SOCIEDAD
El crimen imposible

Asesinato de Kennedy: un magnicidio en la sociedad del espectáculo

El 22 de noviembre se cumplieron sesenta años de un asesinato bajo la luz del sol, y aun con el sabor de lo irresuelto. Esteban Ierardo disecciona aquel hecho de explicaciones inverosímiles como la marca de una gran conspiración, un golpe de Estado velado, un ataque perfectamente orquestado desde el abismo nauseabundo del poder detrás del poder.

Asesinato de John F. Kennedy
John F. Kennedy en el coche presidencial, en la Plaza Dealey de Dallas, minutos antes de ser asesinado. | Cedoc Perfil

Ya han transcurrido seis décadas del magnicidio de John F. Kennedy en la Plaza Dealey, en Dallas, el 22 de noviembre de 1963. Un asesinato bajo la luz del sol, y aun con el sabor de lo irresuelto.

La versión oficial de lo ocurrido es la de la comisión Warren (CW), constituida por el recién nombrado presidente Lyndon Johnson, y así llamada por el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Earl Warren, e integrada por varios notables, entre los que se encontraba el futuro presidente Gerald Ford, o Allen Dulles, el ex jefe de la CIA, despedido por Kennedy tras el fracaso de la invasión a Cuba en Bahía de los cochinos en abril de 1961.

Luego de su publicación, el informe de esta comisión, de 27 volúmenes, despertó inevitables sospechas. Su relato establece un solo tirador, un pro-soviético enemigo del sueño americano, Lee Harvey Oswald que, con puntería semidivina, arrebató la vida al presidente demócrata; luego se escabulló, y armado todavía, habría matado al oficial de policía J. D. Tippit; y se refugió en un cine y, allí, fue capturado.

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En los interrogatorios, y en sus breves declaraciones a la prensa, Oswald siempre negó ser culpable. Dijo ser un patsy, un chivo expiatorio. De forma muy sospechosa, se le negó su derecho a un abogado. Y dos días después, el 24 de noviembre, en el sótano del Cuartel Central de Policía de Dallas, cuando se lo trasladaba a la cárcel de la ciudad, Oswald fue acribillado por un disparo en el estómago por Jack Ruby, dueño de un cabaret en Dallas, con conexiones con la mafia de Chicago y New Orleans.

Según la versión oficial, dos día antes Oswald cumplió su meta asesina con una vertiginosa sucesión de tres disparos realizados desde la ventana del sexto piso del Depósito de Libros de Dallas (hoy Museo), con un rifle Mannlicher Carcano, de 6.5 milímetros. Dio en el blanco con dos disparos, uno mortal, en la cabeza por detrás, otro balazo impactó en el cuello del presidente, alcanzó el nudo de su corbata, salió por la garganta, traspasó la espalda del gobernador de Texas John Connally, que se hallaba en el asiento delantero del Lincoln presidencial; arrancó diez centímetros de su costilla; y luego de salir de su cuerpo hizo una trayectoria descendente e hirió su muñeca y se alojó en su muslo izquierdo. La célebre bala mágica, conocida como “CE399”, luego hallada, casi intacta en el Parkland Hospital, en la camilla de Connally. Hace poco, Paul Landis, un ex agente del Servicio Secreto de 88 años, testigo cercano del ataque al presidente, asegura que luego del asesinato recogió una bala del automóvil presidencial, en la parte trasera, donde no debería estar según la versión oficial; y la dejó en la camilla del mandatario en el hospital.

La confesión de Landis, aunque no sea verificable, reaviva lo inverosímil de la explicación oficial, cuyo rechazo ha motivado una ingente bibliografía que alienta explicaciones alternativas del crimen, que no pueden ser tan fácilmente desestimadas…

 

La complejidad de un crimen

En 2017, se desclasificaron miles de documentos del servicio de inteligencia sobre el asesinato. Pero esta liberación de información no reveló nada nuevo. Sin embargo, más de medio siglo de investigaciones independientes erosionaron el Informe Warren con tan contundente filo que, al día de hoy, sostener la autoría sin más de Oswald resulta increíble.

Lejos de la figura de Oswald como asesino lobo solitario, el crimen  ahora se lo entiende como un proceso altamente complejo que pudo haber involucrado diversos actores ocultos: la CIA y la Mafia; el sector petrolero texano; los anticastristas desairados por el fracaso y no apoyo a la invasión de Cuba en Bahía de Cochinos; el temor de Lyndon Johnson a ser dejado de lado por Kennedy por acusaciones de corrupción en su contra; la Orden Ejecutiva N 11110 del presidente que le devolvía al gobierno de los EE.UU la facultad de emitir moneda sin pedir prestado a la Reserva Federal; los intereses del negocio bélico por mantener la guerra de Vietnam que Kennedy habría querido evitar… La marca de una gran conspiración, un golpe de Estado velado, un ataque perfectamente orquestado desde el abismo nauseabundo del poder detrás del poder.

 

La demostración indirecta de la conspiración

De ser cierto que solo hubo tres disparos procedentes del supuesto rifle de Oswald, esto se produjo en un lapso de entre seis a ocho segundos. Una proeza, rayana en lo imposible, aun para el más extraordinario tirador.

La versión de la Comisión Warren fue reproducida hasta el hartazgo por la prensa. Los periódicos y la mencionada comisión, desestimaron muchísimos testigos que, junto con otros que por distintas razones no declararon, insistían en que el disparo que mató a Kennedy procedía de un montículo de hierba, el Grassy Knoll, frente a la Plaza Dealey.

Esto coincide también con la célebre película Zarpruder.  Abraham Zapruder, un empresario textil, filmó el momento del disparo letal en la cabeza de Kennedy con una película de 8 mm en color. En la filmación, que fue vendida a la Revista Life, es notorio que el disparo que masacró la humanidad del presidente vino por la derecha, y desde el montículo de hierba.

Los numerosos testimonios sobre el Grassy Knoll como origen del disparo final fueron negados; lo que se agrega a la muy extraña relajación en la seguridad de la caravana presidencial. Las motocicletas policiales en este caso no avanzaron delante o a los costados del auto presidencial sino “convenientemente” detrás; faltó un monitoreo sobre peligrosas posiciones de potenciales francotiradores en los edificios circundantes; el itinerario, dispuesto por las autoridades de Dallas y el Servicio Secreto, hizo que la limusina se desviara de Main Street, la dirección más lógica para llevar al presidente a su destino, y giró hacia Houston Street para luego empalmar por Elm Street, a un costado de Plaza Dealey, a poca velocidad, como si se buscara acercar el objetivo a un cercano foco de disparo. Incluso la Comisión Warren admitió una inexplicable relajación en los protocolos de seguridad de la caravana presidencial.

A su vez, siempre fue especialmente llamativa la falta de voluntad de investigación de la Justicia y de los servicios de inteligencia sobre todas las posibilidades del caso.

El informe Warren solo supuso una investigación a pedido de Johnson. El Estado de Texas nunca manifestó el menor interés por iniciar una investigación que, luego del asesinato de Oswald, pudo enfocarse en las extrañas deficiencias en la seguridad presidencial y en sopesar el aporte de la gran cantidad de testigos; y, que se sepa, el FBI o la CIA nunca tomaron en serio la posibilidad de una conspiración, con varios tiradores emplazados en distintas posiciones. Más bien se limitó a destruir todas las pruebas en esa dirección.

Según la versión oficial, el resultado de la autopsia del cadáver de Kennedy, evidencia un disparo por detrás como causante de la muerte, por lo que Oswald sería el único responsable. Caso cerrado. Pero muchos médicos del Parkland Hospital negaban lo dicho por la CW en cuanto a los orificios de entrada de los disparos. Y la evidencia sobre la manipulación e ilegalidad en la autopsia presidencial es abundante. Por empezar, según la ley, la autopsia debió realizarse en Texas, pero, sospechosamente, el cuerpo fue trasladado rápidamente por el servicio secreto, en el avión presidencial, el Air Force One, hasta el Hospital naval de Bethesda, en Maryland. 

El caso se cerró por la voluntad del Estado. En todo caso, la muerte de Kennedy fue muy conveniente para la salud de ciertos intereses. El presidente asesinado planeaba aumentar los impuestos a la producción petrolera texana; aumentó la persecución de la Mafia a través de su hermano Robert Kennedy como Fiscal general; estaba seriamente interesado en devolver a la CIA a sus verdaderas funciones originales, y desarmarla como agencia incontrolable dentro del Estado que acometía misiones propias. Y ante todo Kennedy deseaba traer de regreso las tropas norteamericanas de Vietnam, lo que hubiera perjudicado los intereses de la industria armamentística, del complejo militar-industrial, como lo llama Eisenhower. 

El único juicio por la cuestión Kennedy fue promovido por  ex-fiscal de distrito de Nueva Orleans,  Jim Garrison, quien  inspiró la  película JFK, de Oliver Stone, de 1991, con Kevin Costner como el valiente y rebelde fiscal. Garrison indagó que conocidos personajes, como David Ferrie o Clay Shaw, podían estar involucrados en el asesinato. Garrison enjuició a este último, en 1969, y mostró a los miembros del jurado la película de Zapruder por primera vez.

Garrison afirmó que Oswald no hizo ningún disparo; fue una víctima trágica manipulada como chivo expiatorio. Y el disparo del sexto piso del Depósito de Libros, que no fue de todos modos el decisivo, quizá fue realizado por Malcom Wallace, un personaje llamado por algunos “el sicario personal de Lyndon Johnson”. En el nido del francotirador, en el sexto piso del Depósito de Libros, se encontró una huella dactilar sobre una caja, que era la de Wallace, tal como lo confirmó un experto. Pero esa prueba fue misteriosamente destruida en los archivos del FBI.

En todo caso, el único intento judicial de Garrison terminó en fracaso, y no tuvo ninguna colaboración de los poderes estatales.

En 1975, se mostró por primera vez la película de Zarpruder en televisión. Su alto impacto condujo a la formación del Comité Selecto de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos sobre Asesinatos (House of Representatives Select Committee on Assassinations, o HSCA) para estudiar el asesinato de Kennedy y el de Martin Luther King. En 1979 se emitió su informe final. Se ratificó muchos de los dichos de la comisión Warren, salvo que, según el Comité, fueron 4 disparos y no tres. Y el tercer disparo, se sostuvo, fue realizado por un segundo asesino ubicado en el montículo de hierba. Se aceptaba así una conspiración, pero sin ir más allá.

La falta de un juicio en toda regla en Texas después del crimen, su tratamiento solo por una atípica comisión de investigación, es un hecho que demostraría, de forma indirecta, que había algo no asumido que se quería ocultar…

 

El poder de los testigos

Que se quisiera ocultar una conspiración también se transluce por la gran cantidad de testimonios que aseguraban que el origen del disparo mortal fue desde el famoso montículo de hierba de la Plaza Dealey, el Grassy Knoll. La desestimación oficial de todos esos testimonios los relegó al rumor imaginativo de una narrativa literaria, en la que todo lo dicho se hunde en páramos de arena pantanosa.

Para quienes siguen sosteniendo que el único culpable fue Oswald, demonio tirador agazapado con su rifle afortunado en el sexto piso de un edificio, debieran demostrar la falsedad de esos testimonios, o el de algunos de ellos. Por eso es oportuno recordar tres de estas declaraciones, muy documentadas hoy día, que aseguran que alguien disparó a Kennedy desde el montículo de hierba.

Recordaremos solo tres testimonios clave. El primero de ellos es de una testigo anónima por mucho tiempo, conocida como Lady Babushka y que, mucho después, cuando ya se sintió segura para compartir sus recuerdos, se reveló como Bervely Olivier, quien dijo haber filmado lo ocurrido con una cámara de cine Super 8 Yashica, que le habría sido arrebatada por un agente del FBI. Siempre sostuvo con énfasis que el disparo crucial vino del montículo de hierba, que se oyó un disparo desde allí, se vio humo y olió pólvora.

El segundo testimonio parece muy contundente, aunque se ha intentado negarle toda credibilidad por supuestas inconsistencias… Este testigo es Ed Hoffman, un sordomudo. Su testimonio lo hizo público por primera vez en un polémico documental The Men Killed Who Kennedy, en 1988. Rumbo a su dentista se detuvo a un costado de la carretera Stemmons Expressway para contemplar el paso de la caravana presidencial desde allí. En esas circunstancias, dice haber visto a un hombre con un rifle luego de los disparos tras la cerca de madera del montículo de hierba. Entonces, ese individuo entregó el arma a un segundo hombre vestido como un trabajador ferroviario que desmontó el rifle, lo colocó en una caja de herramientas, y se alejó hacia las vías del ferrocarril. En 1985, el testimonio de Hoffman, que murió en 2010, fue recogido por el reportero Jim Marrs en su libro Crossfire: The Plot That Killed Kennedy, de 1989.

El  tercer testimonio es de Lee Bowers, un empleado ferroviario que, desde su posición en una oficina de la Union Terminal Company, podía ver la parte trasera de la valla en el montículo de hierba, y que dijo haber visto personas extrañas allí. Pero a esto se debe sumar el revelador comportamiento colectivo de cientos de personas que luego de escuchar el supuesto disparo desde el Grassy Knoll, corrieron hacia allí, como también lo hicieron, con arma en mano, los policías motociclistas de la comitiva presidencial. Y es entraño también que quienes impidieron avanzar a los curiosos se identificaron como miembros del Servicio Secreto, a pesar de que durante las investigaciones de la CW, el propio Servicio Secreto manifestó que “no tenía a ninguno de sus agentes custodiando la valla o situado en aquella parte de la ciudad”.

 

La doble conspiración, y lo que callan los medios

El cono de sombra bajo el que el asesinato de Kennedy no pierde actualidad, revela el sospechoso comportamiento de la custodia presidencial, la ausencia de una genuina investigación judicial, y la comisión Warren como sospechosa narrativa oficial apoyada por la prensa.

Distintas líneas abiertas que quizá se entrecruzan en la posibilidad de una doble conspiración: la primera, la urdida como una operación compleja para asesinar a un presidente elegido por elección democrática; la segunda, el encubrimiento, con poderosos recursos, para instalar el mito de un único asesino, construir un chivo expiatorio para calmar la demanda de un culpable, y ocultar la acción de un poder secreto (cripto-poder) que actuaba fuera del conocimiento público.

Más allá de las posturas a favor o en contra de la conspiración, el asesinato de Kennedy compone una narrativa que combina evidencias no asumidas e irreductibles puntos ciegos, en una trama de complejidad ajedrecística y de visos de tragedia indescifrables, que instala la sospecha sobre la acción de fuerzas incontrolables aun dentro de la sociedad democrática.

Una integración de las principales investigaciones sobre el poder real tras el crimen del presidente Kennedy, y que hacen colapsar el castillo de naipes de la Comisión Warren, puede hurgarse en el fundamental libro de Javier Sánchez García, Teoría de la conspiración: Deconstruyendo un magnicidio: Dallas 22/11/63, ed. Nayona. 

Y en la cultura popular el crimen de Kennedy es fuente constante de sospechas, teorías alternativas, de un sentimiento de indefensión ante los eventuales engaños consumados con eficacia criminal por poderes capaces de alterar y encubrir la realidad, de crear falsos culpables con total impunidad; ocultamiento en el que establishment obró con los brazos de los servicios de inteligencia, la indiferencia judicial, y el encubrimiento de la prensa. De ahí la afirmación de David Talbot, el autor de La conspiración: “Las élites saben la verdad sobre el asesinato de JFK, pero los medios se la callan”.

 

Un magnicidio en la sociedad del espectáculo

El asesinato de Kennedy compone una intriga cuya fascinación también incluye su dimensión escénica. Un crimen orquestado a plena luz del día, en una plaza, ante la mirada azorada de cientos de observadores. No era objeto en ese momento de una transmisión televisiva en directo, como sí lo fue luego el asesinato de Oswald. Una modalidad de magnicidio con alguna afinidad con la del presidente egipcio Moḥamed Anwar al Sadat, en 1980, ante también cientos de personas, y en un acto de violencia filmada.

Hoy, la película de Zapruder instala la escena del crimen en un proceso de repeticiones incabables online, como parte de la infatigable sociedad del espectáculo. La repetición, sin fin, de la espectacularidad de la cabeza destrozada de un presidente, como si todo esto fuera parte de una calculada impunidad.

 

(*) Filósofo, escritor, docente, su último libro La red de las redes, ed. Continente; con una amplia página cultural y un canal de Youtube que se pueden buscar por su nombre.