Chère Avital, ¡estoy azorada! Leo que te denunciaron por acoso sexual y tuviste que dejar tu cátedra en NYU, donde enseñabas Nietzsche y Derrida. A vos, encumbradísima filósofa lesbiana Avital Ronell, de 66 años, te acusa de abuso sexual un alumno gay de 34. Los que aman contemplar la lava que baja ardiendo celebran la llegada de #MeToo a los exclusivísimos claustros de la universidad, apenas tocada por el principio de realidad. Que ahora la academia puede expresarse, y no dejarle la tarea de la reflexión compleja a Susan Sarandon. El drama se expande como una novela coral en internet: dice Zizek que el tipo te usaba, se aprovechaba de tu amor para avanzar en su carrera, y del otro lado están los trinos amargos de Marjorie Perloff, una experta en poesía que intervino para aclarar que no sos realmente una estrella de la filosofía (así te llamó el New York Times) porque tus libros no rankean en Google.
¿What pass?, diría Moria Casán, filósofa local, aguda teórica del conventillo. Otra pregunta sería: ¿cómo es posible acosar sexualmente a alguien si no hay sexo? (los dos niegan coito alguno). Leo las cartas que le escribías al estudiante en cuestión, donde lo llamás “mi adorado”, “mi cock-er spaniel”, es decir tu perrito faldero, al que le endilgás un falo subrepticio con ese guión tan derridiano. Leo los mensajes de él, tan o más románticos: “Mi Avital, adorada y especialísima, no sé cómo habría podido sobrevivir sin vos. ¡Te amo!”. El estudiante, ahora becado en Harvard, dice que la prueba del abuso es que, dos días antes de enviar ese mensaje, él le escribió a un amigo diciéndole que eras un monstruo.
¿Sos un monstruo, Avital? O quizá la pregunta es: ¿cómo no serlo, si te dedicás a la literatura? La literatura y la (li)teratología, el estudio de los monstruos, se parecen. ¿Cómo escribir e interpretar sin mantener pasiones hechas de palabras, sin requerir pasión de las palabras? Pero si el huracán de puritanismo feroz decapitó a profesores por intercambios epistolares mucho menos exuberantes, ¿cómo justificar que ese ojo de huracán deba mirar compasivo cuando la predadora es mujer?
Avital, encontraste tu destino norteamericano. Hay viento y hay cenizas en el viento; tanto viento ceniciento que nadie ve que #MeToo significa, literal, “garchame a mí también” (pound me too).
En fin, solo decirte: ¡venite a Buenos Aires! Acá llegan los sensibles renegados, desde Casablanca a Rita Hayworth en Gilda. Escapá de la barbarie y vení a la civilización. Aquí serías una pesada amorosa, y el que no te soporta se cambiaría de clase. Si no puede haber desmesura, ¿cómo pensar la literatura? Si no se puede jugar a Platón en Babilonia después de la liberación femenina, ¿a qué se puede jugar? Y si no se puede jugar, ¿cómo hacer/enseñar literatura?