó la gente, el dolor, rezo por este, por el otro. Le dejo todo al Señor ahí. Después me voy a mi cuarto a las 19; a las 19.30 rezamos vísperas con los frailes, juntos en la capilla. A las 20.30 cenamos, a las 21.30, 22, estoy en mi cuarto, ya me voy a descansar. Me cuesta dormir a veces.

“Abro el sagrario y vuelco todo lo que me dejó la gente, el dolor, rezo por éste, por el otro”

—O sea, duerme bien, siete horas. 

—Sí, duermo, descanso. A veces estoy cansado, quiero liberarme un poco de todo. 

—Rubén Rufino Dri, el filósofo, teólogo, profesor, investigador y militante social argentino que participó del movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, ¿es su hermano?

—Es primo hermano, es hijo del viejo José, del tío Bigote, le decíamos, porque tenía sus bigotes. 

—¿Es el tío que ayudó a su mamá con la escritura?

—No, ese fue el tío Amadeo. José era muy abúlico, muy tranquilo. No era muy laburador. Amadeo era muy laburador. Ahora tiene, más o menos, 90 y pico de años. De chico sí era muy cercano. 

—De Rubén, dice. 

—Pero ahora, con sus ideas, yo mucho no comparto. Si bien viene un hermano de él, desde luego primo hermano mío también, y me dice lo mismo. Yo lo respeto, lo veo, pero no hablamos de nada, porque discrepamos en las ideas a veces. Es primo hermano doble.

Padre Luis Pascual Dri 20230805
CONFESIONES DE UN CONFESOR. El libro sobre el padre Dri, con prólogo del papa Francisco.

—Déjeme compartir con los lectores: Rubén fue sacerdote, participó de la fundación del movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, pero en 1974 dejó de serlo para pasar a la clandestinidad. Luego de escapar, se exilió en México y regresó al país en 1984, fue profesor universitario, investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Fue nombrado profesor consulto en el 99, y en diciembre de 2001 participó activamente en la Asamblea Barrial de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Qué reflexión le merecen aquellos años de violencia en la Argentina y cómo podemos cicatrizar esas heridas? 

—Yo en ese tiempo estaba en Montevideo y era rector del secundario. Fue uno de los momentos más duros, porque un buen día llegan, lo que decíamos “las chanchitas”, llegaban helicópteros, todo sobre el edificio. Estábamos cerca del aeropuerto de Carrasco, en el Liceo Doctor Joaquín Suárez, revisaron hasta los tachos de basura, hasta los sótanos, todo. 

—Los militares de la dictadura. 

—Estaban las tres fuerzas armadas, la aviación, naval, todos estaban ahí buscando tupamaros, no encontraron nada, revolvieron todos los archivos, hicieron un desastre tremendo, lo pasé mal. Además, en la puerta del secundario, había dos policías que eran papás de los alumnos que estaban ahí, así que fue duro todo eso. Cuando terminó, porque no les alcanzó eso, subieron a las habitaciones nuestras a revisar todo; no encontraron nada. Entonces le pregunto, lo más amable posible, yo estaba con una rebeldía, pero bueno. Le dije: “Dígame, ¿se puede saber a qué se debe todo esto, alguna denuncia?”.  Me dice: “¿Denuncia?, por favor, todo el bien que ustedes hacen en este barrio pobre, todo lo que están ayudando”, entonces me callé, no dije nada, pero ya me bastó con eso.

—Usted tiene 96 años, casi un siglo de la historia argentina, vio la sociedad argentina, la rioplatense, la uruguaya, en distintos momentos. ¿Qué lo lleva a pensar que generó tanta división, lo que vulgarmente hoy llamamos grieta, tanta polarización en nuestra sociedad? 

—Yo soy sacerdote y te digo que para mí no es la negación de Dios, es vivir como que Dios no existiera y entonces todo cabe. Yo diría que sobre todo en este momento en la Argentina, para mí el Evangelio es clarísimo. Jesús en un momento dado vio al pueblo, una muchedumbre dispersa como ovejas sin pastor. Entonces, mi querido Jorge, yo creo que en este momento el pueblo argentino no es nación, no es pueblo; cada uno está tirando para su lado y cada uno ve qué tajada puede sacar. No piensa en una Argentina unida, en una Argentina rica como es, en una Argentina productiva, que tenga la salud, la cultura, que se ha ido abajo, ¿pero por qué?, porque el egoísmo nos ha dominado. El egoísmo nos ha cegado y nos olvidamos del otro. Es como: “Yo pienso en mí y lo demás no me interesa. Si yo me acomodo, macanudo”.

—En las confesiones, a lo largo de las décadas, ¿percibe que fueron cambiando las preocupaciones, las culpas, los pecados o las angustias de las personas? 

—Las angustias sí, los pecados no.

—Son los mismos. 

—Ya no se puede inventar más. El asesinato, el atropello, la violencia, las exclusiones. Yo no miro televisión, pero a las 20.30 cenamos, 20.15 llego al comedor, y están mirando televisión, mataron a este, mataron al otro, atropellaron acá, robaron allá, no se puede, es un cuartito de hora, y entonces le digo al guardián, a mi superior: “Che, ¿a quién mataron hoy? 

—¿Usted cree que una visita del Papa a la Argentina sería terapéutica para tratar de contribuir a cerrar esta grieta que nos separa? 

—Yo desearía, pero temo, porque están tan radicalizados, que me temo eso. A mí me gustaría.

—Le voy a contar una anécdota, yo entrevisté a Lech Walesa, el dirigente polaco a quien le asignan ser el responsable de que se cayera el Muro de Berlín. Él me dijo: “No fui yo, fue Juan Pablo II, a nosotros nos enseñaron que la Iglesia católica era una perdición, una manera de enajenar a la población y estaba muy mal visto, ahora, pero cuando llegó Juan Pablo II, todos los líderes del Partido Comunista aprendieron a hacer la señal de la cruz y a arrodillarse”. Así que yo confío y tengo fe de que si el Papa llegase, produciría ese efecto. 

—Quiera Dios, así como él ahora tiene mucha esperanza en este encuentro de jóvenes, él está muy confiado. Yo creo que sí, es un hombre de fe, el papa Francisco es un hombre extraordinario. No es que sea fanático, ciego, veo todo, pero es un hombre extraordinario, tiene una capacidad, una visión. Desde que yo lo venía a ver acá, cuando era primado, iba con mis dudas, mis escrúpulos, dos palabras, listo, ya estaba.

—¿Cuando usted lo confesaba en su momento al cardenal Bergoglio, imaginó alguna vez que iba a llegar a ser papa? 

—(Risas) ¿A quién se le ocurre? Nunca, jamás, jamás.

—¿Qué sintió cuando se enteró aquel 13 de marzo de 2013, además de que había elegido el nombre de Francisco en honor a San Francisco de Asís, siendo usted franciscano capuchino? 

—Estaba confesando yo, siento la campana e inmediatamente salí del confesionario, y le pregunto a un compañero, al padre José Luis: “¿Qué pasa, hay humo blanco, quién es?”. No sabía. Salí corriendo del confesionario, dejé todo y me subí a ver la televisión. Aquel 13, fue aquello una emoción, una cosa increíble, nunca hubiera pensado. Y él ahí, saludando después, y se fue, pero fue una emoción tremenda, nunca pensé… Fue una alegría extraordinaria, más porque era una persona casi yo diría de la familia, y que sea papa... Después, cuando continuó que me seguía llamando, nos seguíamos hablando, nos seguíamos escribiendo, digo: “¿En qué tiempo, en qué mundo se vio que el Papa me conteste, me escriba o me llame?”. 

—Me gustaría dejarle unos minutos finales para el mensaje que usted quiera mandarle a la audiencia. El que a usted le parezca que pueda ser constructivo.

—Yo diría que volvamos a ser hermanos, como dice el Apóstol, que la única deuda sea el amor. Basta de peleas. Cuando hay amor, los enemigos desaparecen. Creo que fue Mandela, después que salió de la cárcel y él era presidente, le echaron en cara que trataba muy bien a los enemigos. ¿Y qué dijo él?: “Es la única forma de que los enemigos sean menos. Yo estoy tomando a los enemigos en amigos míos”. Entonces, a todos los argentinos, por qué no tenemos un minuto para pensar y decir: por qué no nos unimos, por qué no pensamos en tener una Argentina unida, una Argentina feliz, una Argentina productiva, una Argentina rica, una Argentina que alaba a Dios, como fue al principio, porque nació cristiana. Y no basta con decir libertad, libertad. Hay que vivir esa libertad, empezando por la libertad interior y luego ser libre con todos los hermanos.

 

Producción: Melody Acosta Rizza y Sol Bacigalupo.