En los albores del centenario de la Reforma Universitaria de 1918, puede verse con claridad en buena parte de las universidades de América Latina y el Caribe una inocultable tendencia a repensar su “misión social”, recuperando, profundizando y consolidando las ideas centrales de nuestra Reforma.
Precisamente, allí nacieron los principios democratizadores de la enseñanza superior, que abrieron el camino a los estudiantes de toda la región para la conquista de la autonomía, el cogobierno, la libertad de cátedra, la reforma de los sistemas de enseñanza y la apertura ideológica, pero por sobre todos estos logros, la posibilidad cierta de pensar una universidad estrechamente vinculada a las transformaciones sociales.
En muchas de las universidades de la región advertimos desde hace algunos años una fuerte tendencia a involucrarse en los problemas sociales de su entorno, probablemente, en relación con la grave situación de exclusión social aún presente en algunos de los países de América Latina y el Caribe. En cada encuentro, las voces más representativas de las universidades confirman este rumbo.
Prácticas sociocomunitarias. Sin lugar a dudas, una de las preocupaciones más relevantes en la agenda de las universidades públicas de Argentina y la región radica en los modos de consolidar este compromiso social.
Existen iniciativas claras, sistemáticas y sostenidas a largo plazo que contribuyen a profundizar instancias de análisis y discusión sobre las problemáticas más acuciantes, apoyando con decisión política las intervenciones comunitarias. Las prácticas sociocomunitarias, que cuentan con un desarrollo sostenido en los últimos años, constituyen buenos ejemplos de esa interacción transformadora.
Algunas instituciones de educación superior poseen normativas específicas que avalan la realización de experiencias comunitarias insertas en las currículas como requisito de graduación. En otras, forman parte de los requerimientos de algunas carreras o de algunas asignaturas. En todas ellas, con sus particularidades y diferentes niveles de avance, existe un claro consenso en el valor transformador de las experiencias en comunidad.
Las prácticas como proceso de curricularización de la función de la extensión constituyen oportunidades irreemplazables para contribuir en el desarrollo de las comunidades y, especialmente, como instancias de transformación hacia el interior de las universidades; las experiencias en marcha resultan alentadoras. Durante éstas se advierten reconceptualizaciones sobre el proceso de construcción y distribución del conocimiento, sobre los modos de enseñanza en contextos reales y, especialmente, en la formación integral de los graduados. Las voces de los estudiantes confirman la importancia del tránsito por los trayectos comunitarios durante su formación.
No se trata de un hecho novedoso, pero sí resulta nuevo el impulso sostenido con el que muchas universidades de Argentina y de la región reconsideran sus propósitos en términos de pertinencia social. Esto implica pensarse como componentes imprescindibles de un entramado en pleno proceso de reconstrucción, conducente al logro de una mayor cohesión social.
Una de las tendencias más transformadoras que se han producido en algunas de nuestras universidades en los últimos tiempos radica en la formalización de las prácticas sociocomunitarias como instancias de curricularización de las experiencias en territorio; entre otras, las implementan las universidades de Río Cuarto, Mar del Plata, Buenos Aires, Avellaneda, Río Negro y La Pampa. Muchas otras están en un proceso de análisis, discusión y debate interno en relación con las modalidades de implementación. Lo cierto es que se trata de decisiones que forman parte de las agendas en la mayoría de las universidades.
Experiencia innovadora. En la Universidad Nacional de Mar del Plata se comenzó con una iniciativa impulsada desde la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales durante 2005, cuando se realizó una reforma del plan de estudios de todas las carreras que allí se cursan. Fue ideada por un grupo de estudiantes con voluntad cierta de generar transformaciones necesarias en la formación de los profesionales. También resultó fundamental el acompañamiento del equipo de gestión de esa casa de estudios, plenamente consustanciado con la propuesta y, finalmente, la presencia de un equipo de docentes con experiencia en intervenciones comunitarias y un claro compromiso con las innovaciones. También en 2008 se puso en marcha el Seminario de Prácticas Profesionales, de carácter obligatorio para los estudiantes de todas las carreras que se dictan en esa unidad académica que hayan aprobado veinte materias, es decir, algo más de la mitad de su plan de estudios.
Los resultados son alentadores. Algunas cifras posibilitan dimensionar el alcance de una experiencia pedagógica realmente innovadora en la currícula universitaria. Después de 12 cuatrimestres, participaron del seminario 1.010 estudiantes, en 411 organizaciones sociales, aportando 30.300 horas de trabajo en escenarios reales. Y en 2010, la experiencia del Seminario de Prácticas Comunitarias fue reconocida con la Mención Especial del Jurado del Premio Presidencial Prácticas Educativas Solidarias en Educación Superior 2010.
Consideramos que la experiencia de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Nacional de Mar del Plata constituye una de las más significativas no sólo por su trascendencia, sino porque resulta una de las primeras en el marco de una tendencia creciente en las instituciones de educación superior de la Argentina, y particularmente porque es el resultado de un proceso previo muy consolidado. A ello se suma un marco institucional propicio y un planteo conceptual que recoge las fortalezas de muchas prácticas curriculares como requisito de graduación que están en marcha en universidades de América Latina y el Caribe.
*Responsable Académico del Seminario de Prácticas Comunitarias de la Unmdp.