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Crazy Sayaka

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Lejos de sentir admiración por la literatura japonesa, suelo echar mano a mis mejores prejuicios y paso de largo. A excepción de Junichiro Tanizaki, cuya Historia secreta del señor de Musashi me maravilló hace mucho, de La mujer de arena, de Kobo Abe, y de El marino que perdió la gracia del mar y El pabellón de oro, de Yukio Mishima, no encontré nada que tan siquiera me provocara curiosidad. Me gustó mucho también Ryu Murakami y nada Haruki Murakami, pero el hecho de que ni siquiera logre distinguir en los autores el nombre del apellido me pone nervioso. Nunca leí a Banana Yoshimoto y no me gustó. Soy un tenaz defensor del aburrimiento pero La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata, me pareció una exageración. Creo que todas las traducciones del japonés deberían venir anotadas, porque el paso de una lengua a otra no basta para rellenar el vacío que separan Oriente de Occidente. Eso se pone de manifiesto sobre todo en Bajo palabra, de Akira Yoshimura (¿cuál es el nombre?, ¿cuál es el apellido?), traducida, presumiblemente del inglés, por César Aira: las cosas no terminan de cerrar y hace falta un mínimo trabajo de campo para entender tonterías que no lo merecen pero inquietan. Y sin embargo leí de de Sayaka Murata las novelas La dependienta y Earthlings (Terrícolas) y Parti e Omicidi (Fiestas y homicidios), la edición italiana de sus cuentos.

La dependienta es la única novela de esta autora japonesa traducida al español. Habla de una mujer incapapaz de entender las convenciones sociales y, a pesar de eso, logra mantener relaciones con los demás, eso sí, solo trabajando como empleada part-time en un konbini, uno de esos típicos minimercados japoneses abiertos las 24 horas. y donde se puede encontrar de todo. A pesar de su “extrañeza”, que a muchos lectores occidentales remitieron a la experiencia autista, se trata de un personaje positivo y el tono de la novela es casi siempre alegre y por momentos hasta cómico.

La segunda novela de Murata, Earthlings, también tiene como protagonista a una mujer pero un poco menos integrada a la sociedad que su predecesora: está convencida de que es una extraterrestre dotada de poderes mágicos. Pero es una novela que se distingue porque tiene escenas de sexo entre niños, un abuso sexual y canibalismo. Por lo que pude entender, en Japón este efecto sorpresa no existió, porque por alguna razón muchos japoneses sienten una particular atracción por cosas repelentes o inquietantes. Por ejemplo, uno de los relatos de Parti e omicidi está ambientado en un futuro en que la mayor parte de los niños nace gracias a “gestantes”, hombres y mujeres que se ofrecen voluntariamente para llevar a término diez embarazos (los hombres a través de úteros artificiales) a cambio de la posibilidad de matar a alguien.

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En los medios la llaman Crazy Sayaka, pero no entiendo si es un apelativo cariñoso o insultante, porque no sé cuál es su nombre y cuál su apellido. Y así con todo. Es como tratar de moverse en un ambiente del que no se diferencia el techo del suelo. Como remar en aire o bucear en la arena. 

En La dependienta, la protagonista en un momento imita la voz de sus compañeras de trabajo, y es imposible saber si es una señal de respeto o si les está tomando el pelo. Por eso prefiero las escenas de canibalismo: no hay duda de que entre los japoneses eso también es tabú. Al menos entiendo lo que pasa. En los cuentos de Murata hay siempre una sociedad o un pequeño grupo de personas para la que determinado aspecto de la vida cotidiana es muy diferente de lo que indican las costumbres y las convenciones sociales, pero la cosa se complica cuando desconocemos las costumbres y las convenciones sociales de los que escriben. Hay un cuento en que es “normal” que los cuerpos de las personas muertas sean usados para la fabricación de muebles y ropa. La tendencia natural es horrorizarme, pero tal vez en Japón no es algo tan horrible. Y si es horrible, ¿cuán horrible es? ¿Cómo saber qué debo sentir si ni siquiera puedo distinguir los nombres japoneses de los apellidos?