Pierre Boulez murió hace algunas semanas. Por razones de evidente decoro, prefiero que sobre él escriban quienes más conocen de la música del siglo XX, que por supuesto no es mi caso. Diré sólo que sigo escuchando con mucho placer sus obras, incluso varias de las relativamente tardías (como Répons, de principios de los 80) y de su insuperable dirección de La noche transfigurada de Schoenberg, y también de la Sinfonía Nº 7 de Mahler –tal vez una de sus obras menos tocadas de Mahler– igualmente extraordinaria. Boulez siempre tuvo un gran interés por el diálogo intelectual, literario, e incluso editorial, como lo demuestra haber tenido a su cargo la dirección –junto a J.J. Nattiez– de la absolutamente indispensable colección Musique/passé/présent en la editorial Christian Bourgois. Quizás podría bucear en ese aspecto, sólo como excusa para desempolvar viejos libros y revistas, actividad ideal para estas noches de verano.
Hace años, encontré en vaya a saber qué librería de viejos (pero veo que me salió $ 5, y que lleva una etiqueta de la librería Galatea, así que debió pertenecer a algún intelectual argentino de la generación del 60) el primer número de la revista francesa Musique en Jeu (noviembre de 1970) en el que se incluye un dossier sobre Boulez, en donde se lo define bajo el modo del “heredero, o la elección de una tradición” (precisamente la que va de Mahler a la Segunda Escuela de Viena, pasando por Pelléas et Mélisandre, que Boulez dirigió en Londres en diciembre de 1969). Sin embargo, el dossier no deja de mencionar que Boulez es en Francia “un fenómeno extraño, errático, lejano”, dueño de una “paciencia obstinada”. Más claro es mi recuerdo acerca de cómo conseguí Eclats/Boulez, tremenda revista/libro, de formato descomunal (27 cm x 36 cm), incómodo para la biblioteca y la propia lectura, editado por el Centro Pompidou en 1986 (¿Cómo lo conseguí? Tenía un amigo que trabajaba en el depósito de la editorial del Pompidou en las afueras de París, un día fui a visitarlo al trabajo, en un momento se fue y me quedé solo, y entonces… en fin… a quién le importa todo esto). La publicación impresiona no sólo por el formato, sino por la agudeza de los textos, y la larga entrevista a Boulez sobre “la experiencia pedagógica” y su relación con Messiaen. Inmediatamente, Jean-François Lyotard es entrevistado acerca de la noción de “reflexión creadora” (deberíamos prestar más atención a los escritos de Lyotard sobre música, dispersas por aquí y por allá) y da respuestas como: “En verdad, desconfío mucho del ‘comunicacionalismo’ ambiente. Desconfío porque, si usted profundiza ese tema, se llega a la idea simplota […] que busca que la obra se vuelva ‘audible’, al fin de cuentas, ‘amable’. La forma extrema de ese razonamiento desemboca en el trabajo de los medios de comunicación, en el que el peso de la audiencia interfiere con la creación misma de la obra […] en cambio me interesa pensar al autor como su primer lector, o su primer editor […] esta ‘comunicación’ es la parte importante del trabajo de distancia establecida por el autor”.
Curiosamente Lulú –la revista que dirigió Federico Monjeau a principios de los 90 en Buenos Aires– no incluye ningún artículo significativo sobre Boulez. Buena razón para subsanar el olvido, en un esperado revival de la revista, o en algún futuro libro de Monjeau.