En el lapso de una semana, el equipo comunicacional del gobierno mostró a Mauricio Macri enamorado en la ONU, cool en el Central Park, campechano en un colectivo interno de Luján, y paternal en una ronda bonaerense de timbreos. Un mundo color de rosa y libre de conflictos políticos y sociales, tanto en Nueva York como en el conurbano, a diferencia de los dramones que se revelaban en la película Made in Lanús.
¿Se trató de un exceso PRO? ¿Fue demasiado artificio y puesta en escena? Los asesores y comunicólogos macristan denuncian que existe una intencionalidad (kirchnerista) en la campaña de desprestigio.
Según los macristas, no hay sorpresa en que haya existido una preparación previa, despliegue de seguridad, presencia de guardaespaldas y hasta un anticipo del dato al colectivero del 520. Nada de eso anula lo genuino del beso o del tour conurbano. Son además los requisitos a los que obliga el protocolo presidencial.
Pero el equipo de Marcos Peña contra-argumenta algo más interesante: el supuesto descubrimiento de los hilos ocultos en el marketing macrista, con su intento de mostrar a un presidente relajado, cercano y falible, sólo decepciona a los que nunca confiaron (ni confiarán) en el PRO. O a lo sumo impacta sobre las minorías ultrapolitizadas: el famoso círculo rojo, integrado por analistas, empresarios, políticos y periodistas, al que Jaime Durán Barba le divierte contradecir. Así, no existe traición posible, y por lo tanto tampoco hay autocrítica. Marcos Peña lo resumió el viernes ante un ejército de voceros y prenseros del oficialismo: “Hay una cierta subestimación de nuestro estilo”. A su vez se jactó sobre el provecho que el gobierno le saca a las redes sociales
Fue una forma de confirmar que ni siquiera está bajo consideración realizar un ajuste en el estilo.