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Los 16 "buzones" que compramos los turistas

Desde las Joyas de la Corona hasta esperar el Año Nuevo en Times Square, nuestro historial turístico está plagado de inexactitudes, secretos, "buzones" y engaños.

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Torre Eiffell,Monte Rushmore, Times Square ,el " Monstruo" del Lago Ness en Escocia,Balcón de Julieta en Verona, la Corona Imperial ;Rick Café en Casablanca ; el Castillo de Bran en Rumania (es el que se considera el castillo de Drácula) | shutterstock

Noruega promociona el Cabo Norte, en la isla Mageroya, como el punto más septentrional de Europa. Sin embargo, otro cabo muy próximo, el Knivskjellodde, se ubica 1.500 metros más arriba que el anterior; y sin embargo, ambos son noruegos.

Desde que Puerto Williams, en la isla chilena de Navarino, pasó a considerarse “ciudad”, sobre la margen sur del Canal de Beagle, Ushuaia perdió el título de “la ciudad más austral del mundo”, aunque para nosotros siga siéndolo.

El Salto Angel, con casi mil metros de altura, hace avergonzar a las cataratas Victoria, generalmente publicitadas como “las cascadas más altas del planeta”, aunque las bipartitas de Africa sean en promedio 200 metros más bajas que las venezolanas. 

Si bien es cierto que nuestra historia turística, está plagada de inexactitudes –como llamar Mar Muerto a un lago, por ejemplo- hay muchas “distracciones” que dan un enorme rédito cultural.

Por ejemplo, celebrar Fin de Año en Times Square. Una de las esquinas más icónicas del mundo es ésta en la que confluyen la avenida Broadway y la Séptima Avenida en, Manhattan. El lugar tomó su nombre de la redacción del periódico The New York Times, que funcionaba en el edificio One Times Square.

Todavía hoy, en esta esquina, los neoyorkinos esperan a la intemperie la llegada de cada Año Nuevo. Sin embargo, toda esta algarabía sucede frente a un rascacielos de 120 metros y 25 pisos completamente viejo y abandonado.

Antes que renovarlo, los dueños prefieren cobrar US$ 23 millones al año por el alquiler de las marquesinas y espacios publicitarios sobre la fachada.

El Monte Rushmore, uno de los monumentos más visitados de Estados Unidos, presenta los rostros de George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln, tallados en 18 metros de altura. Pocos saben que en esta inmensa escultura hay una cámara oculta. El artista que esculpió los rostros de los ex presidentes, convenció al gobierno de cavar una cámara secreta para guardar allí una historia del país. La cámara se hizo en una zona inaccesible, pero nunca pudo concluirse. 

El 6 de agosto de 1988 diez paneles de porcelana que documentan la historia nacional, se resguardaron dentro de una bóveda de titanio, cubierta con una losa de granito de 500 kg.

La cámara está tras una lápida que reza “Aquí yace la historia, para ser resucitada y reabierta el 6 de agosto de 2088”. No pueden verse ni se visitan; son una cápsula del tiempo para futuras generaciones.

Suele decirse que la Gran Muralla china es la única construcción humana visible desde el espacio. Sin embargo, es un error que se repite desde 1754, cuando lo dijo el escritor inglés William Stukeley con menos lógica que evidencias. Varias misiones espaciales dijeron que no la vieron desde el espacio, a pesar de tener más de 21,19 kilómetros de longitud, desde la frontera con Corea hasta el Desierto de Gobi. 

Y aunque algún oportunista haya salido a desmentirlo, creer que una línea larga de 5 metros de ancho se ve desde el espacio sería como divisar un hilo de coser desde la terraza del Burj Khalifa, en Dubai

Mirando a Europa y al éxito turístico que desencadenó la serie Vikingos, cabe recordar que esos guerreros nórdicos no usaban el estereotipado casco con cuernos que se les atribuye. Ni una sola excavación arqueológica dio con algo que se le parezca. Sí, usaban una especie de casquete bélico, pero sin cuernos. La iconografía perduró gracias al sueco Johan August Malmström, que decidió pintarlo así en el cuadro El mensajero del Rey Aella delante del hijo de Ragnar Lodbrok (1857).

Al diseñar la Torre Eiffel, Gustave Eiffel incluyó un departamento para él solo en el nivel 3, a 285 metros del suelo. Tenía cerca de 100 metros cuadrados e incluía un living o área social, un cuarto para tocar el piano, un baño, una cocinita y un observatorio desde donde tomar mediciones atmosféricas. En él se reunía con colaboradores y familiares, desde que la Torre se inauguró en 1889.

Del departamento privado de Eiffel, en la Torre, sólo se conserva el área social; el resto se convirtió en sala de máquinas. Si se espía por la ventana, allí hay una figura de cera de Eiffel junto a otra de Thomas Edison. 

Siempre se dijo que la Torre de Pisa, ubicada en la Piazza del Duomo, en la ciudad italiana del mismo nombre, era la construcción más inclinada del mundo. A pesar de su desvío de 3,97 grados hacia el sur, la estructura de ocho plantas en 55,86 metros de altura no es la mayor desviación arquitectónica del mundo. La supera el Campanario de Suurhusen, en la localidad de Aurich en Ostfriesland, en el norte de Alemania, con una inclinación de 5,19 grados.

Esta iglesia del siglo XIII tuvo campanario en 1450 y, como en el caso de la torre italiana, la combinación de suelo inestable, malas decisiones y 2.100 toneladas de peso en campanas, estuvo varias veces al borde del derrumbe. En 1970 se cerró al público y se hizo otro templo. Sin embargo, 10.000 visitas turísticas al año no son para desperdiciar, sobre todo en una localidad tan menuda. Los lugareños, entonces, cambiaron los cimientos podridos de roble por otros de acero y los alemanes la siguen promocionando como “el campanario más inclinado del mundo”.

No es fácil competir con la leyenda de Pisa, en donde Galileo Galilei acrecentó la leyenda: se dice que desde el campanario arrojó dos balas de cañón diferentes para demostrar que la velocidad de la caída es independiente de la masa. 

La leyenda del monstruo del Lago Ness es medieval, pero el 19 de abril de 1934, Robert Kenneth Wilson tomó una fotografía en la que se veía un monstruo del Plesiosaurio emergiendo con su cuello largo de las frías aguas del lago escocés. Varios años más tarde, su propio yerno confesó que la fotografía había sido trucada, pero los lugareños no renunciaron a los souvenirs de loza y peluche con la imagen del monstruo que tantos turistas atrajo. 

El punto más visitado de Rumania se encuentra cerca de Brasov y es el Castillo de Bran, coloquialmente denominado “de Drácula”, ya que se dice que allí vivía Vlad Tepes, el famoso Conde Drácula que más que chupar la sangre de sus víctimas, las empalaba. Sin embargo, los años comprobaron que la leyenda que inspiró a Bram Stoker había sucedido en otro castillo, el de Poenari, que hoy ya es una ruina. 

Sin embargo, siguieron adelante con el engaño y el castillo es un monumento nacional. La única persona que vivió allí fue la reina María de Rumania, en sus veraneos de la década del 20. Desde luego, eso no empaña el merchandising que escolta el ascenso al sitio tenebroso ni reduce los 9 euros del precio general de la entrada.

¿Y qué decir del balcón de Julieta en Verona, o del Café Rick, en la ciudad marroquí de Casablanca, que se inauguró 62 años después del estreno de la película de Michael Curtiz, rodada en estudios y no entre las bombas de la Segunda Guerra Mundial? Sin embargo, es difícil encontrar un turista que pase por alto este bar en la única ciudad marroquí que permite el ingreso de viajeros no musulmanes a su mezquita.

Hoy se cree que las Pirámides de Egipto, no fueron hechas por esclavos sino por toda la población de ese imperio, durante 80 años. Fue una auténtica obra nacional. Quien no arrastraba las piedras, hospedaba a los albañiles, les preparaba comida o buscaba nuevas canteras de abastecimiento. 

Con este historial de engaños, ¿cómo pensar que las Joyas de la Casa Real Británica son efectivamente el tesoro incalculable que se exhibe en la Tower Hill, sobre la ribera norte del Támesis? ¿Vamos a creer que una colección en la que una sola pieza cuesta 4,5 millones de euros se exhibe en una vitrina, soguita de por medio, delante de una fila incesante de curiosos que viajan en cuotas?

Probablemente sean tan falsas como la réplica del diamante Koh-i-Noor. O como la muestra itinerante de copias de alta calidad que la reina Isabel II hizo hacer para celebrar su reinado. O tal vez termine siendo la fábula de Pedro y el lobo.