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Con el noventa por ciento

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Entre las opiniones pesimistas, la más sonora –falsa o verdadera– es la que sugiere que Menem debería festejar, ya que ganó con el 90% de los votos.
Esto se sostiene en las chalas de la seudocomplejidad que envuelve el sistema político como un tamal. En la seudocomplejidad pululan cuasiobjetos semánticos. Hay explicaciones estadísticas a boca de urna que pregonan ganadores simultáneos. Mi teléfono ya suena de nuevo, atragantado de estériles encuestas. Hay neologismos como “volatilidad del voto”, concepto entre la termodinámica y la gauchesca que promulga que la gente cambia de un candidato a otro si el primero falta al debate; no habiendo gran diferencia aparente en la cháchara, lo que importa es la personalidad, la simpatía y el afiche. Hay enardecida especulación sobre turnos para discursos: mientras escribo, Cristina aún no se pronuncia sobre el voto castigo con que se la despide, a ella y a Aníbal.
Las explicaciones simples no van con lo seudocomplejo. No cabe pensar que el FpV ha elegido a sus peores candidatos, con un Scioli (el lanchero del jet set) más parecido a Macri que a su propio vicepresidente, Zannini. Tampoco cabe explicar el avance de Cambiemos en el robo del discurso progresista para maquillar su nefasto neoliberalismo. Por no hablar del derrotero de Massa. Todo es supuesto, presunto, bifásico en lo seudocomplejo, y quieren que así lo sintamos: inasible.
Pero el mundo real es simple o es complejo. Los análisis seudocomplejos no son más que una dramaturgia ilusoria y pasajera de lo real. Esto también pasará.