Cuando el juez federal Claudio Bonadio se cruzó con Sergio Moro en abril de 2017, el brasileño ya estaba en lo más alto de su estrellato judicial internacional y Bonadío arrastraba —todavía lo hace— serias sospechas respecto a su imparcialidad. El presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, organizó el encuentro de manera informal cuando el magistrado que destapó el Lava Jato, el mayor escándalo de corrupción en la historia brasileña, visitó la Argentina.
Con la excusa de difundir su labor en el marco de la reunión de la Junta de Presidentes de Cámaras Nacionales y Federales, Lorenzetti puso a disposición de Moro una larga mesa en U en el salón Gorostiaga del Palacio de Justicia pero Bonadio quedó rezagado a la punta de una segunda fila de asientos, fuera del tablón. Aún así, no despegó su mirada del astro brasileño durante los 45 minutos de exposición.
La historia bien podría dar un salto temporal hasta la madrugada del último miércoles: redadas, órdenes de detención y la foto de políticos y empresarios esposados con rostros que van de la circunstancia a la furia. Cualquier similitud con los megaoperativos del Lava Jato que no se cansó de firmar y ejecutar Moro contra decenas de ex funcionarios, legisladores y empresarios vinculados a la obra pública en el país vecino no es casualidad. Tampoco la apelación a los recursos del delator y la prisión preventiva como táctica ofensiva, como había ya implementado Bonadio en otra causa que investiga, la del Memorándum con Irán.
“Lo que sorprende es que se avance sobre los empresarios”, afirmaba ayer un juez a PERFIL bajo estricto anonimato. Tras reconocer “el equilibrio con el que suele operar el fuero federal”, este magistrado recordó el camino habitual que solían atravesar los procesos penales en los postgobiernos: “Primero los personajes fáciles, como los Fassi Lavalle. Luego algunas figuras más icónicas, como María Julia (Alsogaray). Pero a esta magnitud e incluyendo empresarios… solo en los últimos años”. También allí se reconoce una justicia post Lava Jato.
La ruta de las coimas y el Lava Jato, un espejo prematuro
Bonadio avanza sobre Cristina Fernández de Kirchner como Moro lo hizo sobre Lula. Y el próximo 13 de agosto, si la expresidenta se presenta a indagatoria, será la cuarta vez que se cruzan bajo las reglas de Py. Moro tuvo su mayor duelo con Lula da Silva en mayo del año pasado, un show vía streaming que se prolongó a lo largo de cinco horas. Fue el choque entre los dos personajes más populares en la opinión pública brasileña en ese entonces. No sería el caso en la pseudo adaptación argentina de El Mecanismo. Esa sería otra diferencia sustancial entre ambos magistrados además de la mucho más notoria diferencia de edad y de orígenes, porque no siempre Bonadio fue el enemigo público Nº 1 del kirchnerismo.
De corazón peronista, a fines de 2010, la diputada del FpV Diana Conti, entonces en el Consejo de la Magistratura, lo llamaba “Claudio” y lo describía como “un ejemplo de juez independiente” que “resuelve de acuerdo con sus convicciones siempre”. Su pasado vinculado al menemismo y el ministro del Interior Carlos Corach así como el complejo entramado de la militancia y las leyes en el partido de San Martin no impidieron sus nexos con los diversos peronismos. Hasta hubo un momento cuando se lo asoció al mismo Sergio Massa que lo acusaba de cenar con el gobernador Daniel Scioli.
Recuerdan los cronistas especializados que en los años del kirchnerismo resultó favorecido con la caída de varios juries. Llegó a tener 75 denuncias en contra de las cuales apenas dos fueron resueltas con una multa –luego anulada por la Corte Suprema– y una sanción disciplinaria. Algo quebró el vínculo, entre 2013 y 2014, y puso a Bonadio en una cruzada contra los K. “Se convirtió en el juez pistolero que opera para PRO”, calificó un hombre del último gobierno que estuvo en la avanzada judicial en el Consejo de la Magistratura contra Bonadio. Solo que ahora le tocó a la nueva mayoría oficialista de Cambiemos “congelar” los procesos en su contra.
Moro, en cambio, nunca fue cercano a Lula ni al Partido de los Trabajadores. Todo lo contrario: proviene de una clase media sureña, del estado de Paraná, de las zonas más acaudaladas y conservadoras de Brasil. De ahí su exquisita formación académica, que incluyó un paso por Harvard, y también la sintonía con figuras como el senador Aecio Neves, uno de los que más impulsó la caída de Dilma Rouseff y luego se vio envuelto él mismo en la trama de corrupción. A diferencia de Bonadio, Moro siempre optó por poner en segundo plano su filiación política. Se volcó a hacer carrera en los tribunales desde joven lejos de Brasilia y convirtió a Curitiba en la capital brasileña de la lucha contra la corrupción.
Si algo comparte con Bonadio, no obstante, es su tenacidad. Y ciertos comentarios de allegados respecto a los métodos que aplica para cumplir su objetivo. Así como a Bonadio fue removido de la causa Hotesur por pedido de la defensa al no reconocerle ciertas garantías —luego gestaría el expediente gemelo de Los Sauces para retener parte de la investigación—, Moro fue apercibido por sus superiores por filtrar el audio de una comunicación privada entre Lula y Dilma Rousseff, cuando aún era presidenta, y hacer del “Tchau Querida” un trending topic que se volvió bandera en las calles.
Dilma le comunicaba a su jefe político su disposición a escudarlo con los fueros de Jefe de Gabinete, lo que lo sacaba de la órbita de Moro y lo ponía en manos de un tribunal menos hostil, como la Corte Suprema. La jugada del juez de Curitiba caldeó todavía más el humor social y terminó por bloquear, tiempo después, la designación. Luego llegaría su sentencia de prisión a Lula por corrupción pasiva y lavado de dinero en la causa OAS en la cual solo pudo vincular al ex presidente con un dúplex en Guarujá a través del testimonio de un “arrepentido”. El mismo as en la manga que tiene Bonadio hoy.