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Enfrentar la historia

Soy Stefano Ortino, tengo 17 años y hace unos 14 meses mi vida empezó a cambiar gracias a Marcha por la vida.

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Experiencia. Stefano Ortino fue parte de un grupo de adolescentes que participaron de Marcha por la vida, una experiencia convertida en documental donde se realizó, en sitios históricos, una serie de entrevistas a sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. | TV Pública

Soy Stefano Ortino, tengo 17 años y hace unos 14 meses mi vida empezó a cambiar gracias a Marcha por la vida. Yo vengo de una primaria católica, pero eso nunca fue una traba para empezar en la ORT y posteriormente ir a la Marcha. Desde mi casa recibí una educación casi nada apoyada en la religión y sin prejuicios sociales, eso me permitió estar totalmente abierto a conocer un montón de culturas y abrir la cabeza.

Tuve la suerte de que tanto mi papá como mi mamá me transmitan el amor por viajar, la adrenalina de estar en lugares que quizás hablan un idioma distinto, se mueven de distintas maneras y tienen una historia por conocer.

Al principio escuché la propuesta de viajar con el colegio a Polonia e Israel a conocer más sobre la Shoá, yo entendía que era simplemente un viaje de estudios. Llegó la hora de reservar un lugar y mi familia y yo ni lo dudamos. Tuve un par de reuniones con mi grupo y recuerdo no haberme sentido cómodo, luego como iniciativa del colegio recibí varias capacitaciones informativas. Hoy puedo decir que nunca se está preparado para ir a Marcha.

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Un día se acercó Camila Gorban y me dijo que había un casting para formar parte de un documental al que yo sin dudarlo un segundo me anoté y audicioné. Unas semanas después de haber ido me enteré de que había quedado y que mi próxima tarea era entrevistar a un sobreviviente de la Shoá.

Cargado de nervios, un jueves después de ORT, me subí a un taxi y fui a la casa de Julius Hollander. Luego del testimonio de Julius, hablé con su nieta (quien lo incentivó a contar su historia y escribir un libro), y le confesé que la historia de su abuelo la sentía como propia.

Pasaban las semanas y llegó la hora de viajar, yo no había leído el cronograma, no tenía mucha idea de lo que me esperaba. La noche antes de viajar no pude dormir así que me quedé cambiando las cuerdas a “Shawarma”, la guitarra que me acompañaría todo el viaje.

Después de un largo viaje llegamos a Varsovia, una ciudad que hacia fines de la Segunda Guerra era todo escombros.

Desde Varsovia fuimos a Treblinka, a 4 km de la ciudad, un campo de exterminio que había sido creado para “acelerar” la matanza de los ciudadanos de Varsovia, un campo totalmente camuflado en el bosque que acabó con la vida de 800 mil personas en unos pocos meses y finalmente fue desmantelado por los nazis. Tuve la suerte de que nos acompañe en el viaje una hija de sobrevivientes de la Shoá, Aida Ender. Ese mismo día ella nos contó que perdió a casi toda su familia en los campos, abuelos, abuelas, tíos, tías, primos, primas, niños y adultos.

Visité distintos lugares llenos de historia como el gueto de Varsovia, el orfanato de Ianus Korczak, el campo de Majdanek, fosas comunes donde se enterraban a 500 personas en una tarde y varios cementerios judíos de la época, pero definitivamente en Auschwitz Birkenau fue cuando pude realmente ver la inmensidad de lo que había sido la Shoá, que aunque se mataba por montones cada víctima tenía una historia distinta.

Fue ese mismo día que después de Marcha por la vida le conté a mi grupo la increíble historia de Julius. Parte de su historia transcurre en la barraca 14 de Auschwitz Birkenau y como muchas otras personas formó parte de las “Marchas por la muerte”. Esto era un plan de los nazis para no dejar huellas, hacían marchar a los prisioneros hasta que muchos en el camino iban muriendo. Julius tuvo el coraje y la suerte de poder esconderse debajo de unos escombros, durante la marcha, y escaparse junto a su compañero Goldstein.

En Polonia aprendí la importancia de la memoria, de no quedarse callado, de no ser indiferente para que nunca vuelva a suceder un genocidio. Hoy en día miles de personas son asesinadas por ejércitos y gobiernos, la discriminación y la marginación de las minorías sigue siendo un fenómeno entre las personas, y yo como muchas personas más daríamos la vida para que esto deje de ser así. Pero hay algo que todavía nadie sabe responder acera de la Shoá: ¿por qué lo hicieron?

Terminando nuestra estadía en Polonia, ahora muy unido con mi grupo y feliz de haber conocido personas increíbles como mi nueva bobe Aida, emprendimos viaje para Israel.

En Israel era todo bastante distinto, había un ambiente festivo y cálido, aunque a veces más que cálido era caluroso. Desde el momento en el que llegamos a la enorme ciudad de Ierushalaim, me enamoré completamente de la belleza del país, de las callecitas llenas de historias de guerra y revolución, del enorme Muro de los Lamentos y de los mercados llenos de sabores y colores. Durante una semana recorrimos de punta a punta Israel, conocí las playas hermosas de Tel Aviv, también pasé dos noches con los beduinos en el desierto y floté en el Mar Muerto. Definitivamente esta experiencia marcó un antes y un después en mí.

*Participa de Marcha por la vida, el documental que se presenta en la TV Pública.