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Lo que yo no sé de mí

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“Mascherano sabe quién es él, en qué lugar se enamoró de ti, y a qué dedica el tiempo libre”, decían los fanáticos del defensor del Barça en las redes sociales. La broma venía a cuento de unos versos del tema “¿Y cómo es él?” Esa canción que José Luis Perales escribió para que la cantara Julio Iglesias fue un hit tremendo de su carrera. Lo lanzó como compositor y también como cantante ya que su compañía le prohibió que se la pasara al español que se olvidó de vivir y le exigió que la grabara él. Lo más curioso fue el mito urbano que creció en torno al tema. Se decía que no era una canción dedicada a un amor sino a una de las hijas del cantante. De alguna manera, esta interpretación lateral, errada –como se supo después ya que Perales desmintió que fuera para su hija María–, potenciaba más el tema. De esa forma se explicaba que en una canción romántica el amado despechado se preocupara por el uso del tiempo libre de su rival. ¿Por qué le preocupa eso?, pensé mil veces mientras la tarareaba.

Cuando me dijeron que era para su hija, la canción me sorprendió y me gustó mucho más. Una de las procupaciones más comunes de los padres es saber a qué dedica el tiempo libre el futuro prometido de su hija. Ese ladrón que, como dice la letra de Perales, nos va a robar todo. A veces escuchamos o leemos un texto, pero no la comprendemos en toda su dimensión. En otros casos, es la lectura que alguien hace de una canción o de un hecho histórico trivial lo que lo redescubre y le da un poder revelador. La obra de Borges produce eso una y mil veces.

Como cuando me di cuenta de que T.S. Eliot decía en el comienzo de The Waste Land que abril es el mes más cruel porque engendra lilas en la tierra muerta. Es decir, que la primavera, tan publicitaria para muchos, para el poeta era una estación atroz. Ahora que tengo una hija, no me son extraños esos versos de Perales, de la misma canción, donde dice: “Pregúntale, ¿por qué ha robado un trozo de mi vida?/Es un ladrón que se ha llevado todo”. Sí, aunque a algunos les parezca retorcido e incestuoso, qué buena la versión popular que afirmaba que era para su hija, como si en el inconsciente de los que la escuchaban en aquellos años 70 existiera una voluntad estética de reescribirla para hacerla compleja e inestable.

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Joaquín Giannuzzi, un grandísimo crack de nuestra poesía, escribió también varios poemas dedicados a sus hijas; cuando los disfruté de joven, todavía no sabía que me iban a interpelar tanto. El destino –como escribió Carl Jung– es todo lo que yo no sé de mí. Giannuzzi dice en el final de “Mi hija se viste y sale”: “Un dulce desorden se inmoviliza en torno/ hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse/ anuncia que todas mis opciones están resueltas./ Ella sale del cuarto, ingresa/ a una víspera de música incesante/ y todo lo que yo no soy la acompaña”.