La provincia de Buenos Aires espanta. Desespera. Tierra de nadie, se la define una y otra vez.
En el Gran Buenos Aires, el solo hecho de parar en un semáforo se ha convertido en una aventura demasiado peligrosa.
¿Y salir, de noche o de día?
¿E ir al banco o a hacer las compras?
Sin embargo, la información acumulada durante los últimos meses permitiría ir recontraconfirmando que el problema de los problemas de la provincia de Buenos Aires no está en la vía pública, sino puertas adentro de ciertos despachos policiales y políticos.
Ya es natural pensar así. Nadie se sorprende si uno dice semejante cosa, más allá de que pueda probarlo o no. Sin embargo, el problema de los problemas de haber ido asumiendo esta manera de entender y soportar la provincia de Buenos Aires no es que (según todas las encuestas) los ciudadanos comunes veamos las cosas de ese modo. El drama es que fiscales, jueces y políticos las ven igual. O peor. En síntesis: si hay un robo o un secuestro, las hipótesis de que “fue la cana” o de que “fue el entorno del intendente” o de que “esto es por una pelea del intendente con sus opositores o con la policía”caen tan de maduras como que, al final, nada de todo eso se habrá esclarecido a fondo.
Hoy, casi el 10 por ciento de la Bonarense se halla abocada a la resolución de tres secuestros:
1) El de Jorge Julio López, que desde el 17 de septiembre viene hundiendo en la impotencia al gobernador Felipe Solá, a su superministro León Arslanian y al mismísimo Presidente de la Nación. En la causa ya se aceptó como testigos hasta a videntes y delirantes místicos, mientras la existencia del “primer desaparecido en democracia” mete miedo a los miles de testigos de las causas por la represión de los 70. Por obvias razones, no se sienten seguros con la custodia policial que se insiste en imponerles.
2) El de Hernán Ianonne, en José C. Paz, con dos agravantes: se sospecha que un grupo de policías “quiso mejicanear” parte de la recompensa; y las principales sospechas judiciales de estas horas recaen sobre el entorno del intendente Mario Ishi, un ex duhaldista que se hizo kirchnerista antes que nadie y se abraza seguido con Solá y con la primera dama, Cristina Kirchner.
3) El de Luis Gerez, en Escobar, que hasta en su propia familia los lleva a sospechar sobre una maniobra de sectores oficialistas para beneficiar al Presidente y a los propios punteros pingüinos de la zona. En la Fiscalía y hasta en La Plata crece la amarga sensación de que “a Kirchner le hicieron pisar el palito”, porque el origen del secuestro del albañil-militante durante 48 horas habría tenido origen “en la interna del Frente para la Victoria”.
¡Bonito panorama el de la provincia de Buenos Aires!
Todos los secuestros son extorsivos. Se los hace para pedir a cambio plata o (cuando persiguen un fin político) alguna clase de decisión por parte de alguien. Pero cuando es posible el solo hecho de pensar que quienes deben prevenir y castigar delitos se dedican a promoverlos para sacar ventajas, la bendita “nueva política” se va al tacho. Y los secuestrados pasan a ser los demás. O sea, todos.
Según el padre de la Economía Civil italiana, Stefano Zamagni, el desarrollo de la Argentina se traba por dos carencias: la falta de capital institucional y la de capital social, entendido como “la necesaria confianza recíproca” entre los actores sociales y políticos. Los secuestros de López, Ianonne y Gerez pegan de lleno en el costado más sensible de los que andan a pie: en la confianza. Sin confianza generalizada, a la corta o a la larga, no hay política ni economía ni Patria que valgan. Y ni siquiera hay chances de resolver el asunto pagando un rescate.