SOCIEDAD
un icono porteño

Remodelar la Confitería del Molino costará $ 100 millones

Esta semana el Congreso aprobó la Ley de expropiación. El tradicional café volverá a funcionar con un museo y un centro cultural. La obra demandará entre 18 y 24 meses. Galería de fotos

Algunos muebles quedaron en el lugar bajo capas de polvo. Otros fueron rematados.
| CEDOC.

La Confitería del Molino fue uno de los inmuebles más emblemáticos y representativos de la Ciudad. Pero el abandono la convirtió en una de las postales porteñas más oscuras. La Ley de expropiación aprobada el miércoles pasado renueva las expectativas de los nostálgicos: la tradicional confitería pasará a ser patrimonio del Congreso y, además del clásico café, en su interior funcionará un museo y un centro cultural.

En el salón principal se pueden ver mostradores, vitrinas, estanterías y sillas herrumbradas. Todo luce abandonado y cubierto por capas de polvo. La situación acentúa el aspecto lúgubre y misterioso que envuelve al lugar desde su cierre, en 1997. La clásica puerta giratoria de vidrio y madera, en cambio, por la que ingresaron presidentes, políticos y artistas del siglo pasado, conserva su impronta original. Intactas también están las columnas recubiertas de mármol, que sirvieron de base para los pisos donde funcionaban los amplios salones de fiestas.

Las imágenes a las que pudo acceder PERFIL corresponden a un documental que se filmó en el interior del tradicional edificio de Callao y Rivadavia (ver recuadro). Una parte del mobiliario, compuesta por mesas de mármol, detalles en bronce y madera, y vajilla, se encuentra repartida entre los depósitos del local y las oficinas de la familia Roccatagliata, propietaria del inmueble. Otra, en cambio, fue rematada y está diseminada en restaurantes de Las Cañitas.

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La falta de mantenimiento resulta evidente tanto en el resto de los pisos del inmueble como en la fachada, que presenta un deterioro generalizado en vitraux, mampostería y en los detalles de ornamentación, que fueron traídos de Italia por el arquitecto del edificio Francesco Gianotti.

La remodelación y puesta en valor de toda la propiedad demandaría unos $ 100 millones y entre 18 y 24 meses de obra. “Nunca se hizo mantenimiento y se lo dejó venir abajo. La mayoría de los departamentos estaban cerrados desde hace varios años y ahora están inhabitables”, afirmó una fuente consultada por PERFIL.

Un detalle que llamó la atención del sector del real estate fue el rechazo de la familia Roccatagliata, en desprenderse del inmueble, pese a que las ofertas nunca faltaron. En varias ocasiones, grupos de inversores, tanto locales como extranjeros, intentaron adquirirlo. Incluso uno de los grupos llegó a ofrecer US$ 20 millones. “Nunca entendimos por qué no definían la operación. Demostraban interés, pero después dejaban caer la venta”, reveló un analista inmobiliario. “En una oportunidad querían alquilar todo el edificio por veinte años, pero el inquilino debía hacerse cargo de la remodelación del inmueble. Era imposible que alguien aceptara esa propuesta”, contó otra fuente consultada por este diario.

Ahora, a partir de la expropiación, los Roccatagliata deberán aceptar las condiciones que resulten del Tribunal de Tasación de la Nación, organismo encargado de valuar la propiedad. Sólo la confitería tiene una superficie de 5 mil m2 y según datos del sector el m2 en la zona ronda los US$ 2 mil.

 

La vida dentro del lugar

En septiembre de este año se estrenó el documental Las aspas del Molino (2013). Un trabajo en el que su director, Daniel Espinoza, cuenta la historia actual del edificio de Rivadavia y Callao y lo que representa vivir allí. El documentalista también indaga por qué el edificio llegó a esta situación.  

Espinoza vivió allí entre 2006 y 2007 junto a un grupo de estudiantes chilenos que cursaban carreras artísticas. “Llegué allí por un amigo y el edificio me fascinó desde un primer momento. Empecé por filmar mis últimos dos días ahí y terminé contando una historia que refleja cómo es vivir en un símbolo de la Ciudad. Un ícono que, a pesar de estar casi abandonado y destruido, representaba un orgullo para los porteños”.