ESPECTACULOS
Luisa Kuliok

La extraña dama del escenario

Mientras sale de gira con Las de Barranco, la actriz asegura que no extraña la televisión. Considera que en la pantalla chica hay pocos personajes femeninos interesantes.

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Deseo. La actriz sueña con trabajar con su marido, Roberto Romano. | juan obregón

Luisa Kuliok es sinónimo de telenovelas, sin embargo, en los últimos años está abocada al teatro donde protagonizó Juegos de amor y de guerra y, actualmente, comienza la gira por el interior del país del clásico de Gregorio de Lafèrrere, Las de Barranco, que presentó en el Centro Cultural 25 de Mayo.

—¿Qué le queda por hacer en su carrera?

—Uno de mis sueños es trabajar con mi marido, Roberto Romano, y creo que, finalmente, lo vamos a concretar. Mi mayor deseo es la felicidad de mis hijos y de mi nieta, que me abre un lugar de crecimiento y transformaciones, y ver el momento en el que está la revolución de las mujeres que nos permite crecer de otra manera. El resto, de lo que ya no corresponde al mundo privado, tiene que ver con lo que deseo para el país. Nada es perfecto, pero debemos tener oportunidades y vivir una vida digna. Eso, para mí, es fundamental en este momento y siento que necesitamos hacernos cargo, plantarnos fuertemente y saber que tenemos la oportunidad de las urnas para que podamos salir adelante con los derechos que nos corresponden. Va a seguir siendo una lucha, porque la vida es conflicto, pero basémonos en la experiencia y escuchemos todas las campanas, no solo una. Me interesa mucho que nuestras cabezas se abran y que podamos elegir qué futuro queremos para nuestra patria.

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—¿Con qué soñaba en sus inicios?

—La vida me sorprendió más de lo que mis sueños pidieron. No era tan ambiciosa. Nunca soñé con hacer telenovelas, me parecía que algo imposible, ni con la fama ni la popularidad. Vengo de una familia humilde, solo quería estudiar teatro, ser actriz y tener un amor. Lo tuve, y también superó mis expectativas. Me siento con una gran satisfacción interna, pero con una enorme cuota de tristeza de necesitar que mi pueblo sea un poco más feliz.

—¿Extraña la televisión?

—No, porque es raro que extrañe algo. Me gustaría hacer televisión porque la amo, si no lo hiciera no me podría haber ido como me fue, pero puedo vivir perfectamente sin ella. Ojalá apareciera un hermoso proyecto para volver a conectar también desde ese lugar. Me encantaría tener esa posibilidad, pero es

complicado, porque en la actualidad pareciera que lo único importante es lo sub-35. Es difícil encontrar personajes de mujeres que sean interesantes, ricos, que tengan la vitalidad que las personas tienen hasta el final de su vida, que te permita no ser un apéndice de algo, que tengan el protagonismo y que la historia cuente algo. Si no, me aburro.

—¿Le hubiera gustado hacer más cine?

—Sí, muchísimo, sobre todo alguna gran historia que todavía no se me ha dado, como la posibilidad de contar algo con un altísimo compromiso físico-emocional.

—¿Por qué nunca dio clases?

—Me da vergüenza, porque hay tanta gente que sabe tanto, que no me animo. Hay que hacer todo el caminito. No lo descarto, pero para más adelante, no porque no crea que tengo cosas para ofrecer. Hay una

manera de ir llevando a los alumnos por distintos lugares técnicos y yo misma no voy por caminos porque con la experiencia ya siento intuitivamente por dónde debo aproximarme a un personaje. Entonces, no sé si estoy, en este momento, en condiciones. Cuando lo esté, lo voy a hacer.

—¿Es algo similar a lo que pasa con la dirección?

—Tiene que ver. Cuando me llaman por un personaje, tengo encima mío la totalidad de la obra. El actor tiene que saber a qué sirve, cuál es su función, pero de ahí a ser capaz de hacer toda

una puesta en escena, guiando a un actor por sus caminos y la construcción del personaje, de eso no me considero capaz.

 

El actor tiene que saber a qué sirve, cuál es su función, pero de ahí a ser capaz de hacer toda

Un clásico visionario

—¿Cómo se siente personificando a María Barranco?

—Totalmente expuesta, porque he tenido que hacer una composición absoluta, muy diferente a mí en lo que habitualmente se me ve, tanto de imagen como interior. Hay una manera de mirar, de estar parada, sentada.

—¿Le sorprende la actualidad de la obra?

—Laferrere era un visionario, un gran político y un escritor notable. Se repite la historia de la desesperación de las mujeres teniendo que sostener una casa, de las crisis económicas y qué hace uno con su propia vida, cómo cría a las hijas. En esa época, estaba muy vigente algo que hoy estamos tratando de deconstruir: la cultura patriarcal. Está teniendo tanta visibilidad que podemos empezar a vernos nosotras mismas de otra manera, porque también estamos construidas en eso. Fueron siglos de una cultura que debemos ver de otra forma y con otro reconocimiento de nuestros derechos. En la obra, una sobrina viene desesperada porque el novio le pegó y María Barranco le dice cómo permite y soporta eso. Eso es muy interesante porque hay un lugar de la dignidad, de ser persona, de ser mujer, que ella está defendiendo a ultranza.

—¿Qué siente antes de salir a escena?

—Estoy media hora antes sentada en una silla al costado del escenario esperando el comienzo, muy concentrada, escuchando el murmullo de la gente que va entrando y me va dando esa picazón tan particular en la panza. Ese momento es mágico ya que en minutos voy a atravesar esos pequeños pasos que implican ponerme a disposición, contar una historia y compartir un momento de comunión único que ofrece solamente el teatro.

*La entrevista fue hecha en el programa Voces y memorias por Eco Medios AM 1220.