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Choques de locomotoras

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Es sabido que durante la Primera Guerra Mundial, Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, voló en un año tantos trenes turcos con dinamita que se ganó un puesto en el Libro Guinness de los Récords. Según cuenta el historiador y viajero italiano Cino Boccazzi, aún pueden encontrarse diseminados a lo largo de lo que fuera la línea ferroviaria del Hiyaz restos de aquellos trenes que hizo saltar en pedazos. Menos sabido es que entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, un pasatiempo muy de moda entre los estadounidenses fue mirar choques de trenes.

El sitio Atlas Obscura recuerda un libro de James J. Reisdorff llamado The Man Who Wrecked 146 Locomotives, donde se habla de esos accidentes especialmente organizados que atraían miles de espectadores. Uno de los primeros tuvo lugar en Ohio en 1895, basado en una idea de A.L. Streeter, quien inauguró un esquema que permaneció sin variaciones durante cuarenta años. Se extendía en el suelo un segmento de vías con una longitud que variaba entre los 500 y los 1.500 metros, y en los extremos se ponían dos viejas locomotoras a vapor, una frente a otra; a un gesto del organizador, los dos maquinistas arrancaban, ponían las locomotoras a la máxima velocidad y saltaban a último momento, poco antes del impacto.

La idea de Streeter tuvo tanto éxito que al año siguiente se organizaron seis choques ferroviarios, el más famoso de los cuales tuvo lugar en Waco, Texas: el Crash at Crush.

Fue organizado por William George Crush, un empleado de Katy, la línea ferroviaria que conectaba Missouri, Kansas y Texas. Crush hizo poner vías en un pequeño valle para recibir, según sus expectativas, a 20 mil espectadores. Fundó una ciudad provisoria a la que llamó Crush, hizo perforar pozos de agua, levantó una gran tienda donde se podía comer, una prisión en caso de que hubiera desórdenes, y contrató a 200 policías que garantizaran la seguridad del lugar. El 15 de septiembre llegaron 40 mil espectadores, que transformaron Crush en la segunda ciudad más grande de Texas, aunque solo lo fuera por pocas horas. Las locomotoras fueron lanzadas a 80 km/h, y el impacto fue tan violento que explotaron y fragmentos de madera y metal fueron a parar a cientos de metros, matando a dos personas e hiriendo a muchas más. Antes del choque, Crush había consultado a muchos ingenieros acerca de los riesgos, y todos le habían asegurado que las locomotoras no explotarían. Crush fue despedido ipso facto, pero cuando los directivos de la Katy entendieron que la gente se había divertido fue contratado nuevamente y siguió trabajando hasta que se jubiló.

Para la misma época, Joe Connolly había comenzado a organizar accidentes ferroviarios falsos: entre 1896 y 1935 organizó más de setenta, y destruyó 146 locomotoras –es sobre él que habla el libro de James Reisdorff. El primero fue en Des Moines, Iowa, y atrajo a 5 mil personas. Anduvo bien, y desde entonces Connolly siguió organizando choques en todo el país, desde Los Angeles, en California, hasta Tampa, en Florida. Se las ingenió para que los choques fueran cada vez más espectaculares, por ejemplo escribiendo en las locomotoras los nombres de los candidatos rivales a la presidencia. En los años 30 los choques de locomotoras empezaron a ser considerados de mal gusto, y durante la Gran Depresión pasaron a ser un derroche exagerado. El último data de 1935, en Iowa, donde todo había empezado 39 años antes. Poco locuaz, como había sido siempre, Connolly concluyó su espectáculo diciendo desde una tarima “Eso fue todo”. Dicho eso, se bajó y se fue.