COLUMNISTAS
EL REGRESO DE CRISTINA (I)

Qué se discute

En qué se diferencian realmente los modelos en pugna de estas elecciones.

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El regreso de Cristina | Cedoc

La clasificación de derecha en economía, de centro en política y de izquierda en cultura, describiendo al socialiberalismo expuesto por el filósofo Comte-Sponville en el largo reportaje del domingo pasado en PERFIL, mereció del profesor de Fundamentos de la Filosofía y de Filosofía Contemporánea de la Facultad de Filosofía de la UBA, Samuel Cabanchik, el siguiente mensaje: “Lo opuesto a Comte-Sponville fue Hilary Putnam, quien se decía socialista en lo económico, liberal en lo político y conservador en lo cultural”.

Putnam, que además de filósofo –al igual que Cabanchik– fue político, tenía entre sus especialidades la matemática y la lógica. En los años 70 en Estados Unidos impulsó el Partido Laboral Progresista (comunismo antisoviético), enfrentando al bipartidismo norteamericano, ya que ninguno tenía al socialismo económico entre sus postulados.

Derecha, centro e izquierda son reducciones insuficientes, como también lo son conservadorismo, liberalismo y socialismo. Para adaptar las categorías a la discusión actual, como muestra el gráfico que acompaña esta columna, en Economía se sustituyó derecha o conservadorismo por “mercado” e izquierda o socialismo por “Estado”. En Política, por “bonapartista” (autoritarismo y populismo) y “división de poderes”. Y en Cultura, por “conservador” y “liberal” aplicado a las costumbres.

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Con esas categorías se ordenó el mapa político de los principales partidos de Europa y Estados Unidos, además de Trump. Y de los diferentes peronismos en el gobierno más una simulación de las diferencias entre Cristina Kirchner y la renovación peronista propuesta por gobernadores como Schiaretti y Urtubey o Massa desde el Frente Renovador, para ver qué es lo que se discute más allá de las personas y los candidatos. O sea, en qué se diferencian realmente los modelos en pugna.

En Estados Unidos, ni demócratas ni republicanos se diferencian en su respeto por la división de poderes ni, aunque en distintos grados, en su preferencia por el mercado como ordenador de la economía, y sus oposiciones son más marcadas en lo cultural: conservadores los republicanos y liberales los demócratas, tendencias evidenciadas en las diferencias sobre matrimonio igualitario, aborto o inmigración. Trump agrega otra divergencia en el terreno político al respetar menos el sistema de división de poderes tratando, dentro de los condicionamientos que le imponen las instituciones norteamericanas, de acercarse al bonapartismo en su componente populista.

La Rusia de Putin y la Turquía de Erdogan son bonapartistas pero no estatistas en lo económico. China, con su sistema político institucional de partido único, tampoco tiene división de poderes pero su economía, aunque dirigida por el Estado, respeta al mercado como gran ordenador.

“En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero juega un rol decisivo. De aquí la debilidad relativa de la burguesía nacional respecto del proletariado nacional. Esto da origen a condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el doméstico, entre la débil burguesía nacional y el proletariado relativamente poderoso. Esto confiere al gobierno un carácter bonapartista sui géneris”, escribió Trotsky el siglo pasado. Muy avanzada la segunda década del siglo XXI, la globalización de la economía no parece hacer sostenible una economía estatista.

En varios países de Europa continental la socialdemocracia compitió durante muchos años con la democracia cristiana, y al igual que en el bipartidismo de Estados Unidos, ambos aceptaban el mercado en economía y la división de poderes en la política, discrepando más en lo cultural: liberal la socialdemocracia y conservadora la democracia cristiana. Pero últimamente surgió una amenaza que parecía perimida con su derrota en la Segunda Guerra Mundial: un neonacionalismo que en política busca recrear el bonapartismo.

El bonapartismo fue una característica de populismos latinoamericanos como el peronismo en el gobierno nacional, o de regímenes autoritarios de la periferia europea, países con diferentes grados de subdesarrollo, pero que aparece ahora con variable vigor en países desarrollados.

En Argentina, el triunfo de Cambiemos en 2015 y el apoyo en el Congreso que le brindaron el Frente Renovador y los gobernadores peronistas del interior durante 2016 parecieron mostrar una coincidencia de la mayoría de la dirigencia política en alejarse de un modelo bonapartista en lo político y estatista en lo económico. Un peronismo republicano o socialdemócrata, continuando la trunca renovación que había intentado Cafiero en los años 80 y arrasada por Menem en los 90, asumiendo la división de poderes y el mercado, no tendría diferencias irreconciliables con Cambiemos, como no las tenía Cafiero con Alfonsín durante el gobierno radical.

La irrupción de Cristina Kirchner como candidata en la provincia de Buenos Aires por fuera del peronismo y su acto del Día de la Bandera volvieron a colocar en el menú de los votantes argentinos el modelo estatista en lo económico y bonapartista en lo político.

Continúa mañana: País Buenos Aires | El regreso de Cristina (II)