La cruz, que iba a constituir el diagrama de una de las dos instalaciones (soberbias, imperdibles) que Albertina Carri está mostrando desde ayer (y hasta el 23 de noviembre) en el Parque de la Memoria, está desplazada.
Uno de los ejes agrupa Investigación del cuatrerismo (dedicada a Roberto, su padre desaparecido, y a su libro Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia, 1968) y Punto impropio (dedicada a Ana María Caruso, su madre desaparecida, y a las cartas que le mandó desde el cautiverio).
El otro eje agrupa Allegro/A piacere (dos instalaciones sonoras) y Cine puro. En modo alguno podría pensarse que un eje temporal se corresponde con el pasado (los padres desaparecidos, esa herida) y el otro al presente (el quehacer cinematográfico): son dos formas diferentes de la presencia-ausencia, de lo que queda de uno cuando la materia de la memoria (las imágenes y los cuerpos) como el soporte (los sonidos y la película, es decir, el celuloide) se ponen bajo la lógica de la desaparición, cuando no de la destrucción. Es decir, cada eje muestra una persistencia diferente del pasado en el presente.
Estas instalaciones subrayan diferentes aspectos de una misma majestuosa meditación sobre el presente (escrito en negro al fondo de la sala donde se han montado sus piezas) y la propia (impropia) voz: Albertina lee las cartas de su madre, pero es Elena Carri-cajo quien lee el texto furioso que Albertina le dedicó a su padre. Vayan, gocen, rían y lloren.