Durante la rechifla a Menem en la Rural, en agosto de 1993, brotó de la multitud Miguel Arjona, alias “Batata”, para defender con pocos modales y menos tacto, al riojano.
Además del escándalo, generó la palabra que hoy define a quienes se calzan el traje de kamikaze y salen a incinerarse en nombre del poderoso, mientras el poderoso mira para otro lado. Así como D’Elía batatizó su actual gestión, Rudy Ulloa lo hizo durante la década que Kirchner gobernó Santa Cruz. Pero ellos no fueron los únicos.
Cuando al virrey Cisneros comenzó a tambalearle la silla virreinal, apareció el primer batata de nuestra historia: el coronel Domingo French precursor de los “otros métodos” de persuasión. Su accionar fue más que convincente en Córdoba, cuando le pegó el tiro de gracia al ejecutado Liniers. Otro de los pioneros del batatismo fue Francisco Paso, hermano del popular Juan José. Pancho Paso era el encargado de sembrar cizaña en la interna de los patriotas, al tal punto que Chiclana renunció al triunvirato, cansado de las operaciones que le armaba el hermano del prócer.
Rosas tuvo entre sus acólitos a Vicente González, el “Carancho del Monte”, quien era fiel ejecutor de turbias decisiones en los campos bonaerenses. Leandro Alem se cambió el apellido para distanciarse del recuerdo que había dejado su padre, el mazorquero Leandro Alén, batata rosista del barrio de Balvanera. Aunque terminaría siendo una blanca palomita si se lo compara con el feroz Ambrosio Sandes, el coronel a quien Mitre le encargaba de todo un poco.
A veces, el batatismo llegaba a niveles insólitos. Al regresar del entierro del caudillo Adolfo Alsina, su violento guardaespaldas y mandadero Pedro Galván le escribió a su padre: “Adiós, tata, me voy con él”. Se clavó el facón en el pecho y se fue con él, nomás.