Habrá que apelar al VAR del fútbol para saber quién gobernará los próximos cuatro años, a la imagen y veredicto de un hombre de negro dibujando con sus manos, en el aire, lo que todos suponen es una pantalla de televisión.
Conclusión de una vasta mayoría de encuestas que no registran casi diferencias entre las dos fórmulas presidenciales más destacadas, reservándose el error técnico hasta las últimas 48 horas, vaticinando un epílogo parejo, tan reñido que proliferan las observaciones críticas sobre la empresa a cargo del escrutinio. Tarea para investigadores. Al margen de suspicacias sobre el conteo, las últimas muestras le añaden más ánimo a Macri y, a pesar de que ninguna encuestadora en los últimos meses jamás lo ubicó primero, hasta en su casa parece convencido de que la victoria final es suya. Un ejemplo: en esto días publicitó un optimista ejemplar de Isonomía que le otorga el mismo guarismo ante la escuadra de los Fernández bis (35 por ciento), con la presunta ventaja de que mejorará su performance en una segunda instancia gracias a los contingentes sin destino de Lavagna y Espert. Eso sí, en ese mismo confesionario, admite que María Eugenia Vidal se mantiene atrasada en la Provincia, lamenta como un cristiano culposo esa numerología contraria admitiendo que en el territorio bonaerense el rechazo a su figura complica las aspiraciones de la gobernadora para la primera y única vuelta. Pero se alimenta de una versión compensatoria: los intendentes peronistas, disgustados con la nominación de Kicillof, podrían impulsar un complicado corte de boleta para favorecer a la dama. Aunque suena difícil cumplir esa promesa incierta de caudillejos distritales entre tantos millones de voluntades.
Encuestas: a cuánto llega el rechazo de Macri y Fernández, y por qué es clave en el balotaje
Optimistas. Macri hasta en el dormitorio se ha convertido en un encendido vendedor de sí mismo –inclusive se otorga un rol protagonico superior al que le aconsejan sus asesores–, burlando el manual de esa actividad: compra lo que vende. Y los compulsivos, como se sabe, se colman de chucherías en ese ejercicio de autosatisfacción. También reitera su misión primera en el caso de ser reelegido: más que la reforma laboral o jubilatoria que complacería al Fondo Monetario Internacional, pretenderá cambiar la Justicia con la incorporación de más miembros en la Corte Suprema, cuestión de diluir la opinión de los actuales. Lo enloquecen sus fallos. Casi la misma pretensión del cristinismo cuando forjó Justicia Legítima en el pasado, por no mencionar lo que discute para el futuro. Si uno atiende a esta similitud de objetivos entre los dos bandos, observa que tanto el Presidente como su antecesora solo guardan una inquietud prioritaria: su propia Justicia, no tanto el Derecho. Ambos tienen demasiadas causas comprometedoras. Como suele ocurrir con las primeras figuras, ni por un instante Macri parece preguntarse si su progreso relativo obedece a otros fenómenos, no solo a su autoría.
Por ejemplo, el escaso profesionalismo de sus rivales, más preocupados por los lugares a recorrer que por los mensajes a repartir. Entre otros fallidos. Y mientras Macri junta, los Fernández destruyen: típico del peronismo salvaje, aunque interpretado por figuras ajenas, como la descalificación de “ignorante” que Nielsen le deparó a Kicillof aspirante a gobernador. Quizás el economista en jefe de Alberto se sentía postergado, pero su insulto lo hizo bajar a la categoría de “referente”.
El PJ bonaerense se entusiasma con recuperar municipios y ganarle a Vidal
Cristina, mientras, ni siquiera se expresó al respecto: vive en el mundo de un solo libro, las desgracias familiares y judiciales, también la angustia de un proselitismo sin plata. Se refugia en otras encuestas, diferentes a las del mandatario, las que le aseguran que está diez puntos eternos por arriba, que tal vez llegue al 40 por ciento. Esa diferencia no alcanza a explicar el innecesario episodio de Nielsen, menos la escasa dedicación y desorden que el sector cristinista le otorga al tema que justamente lo ha robustecido a Macri en los últimos dos meses: la economía. Se hundió Nielsen, Alvarez Agis hace TV limitada aunque conversa telefónicamente con la viuda de Kirchner, Kulfas diagrama sus propios equipos y nadie discute la herejía prometida de que el candidato presidencial –como hizo Néstor y en alguna medida Mauricio– será luego el ministro del rubro. Poco serio, como ser jefe de campaña de sí mismo, decir lo que le permite su exangüe enciclopedismo y humor, improvisar en suma. Así le va.
Efímero. Lo que empezó como un perfume relevante, se redujo a una fragancia cítrica: impresiona en el inicio, se disuelve rápido. Por ahora, insuficiente, a pesar de que Alberto se gana el sueldo como postulante y ahora incorpore a su voluntariado a un Sergio Massa –presuntos independientes, para capturar electorados antiperonistas como el de Córdoba–, que ninguna encuesta se atreve a decir lo que ha sumado en aportes (electorales, claro). Raro. Para desconfiar: si antes tenía diez puntos, ¿dónde se cobijaron esas voluntades? Tampoco se sabe si hubo contribucion numérica de Miguel Pichetto a Macri, aunque compensa ese posible faltante con su eficacia de enfermero recogiendo heridos del peronismo.
Un reciente caso: la captura del senador Adolfo Rodríguez Saá, vencido en San Luis por su propio hermano cristinista, “el Alberto”. Ahora se colorea de “macrista” aquel hombre que fue mandatario por unos días. Pichetto no se esforzó demasiado para atraerlo y, junto a Ramón Puerta –el celestino de su matrimonio con Macri– van a persistir en esa tarea sanitaria de recoger inválidos en el interior para sumarlos a una causa colateral: una suerte de team integrado por peronistas federales ad-hoc del oficialismo, en el libro de pases ya hacen ofertas para agregar a Jorge Sapag. Siguen los nombres.
Con avances y retrocesos, a menos de un mes de las PASO, persiste una campaña sin ideas, hueca. Una tradición. Hijos los contendientes de Duran Barba, quien a los PRO les prohibía definirse, eludir compromisos. Ninguna imaginación, de ahí que unos hablen como máxima de “no volver al pasado” y otros de “poner en marcha al país”. Abreviatura electoral, desprecio al resto de los votantes, ya que según la misma guía de bolsillo del ecuatoriano, las almas que acompañan a Macri o a Cristina y su ortopedia Alberto no van a cambiar, pase lo que pase, les endilguen lo que sea. Y el resto, dulce manada indiferente, crítica de café, continuará hasta el matadero a esas dos puntas fanáticas de la grieta. Nunca como ahora, los de afuera son de palo, aunque los traten de seducir por un rato.