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Carro del ganador

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Milei goza ahora de su momento de gloria. | afp

Para sobrevivir, el ser humano precisa tanto de mecanismos de defensa materiales como psicológicos. Frente a lo inevitable, la realidad impone comportamientos adaptativos. Quienes no votaron por Milei comienzan a percibirle virtudes sobre las que no habían reparado. Es más, comienzan a ver como virtudes lo que antes consideraban defectos. Lo mismo sucederá a la inversa, cuando se produzca el momento de decepción: por lo mismo que el sujeto se enamora es por lo que más tarde se separa. Tiene lógica: descubre que no tenía las virtudes que le asignó.

Hasta el empresario más poderoso del país se disculpó por haber elogiado a Sergio Massa

Uno de los tantos ejemplos de esta primera semana de gloria de Milei, donde un porcentaje mucho mayor a sus votantes le rinde pleitesía, fue el del empresario más prominente de la Argentina, Paolo Rocca, dueño de Techint, en el Seminario Pro Pymes que organiza su empresa todos los años. Según el título de tapa de Clarín en papel, pidió “perdón” por el fuerte aplauso que había pedido para Sergio Massa en el mismo evento del año pasado. En la versión digital de Clarín, que siempre se puede corregir y no así la de papel, el título pasó a: “Paolo Rocca apoyó a Javier Milei y dijo que se equivocó cuando pidió un fuerte aplauso para Sergio Massa”. Siendo preciso, el dueño de Techint dijo: “Me equivoqué, ahora se lo pido (el aplauso) para Guillermo Francos”, el ministro del Interior de Milei. En el mismo evento, uno de los empresarios –Pablo Ostapovich– dijo: “Yo no voté a Milei, me parecía un loquito, pero ahora con el correr de los días me entusiasma cada vez más”.

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Lo que le sucede tanto al hombre más rico de Argentina como al empresario que participaba del evento Pro Pymes es lo que la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann denominaba el efecto “carro del ganador” en su canónico libro La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, varias veces citado en estas columnas.

Hay dos fenómenos simultáneos, la envolvente opinión dominante arrastra a los indecisos a coincidir con la mayoría y, a la vez, silencia a quienes opinan diferente, que reprimen sus pensamientos también para no sentirse aislados. El terror al aislamiento explica los sorprendentes cambios en los climas de opinión. Personas en el supermercado diciendo que no podrán comprar más gaseosas pero comprenden que era necesario un ajuste de precios relativos. O quienes toman transporte público reconociendo que el precio era muy barato aunque ahora tendrán que reducir algún gusto para compensar el aumento del costo del boleto. ¿Piensan así en realidad o solamente están acomodando sus ideas a las que resultan adecuadas para el momento, reprimiendo consciente o inconscientemente su verdadero deseo?

La que parece la opinión dominante ejerce presión sobre todas las demás. “Correr en el pelotón –escribió Noelle-Neumann– constituye un estado de relativa felicidad; pero si no es posible, porque no se quiere compartir públicamente una convicción aceptada aparentemente de modo universal, al menos se puede permanecer en silencio como segunda mejor opción, para seguir siendo tolerado por los demás”.

La repetida frase “vox populi, vox dei” contiene un carácter metafísico donde se le asigna categoría divina a la voz (el voto) de la mayoría. Para Noelle-Neumann, no se trata de una actitud razonada, acomodaticia, sino instintiva: “Huella del miedo atávico a separarse de la manada y ser devorado por un depredador, que traducido al mundo actual es padecer estigmatización, burla, insulto, ridículo y directamente sanciones”. “Todos somos vulnerables al modo en el que el medio nos juzga y nos trata” y nadie es absolutamente sólido como “para soportar el desagrado y la censura constantes de su propio círculo. Nadie puede vivir en sociedad con la continua aversión y mala opinión de los familiares y las personas con las que trata”.

El espiralamiento geométrico de un clima de opinión desplazando al anterior rápida y sorprendentemente se debe a que quienes resultaron ganadores ocupan la escena y los perdedores se imponen silencio. En otro campo de las costumbres, la moda también tiene un efecto performativo, tautológico y autovalidante que excluye a quien no la cumple. Qué es virtud y qué es vicio cambia con las épocas. Lo que tienen que tener en cuenta los políticos que gozan estando de moda es que inevitablemente esa tendencia debe cambiar para que la vida siga su curso.

Hace varios siglos se viene profundizando sobre la necesidad de las personas de construir sus propias ideas observando las opiniones de los demás para no sentirse aisladas. La primera vez que se utilizó la figura de “opinión pública” fue en 1588 por Michel de Montaigne.

Un siglo después de De Montaigne, en el Ensayo sobre el entendimiento humano, John Locke escribió: “La mayor parte de las personas reflexionan pocas veces seriamente sobre los castigos que conlleva el incumplimiento de la ley de Dios. Y en cuanto a los castigos derivados de las leyes del Estado, se forjan ilusiones con la esperanza de la impunidad. Pero nadie que atente contra la moda y la opinión de las compañías que frecuenta se libra del castigo de la censura y el desagrado de estas”.

Todo gobierno es, finalmente, un gobierno de opinión, cuando la opinión mayoritaria lo abandona no importa lo que el gobierno haga, carecerá de resultados. Por eso la recomendación a “todo más rápido” o los famosos cien días y hasta cien horas, una vez que ese halo áurico de desvanece la opinión cambia, el poder se esfuma y el gobierno se insignificantiza.

Aquel a quien le toque gobernar deberá comprender la diferencia entre la opinión de la mayoría y la opinión pública. La primera es una ecuación numérica de un instante, la segunda es una construcción de cambios continuos. Así como la moda, la opinión pública también tiene rasgos frívolos. El monje Alcuino de York, a quien se le atribuye la frase “vox populi, vox dei”, le dio este consejo a Carlomagno, emperador de gran parte de Europa central en el siglo VIII: “Tampoco hay que escuchar a los que acostumbran decir la voz del pueblo es la voz de dios porque el clamor del vulgo está muy cerca de la locura”.

Para Maquiavello fue siempre imposible para el príncipe gobernar contra de la opinión pública, y uno de los problemas de la democracia actual es la rapidez con que cambia el clima de opinión, pudiendo dejar a gobiernos jurídicamente legales como políticamente ilegítimos. 

Las fuerzas del cielo a las que se refiere Javier Milei citando del Antiguo Testamento a los macabeos: “La victoria no depende del número de soldados, sino de las fuerzas del cielo”, se conecta con la recomendación de Richelieu a Luis XIII: “El gobernante que disfruta de una buena reputación consigue más solo con su nombre que los otros con sus ejércitos si no se los respeta”. Si dentro de unos meses las medidas que Milei y sus ministros instrumentaron producen sostenidamente más daño que remedio, “las fuerzas del cielo”, o sea la opinión pública, se le darán vuelta con la misma velocidad con que se le alistaron.

Las fuerzas del cielo de las que habla Milei no son soldados, es la voluble fuerza de la opinión pública

Hasta aquí Javier Milei demostró ser exitoso comunicador, en el ejercicio del gobierno hacen falta también éxitos operativos porque el primer axioma de la comunicación es “nadie puede comunicar bien una mala noticia”. Goza ahora del efecto del “carro del ganador”, donde, por necesidad, lo aprueban hasta quienes no lo votaron.

Que no se confíe.