—Bueno, se largó –dice Carla, mi asesora de imagen, sentada en una esquina de mi escritorio, con la vista clavada en su iPad.
—¿Está lloviendo? –pregunto y dejo de escribir en el teclado por un momento.
—No, se largó la campaña. No sé si sabías que dentro de poco va a haber elecciones presidenciales en este país.
—Por favor, Carla, no estoy de humor para que te burles de mí –respondo, algo fastidiado–. Ya sé que estamos en campaña. Estoy tratando de escribir mi columna sobre eso.
—Supongo que vas a hablar de lo caliente que se puso la campaña –insiste.
—¿Vos decís? A mí no me parece…
—¿Tenés alguna duda? –dice Carla–. Hay campaña sucia, operaciones, acusaciones sin fundamentos ni pruebas, judicialización, chicanas, gritos, puteadas, peleas, memes, noticias falsas, trolls y todo tipo de golpes bajos. Lo único que faltan son propuestas.
—Todo no se puede –observo.
—Extraño aquellas épocas gloriosas en que alegremente se proponía cualquier cosa: brotes verdes, lluvia de inversiones, terminar con la inflación en un par de horas, controlar el dólar, pobreza cero, mantener el Fútbol para Todos, controlar las tarifas...
—¿Qué es más digno para la política? –pregunto–. ¿Sembrar el miedo o alimentar el disparate?
—La cosa funciona así: por un lado están quienes siembran el miedo y dibujan los números. Un rol que por lo general, le toca al oficialismo. Y por otro, están quienes prometen cualquier disparate. Un rol que por lo general le toca a la oposición.
—¿Y si la oposición pasa a ser gobierno? –pregunto.
—Cambian los roles –responde Carla–. Igual hay que reconocer que en este caso, lo prometido sobre la lluvia de inversiones se cumplió.
—¿Vos decís? –pregunto sorprendido–. ¿Y cómo se cumplió? ¿Se instalaron industrias? ¿Fábricas? ¿Maquinaria? ¿Se crearon puestos de trabajo?
—No, pero tenemos a Daniele De Rossi jugando en Boca –responde Carla–. Que tendrá 36 años y había abandonado el fútbol, pero nadie puede negar que es un italiano que fue Campeón del Mundo.
—¿Y eso cuenta como lluvia de inversiones?
—¡Por supuesto! –contesta Carla, muy segura–. Aunque ahora que lo decís, eso no sé si lo de De Rossi está dentro de la lluvia de inversiones o si forma parte del acuerdo con la Unión Europea que el Gobierno anunció, pero nadie sabe bien qué dice.
—Ni siquiera queda claro que se haya firmado –agrego.
—Mejor, porque ese acuerdo solo sirve para profundizar la grieta.
—¿Te referís a la grieta entre el Gobierno y la oposición?
—No, me refiero a la grieta dentro de la oposición, a la grieta entre les Fernández. O, si preferís, a las puteadas que se están dedicando Guillermo Nielsen y Axel Kicillof.
—En ese sentido, en el Gobierno por el momento están un poco más tranquilos –digo–. Al menos no se putean entre ellos.
—Eso porque se nota que le dieron algo fuerte a Carrió para que no diga nada –dice Carla–. Para mí que Lilita se fumó un Pichetto y quedó del moño. Entre eso y lo del Pepo…
—¿Te referís al accidente que tuvo el Pepo, el cantante de cumbia? ¿Y eso qué tiene que ver?
—¡Es obvio! –exclama Carla–. El Gobierno se sacó así de encima a un posible manifestante crítico.
—Carla, ¿te sentís bien? No entiendo de qué me estás hablando…
—¿No viste lo que pasó en Puerto Rico? Ricky Martin volteó a un gobierno. Por suerte para el Gobierno, el Pepo está esposado en la cama del hospital donde está internado en Dolores. Pero bueno, se ve que el reggaeton es mucho más revolucionario que la cumbia.
—No me queda claro si Ricky Martin es el nuevo Fidel Castro asaltando el Cuartel Moncada, o si es el protagonista del musical de Broadway sobre el asalto de Fidel Castro al Cuartel Moncada.
—El se comparó con Gandhi –continúa Carla–. A mí me da un poco Ricardo Fort haciendo el musical sobre el Che Guevara. Pero bueno, así son las revoluciones del siglo XXI.
—O sea que ahora que vienen las elecciones…
—... lo mejor es tener una consigna clara –me interrumpe Carla–. Y cantar algo como: “Alerta, alerta, alerta que camina/ el rickymartinismo por América Latina”. Es eso o votar la fórmula Cuchuflito-Pindonga como presidente y vice.