ESPECTACULOS
Paloma Herrera

“Estoy tratando de apagar los incendios”

A un mes de asumir como directora del Ballet Estable del Teatro Colón, plantea los ejes de su conducción. Espera que los bailarines pongan su amor por la danza por encima del cansancio o los reclamos sindicales.

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Etoile. Dueña de una carrera brillante por los escenarios del mundo. | aballay
El 8 de febrero, el Teatro Colón anunció que la dirección artística pasaba de Darío Lopérfido a Enrique Arturo Diemecke, y que la del Ballet Estable, de Maximiliano Guerra a Paloma Herrera. En febrero de 2015, apenas dos años antes, había asumido Guerra, quien completó sólo dos temporadas. Las directrices de Herrera pueden verse desde el debut anual de la compañía, que arrancó el 5 de abril y se extiende hasta el 12 de este mes. En esos días pueden verse los efectos de la mirada que la bailarina argentina consagrada en el American Ballet de Nueva York —y ya retirada— les brinda de manera personalizada a los bailarines locales. Se trata de la obra Sylvia, de Frederick Ashton, una ocasión para descubrir, sobre el escenario, la realidad interna de este complejo entramado artístico y laboral. En ese desafiante espacio, pareciera que Herrera ya ha conseguido aumentar las funciones de 2017 dentro de la sala principal y pasar de las 22 anunciadas por Guerra-Lopérfido a unas 46, además de haber rumores sobre una posible transmisión en vivo desde el teatro a la televisión el día de la apertura de ShowMatch 2017. Sobre algunas de estas cuestiones, Herrera responde.

—¿Cuántos bailarines tiene actualmente la compañía?

—Es una pregunta difícil. Son cien bailarines, de los cuales muchos no bailan. Por el Estado se pueden jubilar a los 65 años, pero obviamente los que tienen 65 años no pueden bailar. La gente tiene que poder irse tranquila y dejar lugar a nuevas generaciones. Ahora hay un montón de contratados por obra, para compensar.

—¿Te interesaría pasar a un formato de todo el Ballet con contratos anuales y no permanentes?

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—No creo en los polos; tendría que haber un término medio. La forma en que actualmente funciona no me parece, porque un montón de bailarines no pueden bailar y tenemos que contratar a otros que no tienen [iguales] oportunidades. Tampoco me parece la inseguridad absoluta, del tipo “hoy están, mañana no se sabe”, porque eso es muy terrible. Pero esto de “ya tengo mi contrato, ¿eh?, listo, vacaciones hasta mis 65 años”, no.

—¿Cuál es la rutina de la compañía y qué actividades son obligatorias?

—La compañía tiene clase de calentamiento a las 11 de la mañana, que en realidad no es obligatoria, pero si uno no hace la clase es imposible ensayar. Cada uno puede hacer la carrera que quiera. Si no quiere tomar la clase, es decisión de cada uno. Cuando se levanta el telón, si no se es talentoso no se va a llegar a ningún lado; la carrera es muy justa, el arte habla solo. Si uno no toma clases todos los días, si no trabaja, si no es dedicado, no va a estar preparado y no lo voy a poder poner en la función. Luego, los ensayos son de 12.15 a 14 y de 15 a 17. En época de funciones, después siguen ensayos en escenario, con música, orquesta, etc.

—Durante un ensayo, algunos pocos bailarines tomaban café y otros miraban su celular. ¿Estableciste criterios o normas de conducta?

—Hay cosas frente a las cuales no voy a venir con el reglamento, cosas que ya me conocen de todas las veces que vine a bailar durante mis 25 años de carrera en el exterior: era la primera en entrar y la última en irme; todo el mundo estaba de huelga y yo estaba ensayando. No voy a venir con mano dura sino con ejemplos que fui poniendo. Por eso, desde que estoy acá los ensayos han sido maravillosos; la gente trabaja con mucha energía y emoción. El resto, uno puede hacer lío, un escándalo, pero lo único que me interesa es el talento y que se trabaje bien.

—El Colón, y quizás más el Ballet Estable, está marcado por direcciones que duran poco tiempo, que no logran continuidad. ¿Cómo te sentís frente a estos antecedentes?

—Siempre fui transparente, honesta, con mis valores bien puestos. Si puedo dirigir así, fantástico; si veo que [la resistencia, el conflicto] es más fuerte y no se puede, no sé… Conozco lo breve de los períodos de dirección, porque cada vez que venía a bailar me encontraba con un director diferente. Era de locos; yo no podía entender. Pero hay cosas con las que no puedo transar. Nadie tiene que dar nada por sentado: “Yo tengo el rol porque lo tenía desde hace cuarenta años”, no. Las presiones y el “¿cómo podríamos arreglar esto?”, eso jamás fue conmigo. Hay gente que vino a hablarme: “Me gustaría irme de vacaciones”. Y yo dije: “Pero fijate que acabás de tener un mes y medio de vacaciones, así que vacaciones ahora no”. Yo no vengo a hacer guerra; quiero que de ellos solos salga querer hacer clase, querer mejorar. Yo no me tomaba un solo día de vacaciones, porque no me llamaba; nadie me obligó, fue porque quise. Y eso es lo que yo quiero que los bailarines sientan. Yo te doy todas las herramientas; si vos querés hacer clase, trabajar, vas a llegar; si vos querés tirarte con las chancletas, adelante, pero no vas a bailar, por más que digas “ay, yo siempre fui del primer reparto”.

—¿Qué ideas quisieras concretar para la programación 2018?

—Estoy tratando de apagar todos los incendios ahora, así que todavía no me pude poner con la programación 2018. Por ahora me puse todas las pilas para que la compañía pueda hacer giras en 2017. Pero llegué apenas hace un mes ¡y es como si estuviera acá desde hace ocho años! Lo que sí quisiera es el modelo que conocí desde chiquitita, es decir, que la compañía tenga todos los clásicos en el repertorio y también coreógrafos nuevos.

—¿Te has topado con la burocracia que suele haber en instituciones grandes como el Colón?

—Sí, todo el tiempo. A veces hay que acomodar muchas cosas y siento que me muero, me agarra un ataque de nervios, pero trato de tomar lo positivo y lo negativo. Intento solucionar todo y sigo en mi casa trabajando… No sé si soy workaholic, pero no vivo la vida light; a todo le pongo fuerza, garra.

—Has tenido una trayectoria como bailarina y has dado clases. ¿Cómo es pasar a dirigir?

—Tengo un mix muy interesante. Si se hubiera convocado a alguien de afuera, llegaba acá y se agarraba de los pelos. Yo estuve 25 años afuera, con otra experiencia, otra ideología. Cuando venía acá al Colón a bailar, sabía a qué venía; venís psicológicamente preparada a bailar al Colón… Incluso me cancelaron funciones… Estuve en todas. Nada me asusta. Tengo esa doble visión [de haber trabajado en el extranjero y de conocer el Colón]. Y tengo el recuerdo fresco de lo que es estar en el escenario, cercanía con lo que necesitan los bailarines, pero ya no estoy preocupada por cómo me veo yo en el escenario.


“Tienen que ganar bien y no perder pasiOn”

Paloma Herrera sienta su posición al respecto de los bailarines que se unen para reclamar por sus derechos o se afilian a un sindicato: “Yo no quería este cargo: no lo pedí, ni luché ni me postulé. María Victoria [Alcaraz, directora general] me lo ofreció. Yo estaba feliz con cómo había cerrado mi carrera y por volver al país, bajando un cambio. Tomé este cargo siempre y cuando pueda aportar desde mi carrera, transmitir algo, poner mis valores. Para seguir con lo mismo, no. Los bailarines tienen que bailar más, tener más funciones y buenos maestros que los inspiren día a día. Por funciones, por repertorio, voy a luchar y banco a muerte a los bailarines. Anunciaremos más cantidad de funciones; estoy luchando para conseguir producciones y tratar de equilibrar lo económico y lo artístico. Pero hay cosas, pequeñas, que me parecen ridículas. Pasa una cucaracha y entonces hago una huelga: no, eso no. Hay que saber tener prioridades. Si te toca el primer ensayo, genial, pero tal vez te toca el segundo ensayo y listo, no se puede protestar por eso. El trabajo mediocre, no; quejarte por quejarte, no. La vida es así. Ninguna compañía es perfecta. Se supone que los bailarines son artistas pero ponen un montón de reglas antes de preguntarse “¿por qué estoy acá?”. Yo hasta el día en que me retiré no podía entender que cobraba por bailar. Sé que los bailarines tienen que cobrar, tienen que pagar sus cuentas y que esto es un trabajo, pero nunca se tiene que ir ese amor, ese arte, esa pasión que a veces queda descompensada. A mí nunca me importó si la hora extra, si dos pesos con cincuenta…Tienen que ganar bien: si uno los compara con actores que cobran una fortuna… Pero al poner estas cosas sindicalistas en el medio se está perdiendo esa pasión que, por experiencia, siento que fue la llave de mi carrera”.