Vélez y Huracán son los mejores equipos del Clausura, con las disculpas del caso para Lanús. Trascienden con estilos distintos. No se juega al fútbol de un solo modo. Demostraron que las ideas en el fútbol no murieron.
Los de Gareca no perdieron ni un solo partido de los doce que llevan jugados. Van primeros. El club está mejor organizado que Huracán. Después de la zozobra económica posterior a los grandes triunfos de los 90, siempre hubo conducta para sostener equipos competitivos, ascender a jugadores de inferiores, repatriar a ex futbolistas del club y comprar justo, necesario y bueno. El cerebro de la organización es Cristian Bassedas, dueño de una capacidad de raciocinio superior a la media de los futbolistas. Es cierto que los resultados inmediatos ayudan a que el trabajo brille, pero Vélez trabaja con seriedad. Bassedas fue quien recomendó la contratación de Ricardo Gareca como entrenador. El Flaco hizo una campaña excepcional en Talleres de Córdoba, al que llevó a Primera en 1998 y a la obtención de la Copa Conmebol un año más tarde. Ya tiene 13 años como técnico, sumó experiencia en el país y en el exterior. Los dirigentes de Vélez suelen elegir los técnicos con sumo cuidado. Así lo hicieron alguna vez con Eduardo Luján Manera, Carlos Bianchi, Osvaldo Piazza, Marcelo Bielsa, el Maestro Tabárez, Julio Falcioni, Miguel Russo, Ricardo Lavolpe y hasta Carlos Ischia. No se discute cómo le fue a cada uno; importa la minuciosidad de la elección. Son técnicos de perfil determinado, trabajadores, serios y respetados por los futbolistas. Gareca responde a estos parámetros.
De los doce partidos que disputó, Huracán ganó siete, empató uno y perdió cuatro. Su vida institucional es tan lisa y llana como la de Vélez. Cambia el plantel cada semestre y apenas puede sostener al actual. Sin embargo, hay un enorme mérito de Babington y, por supuesto, de Angel Cappa, por cuyo regreso al club nadie daba un centavo. Dejó su cómoda residencia española para venir a mitigar la eterna nostalgia que les genera el fútbol argentino a tipos sensibles como él. El llamado era de Huracán, club al que había dirigido en 1986, en el primer descenso del Globo a la B Nacional. Asumió el año pasado; le tocó debutar en el Monumental con River. Fue 3-3, en un partido que Huracán ganaba 3-0 con baile.
Aquel equipo inicial de Cappa era un conjunto con apellidos que hoy resultan lejanos: Limia, Herner, Barrientos, Barcos, Meza Sánchez, Manrique, Casartelli. Apenas llegó el verano, Cappa pudo accionar su plan. Prescindió de estos apellidos y se ciñó al habilísimo Matías Defederico y al pensante Javier Pastore. Con ellos dos, plantó su bandera. Tuvo el enorme mérito de hacerse entender y de imponer su ética y su estética en un fútbol físico y veloz. Levantó la media de rendimiento de tipos grandes, como Araujo, Arano, Eduardo Domínguez, el Gato Esmerado y el Maestrico González, recibió a Bolatti y le dio libertad para imponer su fútbol, convirtió en líder a Paolo Goltz y le dio el arco a Gastón Monzón, que respondió como alguna vez lo hicieron Andújar y Migliore.
Huracán practica un fútbol vistoso. Muchas veces en este torneo, pudo llevar adelante el viejo precepto menottiano de “belleza + eficacia”. Lo pudo poner en la cancha, logró realizarlo en una gran cantidad de partidos de este certamen. Fíjese que Huracán ganó siete partidos sobre doce.
El hecho de que sólo haya empatado un partido tiene que ver con su juego de “poner la cara”, de “buscar el arco de enfrente”, como recitan automáticamente muchos colegas nostálgicos setentistas. “Buscar el arco de enfrente”, en varias oportunidades, es olvidar “el arco de atrás”.
Tres de los cuatro partidos que perdió (Gimnasia, Colón e Independiente) fueron, justamente, porque fue hacia adelante y se desequilibró. Algunos dirán que es muy lindo verlo en acción, y coincido: es de lo mejor que hay en el Clausura ’09.
Es saludable tener una idea clara en este fútbol sin figuras. Pero también hay que saber que esos descuidos hicieron que hoy el Globo esté tercero. Si resuelve este tema, estará óptimo para la lucha final.
El puntero es Vélez porque, si bien no luce como Huracán, tiene mayor solidez. Gareca encontró el primer ladrillo de la pared. Se llama Nicolás Otamendi. Tiene 21 años y una jerarquía poco común. Debutó el año pasado, pero se afirmó en éste, le quitó el puesto al chileno Ponce y es uno de los mejores jugadores del campeonato. Sebastián Domínguez está rindiendo como aquel pibe que hace unos años apareció en Newell’s, Cubero es un líder con todas las letras y Montoya se quedó con el arco que alguna vez perdió en tiempos de Hugo Tocalli.
No hay que olvidar que Vélez se quedó sin Leandro Somoza, un jugador fundamental. Gareca tuvo que recurrir a Franco Razzotti, de las inferiores. Y le salió bien, está jugando un torneo bárbaro. Víctor Zapata juega de doble cinco, donde alguna vez lo puso La Volpe, y rinde a pleno. Cabrera se acomodó perfectamente y después hay un gran menú. Los delanteros titulares son Hernán Rodrigo López y Joaquín Larrivey, pero los que quedan afuera también son de gran nivel. Maximiliano Moralez, Darío Ocampo, Jonathan Cristaldo y el Burrito Martínez hacen que la estructura no se resienta.
Si bien entre los dos está Lanús, Vélez y Huracán se reparten los elogios, la expectativa y los estilos. Vélez recibe hoy a Racing y el Globo va mañana a La Plata a ver a Estudiantes, su viejo rival “ideológico”.
Como pocas veces en los últimos años, hay dos equipos con una idea bien definida, con posiciones modernas y clásicas. Los dos, el Vélez del Tigre Gareca y el Huracán de Angel Cappa, nos dan excelentes motivos para seguir muy de cerca este final de campeonato.