Qué le pasa a Cristina Kirchner? ¿Está nerviosa?, parafraseando a su esposo cuando le hablaba al Grupo Clarín. Si no, es difícil explicar la escalada de agravios contra la comunidad judía argentina que viene teniendo desde la muerte del fiscal Alberto Nisman, el 18 de enero, cuando sus organizaciones centrales le dieron la espalda.
La otra opción sería pensar que es antisemita. Su trayectoria deja entrever que esto no es así, sin embargo, cuesta explicarle a un observador externo, que nada conoce de su actuación en el pasado, incluso durante parte de su gobierno, que está actuando por despecho, como lo hace con cada grupo, persona o sector de la sociedad que no responde a rajatabla a sus designios.
Por eso, al estilo de Juan Domingo Perón, ha intentado tener sus propias instituciones judías, como ya lo ha hecho cuando cooptó a un grupo de familiares del atentado a la AMIA (18J), para escuchar al oído el dulce repiquetear que obnubila a los poderosos: “Sí jefa”.
En su visita proselitista a Río Gallegos para apoyar las candidaturas de su hijo y su cuñada el 24 de julio, volvió a la carga cuando le comentó con sorna al ministro de Economía, Axel Kicillof, mientras miraban sorprendidos una máquina alemana que fabricaba prótesis dentales: “Son los alemanes, experimentaron con unos cuantos”.
Lamentablemente, Salomón Feldberg falleció hace casi un año y no le puede responder. Con gran entereza, sobrellevó la carga de haber sido utilizado como conejillo de Indias por los nazis en el campo de concentración de Sachsenhausen cuando tenía dieciséis años. Allí, los médicos de las SS Heinz Baumkötter, Rudolf Horstmannle y Arnold Dohmen le inyectaron el virus de la hepatitis junto a sus compañeros.
De esta forma y de otras más sádicas, como las que practicaba Josef Mengele en el campo de exterminio de Auschwitz, experimentaban los alemanes. Eso debería saberlo Cristina Kirchner y, por lo tanto, pedir perdón por sus palabras.
Para alguien que se llena la boca hablando de derechos humanos, su frase banaliza lo ocurrido, como alguna vez escribió la filósofa Hannah Harendt, y mancilla la memoria de quienes fueron asesinados en “ensayos médicos” durante la Shoá, la de los sobrevivientes que lograron escapar de las garras nazis y, especialmente, las de los pocos que aún permanecen con vida para contar lo que fue ese horror.
Todo podría parecer fruto de la casualidad si unas semanas antes no hubiera recomendado en un colegio “leer El mercader de Venecia para entender a los fondos buitre” porque “la usura y los chupasangre ya fueron inmortalizados por la mejor literatura hace siglos”.
El hecho no sería tan preocupante si se estuviera debatiendo el contenido de esa obra de William Shakespeare, que estigmatiza al judío Shylock, sino porque los dueños de los tres principales fondos buitre que están litigando contra la Argentina son judíos: Paul Singer (NML), Mark Brodsky (Aurelius) y Jeffrey Altman (Owl).
No sólo Cristina Kirchner no remendó su error, sino que intentó justificarse diciendo que la Embajada de Israel en España había promovido una función de la obra años atrás. Una vez más no entendió la gravedad de su agravio.
Los improperios vienen incrementándose desde comienzo de este año e incluyen el haber hecho suyas las acusaciones que el sociólogo Jorge Elbaum escribió en Página/12, donde afirmaba que la dirigencia comunitaria había tratado de hacer caer el memorándum de entendimiento con Irán financiada con dinero de Paul Singer, que le llegaba de manos del fiscal Alberto Nisman. O sea, eran traidores a la patria.
La gran duda que aún subyace es si esta lista ha llegado a su fin o la “broma” sobre los experimentos de los alemanes se ha convertido en un ataque más contra los judíos y los representantes de sus instituciones centrales locales. En ese caso, habrá que esperar nuevos exabruptos, al menos, hasta que abandone la presidencia el 10 de diciembre y sus expresiones dejen de ser política de Estado.
*Escritor y periodista.