Candela sabía de ese otro mundo, fronterizo con lo legal. Sabía que su papá, Alberto Omar Rodríguez, conocido como “Juancho”, estaba preso. Carola, como si pudiera armonizar el mundo de los correctos con su realidad cotidiana, mantenía a su nena (y a sus hermanos Emanuel y Franco) al margen de los conflictos. Quería otro destino para ella, aun sin desvincularla de sus lazos familiares. Todo un desafío. Y Candela lo sabía y se lo reconocía. Una foto tipo postal lo recuerda: “Mami, sos mi luchadora. Te amo, nunca me faltes”.
No pudo ser. Candela apareció muerta el 31 de agosto de 2011. Del otro lado del borde, del incorrecto. Nueve días después de cuando fuera vista por última vez. La nena estaba inmaculada. Como recién bañada. Como si ella misma se hubiera peinado las trenzas por última vez frente a un espejo y hubiera admirado sus uñas pintadas de rosa. Claro que la escena no dejaba de ser tenebrosa. La imagen de la inocencia muerta espanta a cualquiera.
El día que apareció el cuerpo, en ese basural de Cellini y colectora, todo era limpieza y silencio entre la roña y el ruido. La bolsa que ocultaba sus formas inanimadas parecía una más en un basural de esos que florecen de forma imprevista en esquinas sin dueño.
Del otro lado de la calle, cientos de automóviles circulaban por el Acceso Oeste, y a escasos 50 metros del descampado, funcionaba normalmente la terminal de micros de la zona. Pasajeros, empleados y choferes pululaban por los andenes. Incluso, desde esa esquina, se alcanzaba a divisar las enormes letras verdes que identifican al Plaza Oeste Shopping.
El cuerpo de Candela abandonado estaba al alcance de todos. Pero a sus espaldas.
Fue Rosa, una cartonera de unos 60 años y poca noción de la realidad, quien -revisando la basura- encontró a la muñequita. Eran cerca de las 16.30. El sol le acariciaba el rostro ajado por una vida demasiado dura.
Rosa tembló. No tenía idea de quién era Candela. Tampoco que era buscada por 1600 policías, por helicópteros y perros, en tierra y agua. Supo lo necesario: estaba frente a una nena muerta.
Pocas horas después, el primer informe pericial indicó que Candela había muerto por “asfixia mecánica por sofocación”. Los forenses Alejandro Corna, Ricardo Lombardo y Eduardo Brero no encontraron ningún elemento que los llevara al asesino. El cuerpo había llegado al basural limpio de evidencias.
El “sentido común” afecto a resolver crímenes aún antes que los investigadores, trabaja a pleno. Escuchan, repiten, murmuran. Especulan y señalan. Nadie se ocupa en desmentir. Los micrófonos apuntan a quienes se acercan a criticar a la mala madre. El crimen toma otro tinte. Más oscuro y macabro.
Fragmento del libro "Ángeles. Mujeres Jóvenes Víctimas de la Violencia". El Empedrado Ediciones.