POLITICA

Guarangadas

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Uno de los datos más poderosas de ésta época en la Argentina es la notable adopción de una fabulosa mistificación por quienes gobiernan. La asumieron como criterio y guía principal, pero la sociedad la paladea y termina ingiriéndola. Se ha naturalizado. Es lo que hay, balbucean.

Empezó tibiamente en 2003. Con frecuencia regular, desde el aparato del Estado se empezó a pregonar entonces, que en la Argentina había terminado la era de la hipocresía. Con estas nuevas autoridades, imprevistamente catapultadas al poder tras la demolición de un orden descosido desde fines de 2001, venía –se dijo– la era de la franqueza. Terminados los rulos del eufemismo institucionalizado, era el turno de la verdad, sin afeites ni adornos. Concluía el rococó.

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Desde entonces, el ascenso de esta sutil pero perversa y fuerte concepción no ha tenido límites. Abrazados sin remilgos a los aires que prevalecen desde entonces, los dueños del poder se asumieron entusiastamente como “transgresores” deliberados. No le cerrarían el paso a ningún revoltoso y más aún, se sumarían a ellos. El desorden y la ordinariez, rezaban, son saludables y creativos.