Política

Qué nos deja el primer año del gobierno de Alberto Fernández

El año 2020 será recordado por la pandemia, el ASPO y DISPO, la crisis económica, pero también por el déficit en ejemplaridad por buena parte de la dirigencia política y económica argentina.

El presidente Alberto Fernández, en el cierre del cónclave de la UIA. Foto: Casa Rosada

El año 2020 será recordado por la pandemia, el ASPO y DISPO, la crisis económica, pero también por el déficit en ejemplaridad por buena parte de la dirigencia política y económica argentina.

A modo de ejemplo, tenemos casos de sobra para sostener el título pero basta recordar algunas frases memorables como: que no hay posibilidades de coronavirus en Argentina, pasando por los funcionarios que no funcionan o el restablecimiento de fronteras internas y hasta los gráficos quincenales que nos dejaron en ridículo y sumaron problemas diplomáticos.

Todos estos ejemplos producidos, casi secuencialmente, parecen estar imbuidos por el mismo espíritu populista y que tiene como objetivo instalar una nueva moral media sin intermediarios con los destinatarios, y desde ya, sin críticos al respecto.

Alberto Fernández hizo el balance de su primer año de gobierno: "Hicimos lo que no podía esperar"

Lo interesante de todo esto es ver, qué lejos estamos de contemplar gestos de funcionarios que dan cuenta de su intención de rendir cuentas o de demostrar un servicio público abierto al escrutinio y de sus actos públicos. Nos estamos acostumbrando nuevamente a un resurgimiento de una fuerte opacidad y al retraimiento de razonables respuestas sobre eficacia y eficiencia en la gestión pública.

Pero nos resta por analizar -además de lo formal e institucional, con un Congreso Nacional que realiza sesiones fuertemente discutidas en su legalidad, y en muchos casos, con tratamientos sensibles en tiempo express y una ampliación de sesiones extraordinarias de al menos 25 proyectos de ley- lo informal, los hábitos, los actos personales que dan reputación o no, que dan autoridad simbólica o no, que acrecientan la credibilidad o restan imagen más allá de los adeptos o propios.

En este sentido, además del déficit presupuestario 2021 dibujado por su imposibilidad de proyectar seriamente cualquier variable económico-financiera en lo público, y menos aún su impacto sobre lo privado, debemos llamar la atención por el mayor déficit no alertado ni reconocido como tal en el plano social que es el de la ejemplaridad pública. No hemos tenido en este contexto de excepción personas a las que le reconozcamos el valor de ser ejemplares en sus actos, aún más, en los casos en los que no tienen el deber de hacerlo.

Alberto Fernández: 25 hitos de un primer año de gobierno que nunca olvidará

De igual modo, alguien podría decir que los trabajadores de servicios esenciales son y deben ser reconocidos por su esfuerzo y ejemplo. Pero no es el caso al que nos dirigimos en tanto hay una obligación pre establecida de antemano.

Nos importa ver y evaluar a la dirigencia que tiene, además del deber una carga simbólica que los ubica en el rol de dar un servicio público que transmite e irradia una ejemplaridad por su función, como faro, a toda la sociedad, sin mirar a sectores, partidos, intereses y gustos o valores.

En este sentido, la ejemplaridad pública tiene un debe mayor al presupuestario que tanto nos comunican los medios de comunicación masivos a diario. Quizás, como correlato, el déficit de ejemplaridad se emparenta con el presupuestario si miramos a los gobernadores, en especial, de las provincias del norte del país por citar un caso: Formosa.

Alberto Fernández "comparte" la carta de Cristina Kirchner: "La Justicia no está funcionando bien"

El déficit de ejemplaridad pública entonces es: un déficit simbólico que deslegitima a agentes en democracias plurales y diversas o abiertas que nos lleva a reafirmar que "pedir cambios de hábitos a la ciudadanía y no hacerlo desde el liderazgo es un acto simbólico provocador" (Riorda) y que estos liderazgos, como claros medios personales de comunicación que deben transmitir claridad y buscar el consenso, más bien resultaron ser "productores de contenidos y generadores de estéticas para el espacio público" (Elizalde & Ávalos) en clave confrontativa, rupturista y poco receptiva en términos de pluralidad de ideas y valores.

La ejemplaridad pública entonces, es un tema deficitario aún hoy, en buena parte de la dirigencia de los gobiernos y de los principales grupos económicos y sociales en tanto no interpelan ni exigen la presencia de este valor como una condición para el ejercicio de una función pública digna

Veamos incluso la casuística constante del mundo popular del fútbol y en los recientes casos del pequeño mundo del rugby. No escapa nadie a la opacidad y al déficit de ejemplaridad.

El año ‘horribilis’ de Alberto Fernández: coalición en crisis y el golpe del funeral de Maradona

Si esto es así, no sigamos pensando en los restantes valores como la transparencia, prácticas éticas, la prudencia, la justicia, porque el resultado final 2020 puede ser aún peor para el estado de época de la sociedad y la institucionalidad. 

Si creemos y entendemos que tanto la ejemplaridad y el buen manejo de los asuntos públicos se deben correlacionar -y ser al mismo tiempo tributarios del régimen constitucional y de integridad- no debemos olvidar que un déficit gemelo y en aumento en ambos aspectos nos llevó en un momento de nuestra historia a una crisis de representatividad contemporánea sin precedentes. 

Hoy, en diciembre del 2020, con el precedente histórico no podemos olvidar el famoso lema: "que se vayan todos" y volver a repetir algunas imágenes de un 2001 increíble creyendo que es imposible transitar por un probable 2021 muy complejo en lo social con repercusiones inneludibles en el terrero electoral.