SOCIEDAD
60 años del asesinato de Kennedy

Las siete razones por las que Oswald es inocente

La historia se construye con algunas verdades, y un océano de mentiras. En la historia se trenzan la verdad escondida y la mentira "preparada". Ejemplo de esto último es el asesinato interminable, por no resuelto, de J. F. Kennedy.

Lee Harvey Oswald
El ex infante de marina Lee Harvey Oswald (Nueva Orleans, 18 de octubre de 1939-Dallas, 24 de noviembre de 1963), acusado de asesinar a John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963. | Cedoc Perfil - Wikipedia.org

Para el discurso oficial es caso cerrado. Lee Harvey Oswald, un "perturbado comunista", se parapetó en el sexto piso de un depósito de libros, frente a la Plaza Dealey, en Dallas, Texas. Y desde allí, mediante tres afortunados disparos, asesinó al presidente Kennedy, a su paso por Elm Street, a las 12:30 hs del 22 de noviembre de 1963. Otra estocada al sueño americano.

El Informe Warren, y su versión oficial de lo ocurrido, dictaminó, con seguridad de acero, la culpabilidad de un solo tirador. Además, la susodicha comisión determinó que uno de los tiros atravesó la garganta de Kennedy y, en una rocambolesca trayectoria, hirió también al gobernador de Texas, John Connally, que iba delante en el auto presidencial descapotable. La llamada bala mágica.

Antes de ser capturado dos horas después de los disparos, en su camino de fuga hacia un cine de Dallas, Oswald habría matado al policía Tippit. Dos víctimas del criminal que, él solo, sacó de la Tierra a uno de los personajes, en teoría, más custodiados del planeta.

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Para la versión oficial, la proposición de que la muerte de Kennedy fue orquestada por una red compleja de actores, es puro delirio conspiranoico. Espejismo y quimera. La red del complot se compondría de los petroleros tejanos temerosos de que el presidente les arrebatara sus privilegios fiscales; la CIA, la Central de Inteligencia, que no perdonó a Kennedy el fracasó en la invasión de la Bahía de Cochinos, en Cuba, y el despido de su jefe Allen Dulles; los sectores cubanos anticastristas también resentidos por esa debacle; la mafia acosada por el fiscal, hermano del presidente, Robert Kennedy; o el complejo militar-industrial indignado por la directriz NSAM-263, que disponía la retirada gradual de los soldados en Vietnam, y el peligro de quedarse sin el negocio de la guerra. Para los partidarios del Informe Warren, todo aquello solo era estrategia editorial para extraer oro de la veta conspiranoica.

La comisión Warren modeló la “verdad definitiva” a pedido del presidente sustituto, L. B Johnson. En esa “verdad” también ayudaron los grandes diarios, cuyo negocio era consentir antes que cuestionar.

Oswald, así, quedó asentado como único asesino. En su misteriosa soledad, cumplió su designio con un vetusto, barato, y poco confiable rifle italiano Mannlicher-Carcano, de la segunda guerra mundial. La anatomía verbal de un enunciado se quiebra por un contenido contradictorio; y, para el ojo perspicaz, la proposición “Oswald lo hizo, él solo”, se despedaza en una plétora de fragmentos.

 

El renacer del magnicidio

Tres hechos volvieron a magnetizar el asesinato en Dallas. Primero la difusión, en 1975, de la película de Zapruder, un comerciante que filmó el muy cercano paso del Lincoln presidencial, en el momento en el que un disparo letal traspasaba la masa encefálica del dios político hecho mortal; segundo, el Comité selecto de asesinatos del Senado (HSCA), que investigó oficialmente el caso, y presentó su informe final en 1979. No negó el protagonismo de Oswald, pero afirmó que “el comité cree, basándose en las pruebas disponibles, que el presidente John F. Kennedy fue probablemente asesinado como resultado de una conspiración. El comité no fue capaz de identificar otros francotiradores, o la extensión de la conspiración”. Conspiración que, en definitiva, fue un golpe de Estado.

Y, por último, el atractivo del asesinato lo revivió la controversial película JFK, de Olivier Stone, en 1992, inspirada en el único juicio sobre el magnicidio, consumado a pedido del heroico fiscal Jim Garrison, en New Orleans, en 1969.

Eso, y la interminable retahíla  de publicaciones sobre el caso, antes y después del misterioso trayecto de las balas en la Plaza Dealey.

 

El culpable que es el gran inocente

La principal contradicción a la que se llega al final del estudio de la figura trágica y solitaria de Oswald, es que quizá "el gran culpable es el gran inocente". La bibliografía sobre Kennedy y Oswald es inabarcable. Pero para quien quiera sumergirse en la tesis que afirma que Oswald es inocente, la mejor recomendación tal vez sea navegar en las más de 600 páginas de Teoría de la conspiración. Deconstruyendo un magnicidio (2017), del escritor y periodista catalán Javier García Sánchez, publicado por Novona; que sintetiza los autores icónicos en el estudio del magnicidio (Lane, Epstein, Buchanan, Talbot, etc.). Y cuyo propósito principal es demostrar que Oswald está libre de toda culpa; y, además, demuestra que los disparos en la plaza fueron al menos 5, y ejecutados desde tres direcciones, bajo la muy sospechosa relajación de las medidas de seguridad del servicio secreto de la comitiva presidencial. Y la otra sugerencia: JFK, tras la pista de los asesinos, del recién mencionado fiscal Garrison.

La probable inocencia de Oswald asoma en la saliva de sus propias palabras. Tras el caos provocado en la Dealey plaza, fue capturado en el cine Texas Theatre. En el Departamento de Policía de Dallas, ante la requisitoria periodística, aseguró "I’m just a patsy" (Solo soy un cabeza de turco). Es decir: un chivo expiatorio. Un cebo. Un señuelo.

Y no debe olvidarse otras dos “cabezas de turco”: Sirhan Bishara Sirhan, el palestino que, con muy alta probabilidad, fue convertido en falso culpable del asesinato de Robert F. Kennedy, el 6 de junio de 1968, en el Hotel Ambassador de Los Ángeles; James Earl Ray acusado también del homicidio de Martin Luther King, en la ciudad de Memphis, el 4 de abril de 1968; e incluso, al buscar en la  historia del siglo XX, el comunista neerlandés Marinus van der Lubbe fue seguramente falsamente acusado del incendio del Reichstag, el edificio del Parlamento alemán en Berlín, el 27 de febrero de 1933, de modo de darle a los nazis la excusa para su control total del Estado por razones de seguridad.

Otra de las contradicciones en la creencia de Oswald como único asesino es que este fue marine, y activo de la Inteligencia naval. Se lo asignó al control de radares en la Instalación Aérea Naval Atsugi, en Japón. Entonces, se realizaban los vuelos de los aviones espías U2. Luego, en apariencia, desertó. Viajó a Rusia. Vivió en Minsk. Se casó con una joven de 19 años, Marina Prusakova. Regresó a Estados Unidos. Se lo aceptó sin objeciones. Brumas sospechosas en el paisaje.

La estancia de Oswald en la Unión Soviética es enigmática. Norman Mailer se concentra en ella en Oswald. Un misterio americano (ed. Anagrama). Avala la tesis de Oswald como único homicida. Javier García Sánchez lo refuta, con insistencia. Pero, ¿por qué alguien como Oswald, preparado por la ONI (Oficina de Inteligencia Naval), viajó a la entonces tierra de la hoz y el martillo? En las sesiones del HSCA, un importante agente de la CIA, James A. Wilcott, afirmó que Oswald fue “reclutado por la Agencia entre los militares con el propósito expreso de asignarlo como doble agente en la URSS”. En coincidencia con esto, la madre de Oswald, Marguerite, repitió: “Mi hijo siempre trabajó para los militares”.

La inocencia del exmarine fue defendida por Jim Garrison. Según afirma en JFK, tras la pista de los asesinos: “La prueba negativa del nitrato, su pésima marca de tirador en los marines, su personalidad generalmente poco agresiva, la escasa calidad del rifle Mannlicher-Carcano, que supuestamente compró por correo y utilizó, la ausencia de cualquier evidencia respecto a su intervención en el asesinato de Tippit; todo ello confirma que él no mató a nadie, que era simplemente, como alegó, un señuelo”.

El juez también agregaba que Oswald fue manipulado por la CIA, lo cual confirmó Antonio Veciana, un exagente de Alpha 66, organización paramilitar anticastrista organizada en Estados Unidos con la misión de matar a Castro. En sus memorias, y en una conferencia, Veciana afirmó: “Yo no sé quién mató a Kennedy, pero sé quién le quería ver muerto. Él trabajaba para la CIA. Me presentó a Lee Harvey Oswald. En Dallas. Dos meses antes de que JFK muriera asesinado…”. El hombre al que se refiere Veciana es David Atlee Philips, agente de la CIA, cuyo nombre en clave era Maurice Bishop. 

La CIA colaboraba con la Inteligencia Naval. Y cuando Oswald está en prisión tras el asesinato, pidió una llamada que en definitiva no fue enviada; pero el papel del pedido, que tenía que ser destruido, lo recogió la telefonista, al presentir su importancia futura. La llamada era a un oficial de la Inteligencia Naval en Raleigh, Carolina del Norte...

 

Entre New Orleans y México

En la complejidad de la trama conspirativa, Garrison investigó la conexión con New Orleans. Allí actuó David Ferrie, personaje anticastrista que habría  conocido a Oswald, y habría ayudado a prepararlo como chivo expiatorio. En esto también  pudo estar implicado Clay Shaw, el acusado en el juicio espoleado por Garrison. Luego del magnicidio, Ferrie amenazó a Judyth Vary Baker, quien sabía de su relación con Oswald. Baker es una bióloga, aún vive, relacionada con un proyecto para matar a Castro en su juventud, y que conoció a Oswald. Autora de Me and Lee, dice haber sido su “íntima” amiga. Esta siempre destacó que Oswald fue usado, que este decía estimar a Kennedy, y que, un día antes de los hechos, le comunicó telefónicamente que debería ayudar a que no se consumara ningún ataque contra el presidente. Esto pudo creerlo él, pero luego del asesinato, de forma muy sospechosa, las autoridades lo emplazaron inmediatamente como principal sospechoso, al tiempo que su historial como supuesto comunista por su paso por la Unión soviética se viralizaba con la fuerza del rayo.

Antes, Oswald distribuyó en New Orleans panfletos de un comité procastrista, y participó en un programa televisivo defendiendo el marxismo; y fue agredido, supuestamente, por un exiliado cubano. Pero, Garrison dixit, toda aquello era parte un típico montaje de Inteligencia para inventar un personaje ficticio que fuera "útil". El patsy futuro.

Incluso Garrison propuso que es posible que Oswald ni siquiera haya estado en el sexto piso del Depósito de libros, lugar en el que trabajaba hacía dos meses. Su traslado a Dallas desde New Orleans, donde residía, era parte del plan mayor. Y en su perfil como falso imputado también habrían participado dobles.

Siempre se repitió que, antes del crimen, Oswald viajó a Ciudad de México para solicitar una visa a Rusia, en la embajada cubana allí. La empleada que trató con el supuesto Oswald en la gestión del trámite, Silvia Durán, afirmó, una y otra vez, que la persona que atendió no era el que luego apareció en televisión como el supuesto asesino que todo lo preparó en una soledad propia de un náufrago en el mar.  La visita del falso Oswald a México habría sido otro eslabón en la leyenda del "Oswald comunista", ávido de traer granizo y tormenta al país del dólar.

 

La fuerza de los testimonios

El que el asesinato no hubiera dependido solo de la acción criminal de Oswald, surge de la posibilidad de demostrar que, por lo menos, intervino otro tirador; y que, por lo tanto, el centro de la cuestión es un complot. La película de Zapruder, en su célebre fotograma 313, muestra el demoledor impacto en la frente a la derecha de Kennedy. Esto insinúa un disparo desde la famosa Loma de Hierba (Grassy Knoll), un montículo cubierto de árboles y ramas, y una cerca, frente a la plaza y la calle Elm. Numerosos testimonios, desestimados por la Comisión Warren, así lo atestiguan.

El complot también se demostraría si Oswald conocía a otros personajes involucrados en los hechos del asesinato, como su propio asesino Jack Ruby. Dos días después del magnicidio, en el momento en el que Oswald era trasladado a la Prisión federal de Dallas, Ruby le descerrajó un tiro mortal. Personaje vinculado con la mafia, desde su juventud, en la que fue mensajero de Al capone en Chicago, Ruby tenía conexiones con los jefes mafiosos Carlos Marcello, de New Orleans; y Santo Trafficante, de Florida. Era dueño de un club nocturno de strippers, El Carosuel.

En este punto reclaman también su valor los testimonios. Varios testigos alegan haber visto reunidos a Ruby y Oswald. Es el caso de Berverly Olivier, la llamada Lady Babushka, personaje muy conocido en la literatura del magnicidio, quien estuvo frente a la limusina presidencial en el momento del disparo. Además era bailarina. Y conocía a Ruby. El programa de la televisión británica Los hombres que mataron al presidente (1995), provocó un gran escándalo, porque allí se presenta directamente el asesinato como obra de una conspiración de la Mafia, la CIA, el FBI, y Lyndon Johnson. En este documental, Olivier afirma que en El Carousel vio a Jack Ruby, con otro individuo joven y delgado. Se acercó a la mesa que compartían, y Ruby le dijo: “Beverly, este es mi amigo Lee”; y después de que Ruby mató a Oswald, cuando vio las imágenes en televisión, reconoció al hombre que había visto dos semanas antes, departiendo con él. Era Oswald. “Lee Harvey Oswald y Jack Ruby estaban relacionados. No sé por qué, pero era así”, agregó.

Bajo ciertas condiciones, un testimonio aporta evidencia con valor judicial. Son incontables los testimonios que suscriben la realidad de un complot; pero dado que nunca se realizó un juicio en Texas sobre el magnicidio, dichas declaraciones a lo sumo tienen fuerza de indicios racionales no convertidos en pruebas reales por la Justicia, y que también dependen, como en todo acto de testificación, de la fidelidad (o del creer) en lo testimoniado.

 

Un tirador que no daba en el blanco

De ser cierto el Informe Warren, la puntería de Oswald debería acercarse a una precisión sublime. Tres disparos en 5,6 segundos a un objetivo en movimiento. En contra de esto, Javier García Sánchez asegura: “Nelson Delgado, un compañero de Oswald en los marines... afirmó algo sorprendente: Lee había logrado, en sus escasas dos sesiones de tiro, el cupo nada honroso de maggies drawers, 'fallos completos' en su argot.” A esto suma muchos otros nombres de marines que fueron compañeros de Oswald, y que también acreditan su puntería deplorable.

El día del crimen, Oswald llegó al Depósito de Libros en un auto transportado por su compañero de trabajo Buell Waley Frazier. La comisión Warren afirmaba que, en ese viaje, Oswald llevaba oculto en un papel marrón el rifle para su intrepidez criminal. Lejos de eso, el testimonio de Frazier es que el bulto que llevaba Oswald no podía ser un rifle, era más pequeño. Unas cortinas, le dijo el exmarine. Y también asegura que "nadie ha podido convencerme nunca de que lo hizo".

 

El sicario de Johnson, y la insignificancia de una foto

Entre los responsables del probable complot emerge siempre la figura de Lyndon Johnson. Su hombre de confianza para temas “delicados” se llamaba Malcolm Everett "Mac" Wallace. Wallace era economista. Pero también asesino. Por uno de sus asesinatos estuvo cinco años preso, y después fue liberado por “influencias”. También se presume que mató a Henry Marshall, funcionario del Departamento de Agricultura, en Texas, quien se apretaba a denunciar maniobras corruptas de Johnson.   

En su libro El último testigo, William Raymond propone la identidad de quien habría disparado desde el sexto piso. En las cajas de cartón que supuestamente sirvieron a Oswald como parapeto de tirador en el Depósito de libros, se encontraron 31 huellas. Una pertenecía a él porque ese día había estado manipulando las cajas; otras, eran de varios empleados en el edificio; y otra quedó clasificada como “incierta”.

Raymond consiguió una huella de Wallace de su archivo criminal; y se la entregó a Jay Harrison, experto en huellas. En la muestra este halló casi treinta y cinco coincidencias con la huella de Wallace. Comprobación total. Prueba de que Wallace fue el tirador del sexto piso, aunque su disparo no habría sido el letal, porque este rugió desde la Loma de Hierba. Quizá su tiro fue el que hirió al gobernador de Texas,  Connally.

Numerosos investigadores del magnicidio acuerdan en que Wallace, y no Oswald, habría sido quien disparó desde el Almacén de Libros (Glen Sample, Mark Collom, McClellan, Stone, Sanchez García…).

Por contrapartida, los partidarios de la responsabilidad criminal de Oswald, siempre alegan la foto en la que este se muestra con el rifle que habría usado para su agresión. Esa foto bien puede que sea auténtica, pero esto no demostraría necesariamente su culpabilidad, sino que bien podría ser otra de las piezas en la preparación del exmarine como el cabeza de turco necesario para encubrir la trama criminal subyacente.

 

Las siete razones por las que Oswald es inocente.

Todo lo recorrido hasta aquí nos permite determinar al menos siete indicios que aportarían evidencias, de mayor o menor enjundia, ante la consideración de una autoridad judicial competente, o ante el escrutinio de cualquier analista del caso, con mente abierta y desprejuiciada.

 

1.          Toda la culpabilidad de Oswald depende de su capacidad para ejecutar los tres tiros, en 5,6 segundos, proeza de precisión mayúscula, que según la comisión Warren acabaron con la vida de Kennedy. Los testimonios sobre su incompetencia como tirador invalidan de plano esa imputación.

2.          Su amiga Baker asegura que Oswald le reveló que el día fatídico en Dallas, él había sido preparado para proteger al presidente. De ser cierto esto, es posible que eso fuera lo que Oswald creía, al tiempo que fue situado en el Depósito de Libros para justamente acusarlo luego del crimen.

3.           Si Oswald estaba al tanto de “algo” que ocurría, su conexión con la Mafia y la CIA demostraría que estas fuerzas oscuras a su vez sabían de él, antes del magnicidio. Según el testimonio de Beverly Olivier, y de otros testigos no escuchados, Oswald y Ruby se conocían.  Este último era hombre de la mafia, además de empresario de la vida nocturna. A su vez, como consignamos anteriormente, el exagente Veciana aseguró haber visto a Oswald con su jefe de la CIA, en Dallas, dos semanas antes del atentado. Su lazo con la Inteligencia Naval tampoco debe ser olvidado.

4.          Ruby primero afirmó que la causa del asesinato de Oswald era “impedirle a su viuda, Jacqueline Kennedy, el sufrimiento del juicio”. Pero en otra declaración en la cárcel, ante la televisión, dijo que “nunca nadie sabrá mis verdaderos motivos…”. Él mismo invalidó su justificación inicial, lo que evidencia que el televisado crimen de Oswald mientras se lo trasladaba ante la estupefacción de la prensa y los policías, fue necesario para silenciarlo. Para mantener el secreto.

5.          Las propias declaraciones de Oswald ante la prensa cuando estuvo arrestado en el Departamento de Policía de Dallas, son un filón de indicios importantes. Por un lado, su afirmación de ser un patsy, cabeza de turco, y de negar, insistentemente, todos los cargos. Luego, su largo interrogatorio no fue grabado. Y, también de forma sospechosa, se le impidió su derecho constitucional de disponer de un abogado.

6.            En el lugar desde donde supuestamente Oswald disparó fue hallada la huella de Malcom Wallace. Y además, el tiro letal en el atentado no vino desde el Depósito de libros, sino desde la Loma de Hierba. Y en relación a esto, el posible encubrimiento de que el disparo mortal no vino detrás, como se lo acusaba a Oswald, sino por delante, lo evidencia la negativa a hacer la autopsia de Kennedy en Texas; su realización  en el Hospital naval Bethesda, en Marylan, por personal no calificado. Su cerebro luego desaparecería. Todo lo necesario para ocultar los verdaderos impactos recibidos por la víctima.

7.          Su condición de activo de la Inteligencia naval negaría su condición de  “comunista agresor”.  Además, y esto es fundamental en relación a lo anterior, cuando en la informal conferencia de prensa de tres minutos que dio en el Departamento de Policía de Dallas, Oswald pudo haber hecho una reivindicación pro-soviética del atentado. Pero no lo hizo.

 

El magnicidio en Dallas es de un oceánica complejidad. Muy diferente a la simpleza de la explicación oficial, aunque esta depende de la anómala bala mágica. El carácter no resuelto del caso, solo podría terminar por una imposible confesión de las fuerzas involucradas.

Y, en cuanto a Oswald, lo ocurrido en Dallas, evidencia, para quien quiera verlo, la trágica manipulación de los inocentes. El inocente de todos los tiempos, siempre usado por un poder superior. Esa es su dimensión simbólica. El inocente manipulado por poderes subterráneos; poderes capaces de teatralizar la realidad más conveniente para sus oscuros propósitos en lo noche cerrada. Fuera de la justa luz del día. 

 

(*) Filósofo, escritor, docente, su último libro La red de las redes, ed. Continente; con una amplia página cultural y un canal de Youtube que se pueden buscar por su nombre.