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El triunfo de Milei

Milei Pablo Temes
Javier Milei sigue creciendo en las encuestas en base a un discurso contra la clase política. | Pablo Temes

Doctorado en la London School of Economics y docente de la Universidad de Londres y de la Universidad de Harvard, Bernard Crick fue un cientista social que se especializó en el estudio de la teoría y de la filosofía política después de la Segunda Guerra Mundial, partiendo de la tesis de que la derrota del fascismo obligaba a la política occidental a erigirse en la representación de la “ética hecha en público”.

Militante socialista y autor de la más documentada biografía sobre George Orwell, Crick sostenía que la política simbolizaba la única construcción social que le permitía al hombre “conciliar intereses divergentes”, lo que convertía automáticamente a la acción política en “creadora de civilización”. En cambio, la acción antipolítica, advertía este politólogo británico, significaba la antesala de la inhumanidad, del salvajismo y de la irracionalidad.

Crick publicó en 1962 un ensayo titulado “En defensa de la política”, un trabajo que había sido concebido como manual de lectura para compartir con sus estudiantes, pero que se convertiría con el tiempo en un clásico de la ciencia política. La hipótesis central de este libro sostiene que el ejercicio de la política muchas veces puede ser arduo y complejo, lo que parece alejarla de la pasión inflamada que ofrecen las certezas de slogans simples y facilistas, que suelen repetirse hasta el cansancio en los discursos antipolíticos. Pero la construcción política constituye el único camino posible para establecer la consolidación de una verdadera democracia.

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Solo la política puede ofrecerle al ser humano la capacidad real de elegir qué papel jugar dentro de una sociedad. En los terrenos en los que no fecunda la política, en cambio, solamente queda espacio para que prospere la tiranía. Por lo tanto, en tiempo de crisis complejas, en los que se multiplica la fascinación y la seducción que propone la antipolítica, el antídoto que se impone es evitar la negación de la política. La fórmula es simple: más política para contrarrestar la antipolítica.

Esa dicotomía es la que está en pugna por estas horas en la Argentina, como nunca antes lo había estado, a medida que el discurso de Javier Milei encuentra mayor eco y su propuesta antisistema no para de crecer en las encuestas. Si los sondeos que se publican regularmente están en lo cierto, La Libertad Avanza se convertiría en las PASO en el tercer espacio detrás de la suma que aporten los precandidatos para Juntos por el Cambio y para el Frente de Todos. Pero las primarias aportarían también otro hecho sorprendente: Milei se convertiría en el candidato más votado en forma individual.

Faltaría entonces mucho tiempo para la primera vuelta y mucho más aún para el ballotage, pero de confirmarse ese dato, cuando se abran las urnas el próximo domingo 13 de agosto se produciría un acontecimiento electrizante: el festejo de Milei representará el triunfo de la antipolítica en la Argentina.

La fórmula es simple: más política para contrarrestar la antipolítica.

“Nos mienten en la cara. Los políticos se ríen de nosotros”. “Salimos a trabajar y no sabemos si volvemos vivos. Pero a los políticos no les importa”.  “Hace años que nadie nos da respuesta. Los políticos solo vienen para hacerse fotos cuando hay elección”. Reparar en algunos de los testimonios de dolor e impotencia que se escucharon esta semana en el velatorio del colectivero asesinado en La Matanza refleja un alarmante clima de época en el que prevalece el hastío, el hartazgo y el rechazo a la dirigencia política argentina en su total dimensión.

Se trata de un inesperado resurgir del que se vayan todos, pero dos décadas más tarde y liderado por un enardecido Milei, que se autopostula para ser el político que se encargará de echar a los políticos por la fuerza. Milei le habla a ese votante descreído, desesperanzado y despolitizado. Y toda su campaña se sintetiza en una sola palabra: “casta”. La casta –es decir, la política–, es la culpable de todos los males. Por ende, de un lado está la casta (política) y del otro lado estamos nosotros (antipolítica). Somos nosotros contra ellos. Somos el bien contra el mal. Somos la antipolítica contra la política.

¿Y qué ha hecho la política argentina para eludir el avance de Milei? Mostrar su impotencia para, otra vez, impulsar aún más el crecimiento de la antipolítica. Porque tras el asesinato de Daniel Barrientos, oficialismo y oposición se acusaron mutuamente de intentar obtener rédito político de esa tragedia, mientras las víctimas de la inseguridad seguían sufriendo. De esa forma, casi sin darse cuenta, la dirigencia argentina se autoflagela, se aleja todavía más de sus bases y vuelve a agigantar la figura de Milei.

El gobernador bonaerense, Axell Kicillof, y su secretario de Seguridad, Sergio Berni, aseguraron que el homicidio del colectivero no significó un hecho delictivo, sino una burda operación de la oposición para “tirar un muerto” en medio de la campaña presidencial que finaliza en diciembre. Irresponsabilidad política I: en el kirchnerismo se asegura que hubo infiltrados del PRO en las protestas que terminaron en la feroz agresión contra Berni.

La precandidata Patricia Bullrich respondió acusando al gobierno de la provincia de Buenos Aires de estar “montando un relato” para ocultar su impericia, algo que, según la ex ministra de Seguridad durante el macrismo, ya había hecho el ahora oficialismo en el caso de Santiago Maldonado. Irresponsabilidad política II: en el macrismo se compara un violento robo con la vehemente represión estatal de Gendarmería que derivó en la muerte de Maldonado.

La culpa es, siempre, del otro. Ni en el Frente de Todos ni en Juntos por el Cambio se observa algún atisbo de autocrítica por la imprudencia que han ostentado los burócratas actuales y los burócratas anteriores en la lucha contra la delincuencia en el Conurbano bonaerense, donde en vastas zonas emerge un Estado fallido, solo controlado por el poder de las mafias y de la delincuencia. Es la ausencia de la política en su más cabal expresión. Pero la política argentina no lo asume y sigue jugando con fuego. Cuando adviertan su error puede ser demasiado tarde.

La política se autoflagela, se aleja del votante y agiganta la figura de Milei.

“Como hemos pedido que se vayan todos y no se fue ninguno, que se queden todos porque los vamos a sacar a patadas en el culo”, suele arengar Milei en sus actos, mientras el público celebra a los gritos la rabiosa provocación. La retórica quedaba entonces en una fuerte amenaza que tan solo se suscribía el escenario de un show electoral. Pero todo cambió esta semana, cuando la palabra se convirtió en acción y los golpes arreciaron, por primera vez en la Argentina, contra un funcionario público. A plena luz del día y transmitido en vivo y en directo por televisión.

Lo curiosos, sorprendente y preocupante, a la vez, es que luego de la despiadada golpiza contra un secretario de Estado no se produjo una unificada condena de todo el arco político frente a semejante atropello. Quizá la dirigencia argentina aún no ha podido asumir que con su silencio se ha avalado una nueva forma de acción antipolítica: se acaba de iniciar en la Argentina la era de la justicia por mano propia contra la dirigencia política.

¿Qué es lo que puede suceder ahora, luego de que las trompadas contra Berni no fueron enfáticamente desaprobadas? ¿Cuánto falta para que, por caso, un grupo de padres enardecidos golpee irasciblemente a Soledad Acuña porque no hay gas en una escuela porteña? ¿O cuánto falta, por ejemplo, para que un sector de vecinos enfervorizados golpee salvajemente a Mayra Mendoza porque se cortó el suministro eléctrico en una zona de Quilmes?

Ha sido una semana trágica para la Argentina. Ha prevalecido la violencia y ha ganado la antipolítica. Ha triunfado Milei.